Tocqueville apuntaba alto

Presidente del Consejo Académico en

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Frente a los diversos avatares de la economía mundial se esgrimen multitud de cifras, cuadros, ratios y series estadísticas a veces imposibles de digerir: las de los gobiernos para mostrar supuestas mejoras y las de opositores para indicar desmejoramientos.

Es sabido que el intervencionismo estatal distorsiona los precios relativos y, por ende, se consume capital con lo que los salarios e ingresos en términos reales disminuyen, pero en esta columna quiero mirar esta situación desde otro costado completamente distinto al habitual.

Supongamos que fuera posible asegurar ingresos sumamente elevados a la población pero se les denegara la libertad.

Veamos esto más de cerca. Si al lector se le otorgaran jugosos estipendios pero no podría elegir los periódicos ni los libros de su agrado, tampoco podría afiliarse o desafiliarse a una asociación sindical, no podría importar o exportar todo lo que quisiera sin permisos especiales, no podría contratar libremente compras y ventas, no podría asistir al templo religioso de su preferencia, no podría elegir el medio de cambio que estima de mayor conveniencia para sus transacciones, no podría operar con el tipo de banco que en competencia abierta ofrezca las mejores condiciones, no podría trabajar en los términos que las partes establezcan sin interferencias extrañas a lo pactado, no podría estudiar o enviar sus hijos a estudiar en instituciones libres de regimentaciones exógenas, no podría en definitiva usar y disponer de lo propio porque en rigor no se respetarían los derechos de propiedad.

Decimos entonces, si al lector se le brindaran honorarios mayúsculos pero no dispondría de la libertad para proceder en los caminos señalados y otros de ese tenor ¿optaría por lo primero aunque no disponga de lo segundo? ¿renunciaría a la condición humana? ¿de que le serviría el dinero si es un esclavo? Entonces, el indicador más relevante de una sociedad civilizada es el grado de libertad prevalente, todo lo demás está subordinado a este valor vital y trascendental.

Es a esto precisamente a lo que se refirió Alexis de Tocqueville en El antiguo régimen y la Revolución Francesa cuando escribió en 1856 que “De hecho, aquellos que valoran la libertad por los beneficios materiales que ofrece nunca la han mantenido por mucho tiempo […] El hombre que le pide a la libertad más que ella misma, ha nacido para ser esclavo”. Nada puede haber más importante que este pensamiento que apunta a la excelencia y a subrayar el eje central de la mismísima condición humana. Salvando las distancia siderales, esto está en las antípodas de lo que escribió Juan Perón en correspondencia dirigida a Otto Meynem, ministro consejero de la embajada alemana en Buenos Aires, el 2 de mayo de 1943 y reproducida por éste el 12 de junio de 1943 al Capitán de Navío Dietrich Neibhur radicado en Berlín: “Los trabajadores argentinos nacieron animales de rebaño y como tales morirán. Para gobernarlos basta darles comida, trabajo y leyes para rebaño que los mantengan en brete”. Por su parte, el diplomático nazi le agrega al referido funcionario alemán en la misma misiva: “Perón sigue la buena escuela”.

Ahora bien, se suele preguntar que libertad tiene una persona que se está muriendo de hambre sin comprender que el hambre y la libertad son dos conceptos distintos (aunque vinculados en otro plano). Son nociones diferentes pero están relacionadas en el sentido de que la libertad permite destapar las ollas de la energía creadora que, a su vez, hace posible la producción de mayores bienes y servicios que mitiga grandemente el hambre. Por eso es que los países de mayor libertad gozan de niveles de vida más altos que los de menor o nula libertad. Eso es lo que ocurría en Alemania Oriental frente a Alemania Occidental y eso es lo que hoy sucede en Corea del Norte frente a Corea del Sur. Por eso es que los cubanos que pueden escapar de las garras totalitarias de la isla-cárcel se van y se quedan en Miami y no se les ocurre irse a Irán. No debe confundirse oportunidad con libertad. Una persona puede no tener la oportunidad de ser un atleta por sus condiciones físicas pero no deja de ser un hombre libre. Tampoco debe confundirse la libertad en el contexto de las relaciones sociales con lo que ocurre en el mundo biológico y físico: sostener que no se es libre de bajarse de un avión en pleno vuelo o que no se es libre de ingerir altas dosis de arsénico sin fenecer mezcla conceptos. La libertad en el contexto de las relaciones sociales significa lisa y llanamente la ausencia de coacción por parte de otros hombres, nada más y nada menos. Tener hambre, estar resfriado o tener dolor de estómago nada tiene que ver con la libertad. Y si se cae en el lugar común de mantener que en libertad “el grande se come al chico” es debido a que quien se expresa de ese modo no se percata de que los grandes (las altas tasas de capitalización), como una consecuencia no buscada pero inevitable, trasmiten su fortaleza a los más débiles vía mayores salarios.

Como es de público conocimiento, todos venimos del hambre y la miseria (cuando no del mono), el mejoramiento en la calidad de vida moral y material es consecuencia de la libertad. Es menester comprender cabalmente que el oxígeno vital de la condición humana es la libertad, el resto está supeditado a ese clima fundamental. Se nos niega característica medular del ser humano si se nos quita la libertad. El libre albedrío es lo que nos diferencia del resto de las especies existentes.

Finalmente, vuelvo a un tema recurrente en mis artículos: el sentido de la vida debe verse como que nuestra existencia hizo una diferencia -aunque más no sea minúscula- para que el mundo que nos rodea sea un poquito mejor que lo era antes de nacer y para ello no basta con ir a la oficina, procrearse, injerir alimentos, no robar, no matar, acariciar a los niños y darle de beber a los ancianos. De todo lo que podemos hacer en esta vida nada más valioso como el preocuparnos y ocuparnos del bien que, como queda dicho, es el más preciado para la subsistencia de la condición humana: léase preservar y alimentar la libertad del modo en que a cada uno le resulte posible.

Carl Jung en El hombre moderno en busca de su alma escribe que muchos de sus pacientes “no padecen una neurosis definible en términos clínicos, sino más bien sufren por la insensatez y futilidad de sus vidas”. Todos debemos encontrar nuestra misión en la vida pero, insisto, de todas ellas, la que constituye el sine que non de todas las demás y aquella que la responsabilidad no puede rehuir, reside en el descubrimiento de la manera de fortalecer el aspecto medular de nuestra especie y abandonar la horripilante imagen de quien en definitiva vivió solo para ocupar espacio. Claro que hay múltiples maneras de contribuir para que el mundo sea mejor, pero todas las personas de espíritu libre tienen la obligación moral de incluir en sus proyectos un tiempo para que ellos y sus congéneres puedan disfrutar de la vida propiamente humana.

Estas necesarias contribuciones deben llevarse a cabo aún en soledad y en medio de climas hostiles fabricados por los genuflexos del poder, un ámbito que, como bien describe Maquiavelli, está imbuido de engaños y trampas. En este sentido, consigna Maurizio Vitroli: “El problema es que, entonces como hoy, en los tronos y en las butacas del poder casi siempre están los que no saben, en tanto que el que sabe encuentra oídos sordos, o es objeto de mofa”. A pesar de todo esto, el deber no puede trocarse por desidia…al fin y al cabo, como ha dicho Croce, hay que tener en cuenta la “historia como hazaña de la libertad”.

*Publicado por Diario de América, Nueva York.