Burocracia internacional

Presidente del Consejo Académico en

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Tengo en mi biblioteca un libro cuyo título ilustra en parte lo que expresaré en estas líneas: Organismos internacionales, expertos y otras plagas de este siglo de Ángel Castro Cid (aunque no toca los temas que abordaré aquí). El Fondo Monetario Internacional se estableció a raíz de los acuerdos de Bretton Woods al efecto de operar como un “banquero de banqueros centrales” (para financiar desequilibrios en las balanzas de pagos y mantener tipos de cambio fijos). Ya de por si la banca central constituye un serio peligro: cualquiera sea su política monetaria distorsionará los precios relativos ya sea expandiendo el dinero, si lo contrae o si deja la masa monetaria inalterada puesto que, de no mediar la intromisión la gente hubiera operado en otra dirección con sus activos monetarios. Si esto ya es un problema, lo es en mucha mayor escala si se refuerza con una institución como la de marras.

Con el tiempo el FMI fue transformando su misión y, junto con el Banco Mundial, se dedicó a “ayudar” a distintos gobiernos. Básicamente puede resumirse esta acción como que ciertos gobiernos cuyos países están en dificultades reciben suculentas transferencias por parte de estos organismos internacionales. Para ir por partes, los gobiernos en cuestión están en dificultades no debido al clima o la geografía sino debido a sus políticas como las de inflación, controles de precios, empresas estatales, reformas agrarias, gastos públicos en aumento, déficit fiscal, endeudamientos estatales alarmantes, regulaciones asfixiantes, corrupciones impunes, inexistencia de la división horizontal de poderes y, consecuentemente, justicia adicta al poder. Como consecuencia de todo este marasmo, se producen fugas de capitales (comenzando por los propios gobernantes que abren cuentas numeradas en lugares donde salvarán sus recursos malhabidos de sus propias tropelías) y los mejores cerebros también buscan refugio en otros lares. Frente a esta situación lamentable arriba el FMI y el Banco de Reconstrucción y Fomento (conocido como Banco Mundial) con carradas de dólares en préstamo (detraídos a los contribuyentes de los países miembros) a bajas tasas de interés y con períodos de gracia inauditos. Esto naturalmente incentiva a los gobernantes a continuar con sus políticas por más que se haga cosmética para engañar a los incautos. Como ya hemos apuntado en otras oportunidades, autores como Peter Bauer, Deepak Lal, Melvin Krauss, Karl Brunner, Anna Schwartz  y James Bovard han señalado reiteradamente estos problemas graves. Además, el FMI está rodeado de secretos en buena parte de sus operaciones por lo que economistas como Jeffrey Sachs insisten en que “se hace extremadamente difícil para observadores externos el preparar apreciaciones cuantitativas serias sobre las políticas del FMI ” y Dug Bandow consigna que la entidad “no informa debidamente sobre los convenios stand by y se niega a que hayan auditorias para sus préstamos” quien también destaca que “si un país incumple los acuerdos celebrados con el Fondo [en cuanto a los pagos] simplemente se otorga un waiver y se negocia un nuevo acuerdo para otorgar más préstamos y así sucesivamente”. También Roland Vaubel detalla los incentivos sumamente destructivos que establece este organismo internacional en un largo ensayo que lleva el sugestivo título de “El riesgo moral de los préstamos del FMI”.

Estos préstamos no solo han contribuido a establecer las condiciones para crisis espectaculares como las de Tailandia, Rusia, Argentina y Turquía sino que han servido para financiar proyectos inviables, elefantiásicos y de escandalosa corrupción como los de Tanzania, Indonesia, Argelia y Kenya y, asimismo, han servido para comprar armas usadas por los gobiernos contra sus propias poblaciones como han sido los casos resonantes de Etiopía, Zaire, Uganda, Vietnam, Tanzania y Camboya (rebautizada Kampuchea en la época del asesino serial Pol Pot).

Si se les cortaran los créditos a los países receptores de las “ayudas” de los referidos organismos internacionales, los respectivos gobiernos estarían frente a dos posibilidades: o modifican sus políticas estatistas y empobrecedoras, en cuyo caso retornarían las personas y los capitales expatriados y recibirían créditos sobre bases sólidas y razonables o, de lo contrario, si persistieran con las políticas socialistas, se verán forzados a buscar créditos en lugares como La Habana o Caracas pero no en Washington. Por otra parte, como has sugerido los economistas antes mencionados, aquellos organismos internacionales deberían liquidarse por altamente contraproducentes y dañinos y así, entre otras cosas, se evitarían también los subsidios cruzados, por ejemplo, entre los granjeros estadounidenses perdidosos con estas transferencias coactivas y las ganancias de lo banqueros de Wall Street ya que estos realizan préstamos a gobiernos corruptos y desarticulados que devastan a sus países solo porque cuentan con el paraguas protector del FMI y/o del Banco Mundial, cuyos burócratas viajan en primera con valija y pasaporte diplomático, se alojan en hoteles de lujo y perciben emolumentos y gastos de representación exorbitantes.

Otra de las instituciones internacionales que debería ponerse en la mira atenta es las Naciones Unidas. Los ideales de muchos de los que propiciaron originalmente la Liga y Sociedad de Naciones pretendían contribuir a la paz mundial, pero como profusamente documentado no solo la UN no ha servido para el logro de aquel propósito sino que ha fomentado los principios abiertamente opuestos a la sociedad libre, lo cual ha sido reiteradamente ratificado por las entidades dependientes de esa organización internacional como la FAO, CEPAL, UNCTAD y entidades con apariencia angelical como UNICEF, tal como explica detalladamente y con profusión de datos, por ejemplo, Burton Y. Pines en su estudio titulado “The US and the UN: Time for Reappriasal” y los medulosos trabajos recopilados en un libro de la Heritage Foundation titulado A World Without a UN en el que escriben Edward W. Erickson, John M. Starrels, George P. Smith, Nicholas Farnam, George Fauriol, Glen Mower, Michael Viahos, Partick J. Garrity y Maurice Tugwell.

Todas las personas que en el plano ejecutivo planearon la estructura funcional de las Naciones Unidas en su momento trabajaron para los soviéticos, tal como explica Orval V. Watts en su obra The United Nations: Planned Tyranny y como denuncia Edward Griffin en su The Fearful Master. A Second Look at the United Nations, los antecedentes de la mayor parte de los Secretarios Generales han sido y son de personas contrarias a la filosofía de la libertad, comenzando con el primer Secretario General, el comunista Trigvie Lie, lo cual es también aplicable al cargo clave de asistente al Secretario General para Asuntos Políticos del Consejo de Seguridad (que desde 1945 a 1963 inclusive, fueron todos comunistas militantes).

En estas épocas, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en plena tiranía castrista, decidió retirar a Cuba de países bajo vigilancia en materia de lesión de derechos, medida criticada incluso por entidades como Human Rights Watch que considera esa resolución “injustificada e inexplicable” (Ginebra, AFP y EFE, Buenos Aires, Clarín, junio 19 de 2007, p.21). La abierta bancarrota de la OEA acaba de ratificar aquella misma política.

Por su parte, entre tantas aberraciones, recuerda Paul Johnson en A History of The Modern World, que Idi Amín Dada “el caníbal con refrigerador”, pronunció un discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el primero de octubre de 1975 y fue recibido con aplausos de pie y fue interrumpido con aplausos y nuevamente lo ovacionaron de pie al terminar su alocución en la que, entre otras cosas, propuso la extinción de Israel y, al día siguiente, el Secretario General -Kurt Waldheim- ofreció en su honor una comida de gala en su residencia oficial.

Las Naciones Unidas han sido inoperantes en los conflictos como los de Corea, Vietnam, Checoslovaquia, Hungría, Afganistán, Irán, Haití, Panamá, Somalía, Kosovo, Bosnia e Irak, en la mayor parte de los casos las votaciones en el Consejo de Seguridad y en la Asamblea General han entorpecido las defensas contra regímenes totalitarios.

Por último, es menester señalar que en tiempos modernos no se necesita el establecimiento de embajadas con todos los enormes gastos que ello demanda en residencias fastuosas, cancillerías, sueldos, honorarios, gastos de representación y viáticos. En tiempos en que existen medios de comunicación rápidos, no es lo mismo que antiguamente cuando los embajadores se adelantaban frente a conflictos varios. Hoy, mientras exista ese documento oprobioso como es el pasaporte, denunciado por pensadores de la talla de Salvador de Madariaga y Milton Friedman, es suficiente con un cónsul. En cuanto a las relaciones comerciales, debe destacarse la complicación burocrática que suelen imponer las representaciones diplomáticas. Ilustra lo superfluo del caso la situación de Guatemala que no mantiene relaciones diplomáticas con China y, sin embargo, es el país de América latina que lleva a cabo el comercio más voluminoso en relación a su población. Lo que ocurre es que opera un lobby de envergadura para mantener este boato inútil por parte de las pesadas estructuras diplomáticas en los diversos países, lo cual debe ser combatido si se quiere aliviar a las poblaciones de inmensas cargas fiscales a todas luces innecesarias.

En la época de las carretas tal vez la instalación de embajadas fuera útil al efecto de evitar o demorar conflictos de diversa naturaleza, dada la enorme lentitud en las comunicaciones. Hoy con las posibilidades de comunicación instantáneas -en tiempo real- esos costos no son necesarios, sin embargo, los intereses creados en los cargos hacen que se mantengan e incluso que se acrecienten. Esta dificultad de eliminar la burocracia inútil nos recuerda una disertación en 1978 de Ronald Reagan quien manifestó lo siguiente: “en Inglaterra, en 1803, se creó un nuevo cargo en el gobierno. Requería una persona en la colina de Dover con un catalejo y que debía tocar una campana cuando viera que avanzaba Napoleón. El cargo recién se eliminó en 1945”.

*Publicado por Diario de América, Nueva York.