Apuntes de un viaje a Gummersbach

Director General en

Economista especializado en Desarrollo Económico, Marketing Estratégico y Mercados Internacionales. Profesor en la Universidad de Belgrano. Miembro de la Red Liberal de América Latina (RELIAL) y Miembro del Instituto de Ética y Economía Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. 

Alemania tiene una población de poco más de 82 millones de habitantes (el doble de la Argentina). A diferencia de otros países no tiene megalópolis. Berlín es la ciudad más grande con 3,4 millones, le siguen Hamburgo con 1,8, Múnich con 1.3 y Colonia con casi un millón de personas. El resto es una multitud de ciudades de tamaño medio que pondrían feliz a Ernst Friedrich “Fritz” Schumacher quien sostuvo que el tamaño óptimo de una ciudad no puede superar el medio millón.

“While one cannot judge these things with precision, I think it is fairly safe to say that the upper limit of what is desirable for the size of a city is probably something of the order of half a million inhabitants. It is quite clear that above such a size nothing is added to the virtue of the city.”[1]

Apenas desembarco en Düsseldorf tengo la sensación de estar en el primer mundo, tal vez más que en New York, Londres o París. No es sólo que todo funciona bien, aunque te esfuerces no encuentras un papel en el piso o que  prácticamente nada está fuera de lugar; sino que cada vez que piensas que necesitas algo, alguien se anticipó y la solución está al alcance de la mano, en el lugar correcto, de manera simple, eficiente y lo hacen de manera que parezca natural.

Estamos en pleno verano, pero el clima no es excesivamente cálido. Los vientos que vienen del mar del norte recorren las planicies de los países bajos hasta elevarse por primera vez en las montañas Westfalia, al norte de Alemania, al encumbrarse concentran las nubes que luego se descargan sobre el húmedo paisaje. En ese lugar, seis aldeas se unieron para formar lo que hoy es Gummersbach, un poblado cuyos 50.000 habitantes la denominan “la pequeña París”.

En la cima de una de las colinas vecinas se encuentra la Theodor Heuss Academy, uno de los principales bastiones liberales de Europa. La arquitectura del edificio está en sintonía con el pensamiento del liberalismo y de la Bauhauss, espacios netos, con diferentes niveles que dialogan abiertamente, planos simples, eficientes, con grandes ventanales que dan una imagen de transparencia; materiales nobles, vidrio, ladrillo a la vista, acero inoxidable, sin adornos exagerados o revestimientos, a excepción de las pizarras que recubren las paredes exteriores. Birgit Lamm, la directora de la Academia que nos recibe esa tarde, nos cuenta que las pizarras provienen de las montañas vecinas y son típicas del lugar; revisten las paredes occidentales de todas las casas modestas para defenderlas de los vientos y las lluvias, y los cuatro costados de las paredes en las casas ricas…

Frente a un busto, y acariciando su cabeza, Birgit nos cuenta la historia de Theodor Heuss; político liberal germano, primer presidente de la República Federal Alemana después de la guerra, entre 1949 y 1959, junto al Canciller Konrad Adenauer. Fue reelecto y no buscó un tercer término para no tener que cambiar la Constitución. Su educación y cordialidad fueron muy útiles para restablecer la democracia en el país y las relaciones con otros países. Theodor estudió historia del arte, ciencias políticas y economía en las universidades de Munich y Berlín. Trabajó luego como periodista político en Berlín y presidio la revista Die Hilfe (“La ayuda”) publicada por Friedrich Naumann quien fuera su maestro e inspirador, y con quien se unió a la sociedad liberal “Free-Minded Union”, que luego se transformó en el Partido Progresista del Pueblo (Fortschrittliche Volkspartei) en el que participó hasta su desilusión en 1918.  Continuó como miembro del Partido Democrático Alemán que luego se llamara Partido Estatal Alemán (PEA), y fue miembro del Parlamento desde 1924 a 1928 y nuevamente desde 1930 a 1933.

Contrariando su forma de pensar y por subordinación a la disciplina partidaria, Heuss votó en 1933 en favor de entregarle poderes cuasi dictatoriales al canciller Adolf Hitler. Se arrepintió rápidamente, poco después Alemania se transformaba en un país con partido único, el PEA fue disuelto; Heuss fue destituido por decreto ministerial y pasó inmediatamente a realzar sus contactos con las redes liberales, unido a la resistencia hasta el fin de la guerra, aunque sin llegar a ser un miembro activo.

Apenas terminada la guerra, la Oficina Militar de EE.UU. lo nombró ministro de Educación y Cultura y luego fue miembro del parlamento estatal en los estados del Sudoeste (Landtag) desde 1946 al 1949. Además, fue profesor de historia y cofundador del Partido Demócrata Liberal (PDL). Propuso la unión de los liberales de derecha y de izquierda en un único partido y gracias a su habilidad para conciliar intereses triunfó junto con Adenauer sobre el partido Social Demócrata, desde 1949 hasta 1959. Siempre rehusó ser llamado excelencia y murió a los 79 años en Stuttgart.

Heuss fue cofundador de la Fundación Friedrich Naumann que fue nombrada en honor de su antiguo maestro liberal. La fundación fue creada en 1958 y desde entonces está vinculada al Partido Democrático Libre. Su misión es promover las ideas del liberalismo a nivel internacional, fomentando la liberalización económica, el desarrollo de las libertades individuales y soluciones sociales mediante el libre mercado, el Estado de Derecho y las libertades individuales.

Siguiendo el ejemplo de estos grandes hombres, unas 25 personas provenientes de 22 países diversos nos reunimos en Gummersbach para formarnos como “agentes del cambio”. El curso de “Change Management” nos permitió comprender que el cambio no es sólo posible, sino que es inevitable. Podrá ser evolutivo o revolucionario, a veces caótico e impredecible, otras veces será impulsado por una persona o un pequeño grupo que logra transformar a los demás; pero siempre tendrá que enfrentarse a diferentes tipos de resistencias, para finalmente imponerse irresistible.

Tal vez, el mayor aprendizaje de esta semana de intensos estudios ha sido el resultado de la convivencia con 25 personas de diferentes edades, profesiones, países, culturas, razas y religiones. Una variada diversidad de personas que compartimos ideas, anécdotas, convicciones, almuerzos, cenas, y alguna que otra cerveza, durante ocho días de intenso entrenamiento. La perfecta armonía que nos unió durante esos ocho días nos permite decir que tenemos hoy nuevos amigos a lo largo de 22 países del mundo. Nos queda muy claro que esto fue posible porque nos une el amor a la libertad. Un grupo de liberales clásicos, libertarios, liberales sociales, liberales verdes, todos amantes de las libertades individuales, el estado de derecho, la verdad y la justicia independiente.

Mi principal conclusión fue reafirmar que el liberalismo es la ideología que permite la convivencia pacífica y armoniosa de una enormemente rica diversidad de personas que pueden intercambiar voluntariamente su creatividad, sus ideas, su producción y sus capacidades.

Al ver trabajar con alegría, sentido del humor y eficiencia a Noa junto a Yassine, Wajdi y Mahmud, árabes e israelíes en perfecta armonía, nos permitimos soñar con la paz en Medio Oriente que algún día surgirá al expandir el comercio y la libertad entre todas esas naciones que comparten una misma raíz, una misma tierra, y una misma historia de milenios que infortunadamente hoy se encuentran arrastradas por ideologías de odio y división nacionalista.

[1] Small is Beautiful (1973) http://www.ee.iitb.ac.in/student/~pdarshan/SmallIsBeautifulSchumacher.pdf pág. 43

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