¿Para qué ser libres?

Alberto Benegas Lynch (h)
Presidente del Consejo Académico en Libertad y Progreso

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

 

Por lo pronto hay que decir que el hombre no puede dejar de ser libre en el sentido de que se ve impelido a tomar decisiones. Si, paradójicamente se ve forzado a ser libre. No puede renunciar a su naturaleza, no puede convertirse en un avión ni en una lapicera, es un ser humano y como tal debe decidir constantemente entre diversos cursos de acción. Incluso cuando decide quedarse quieto está eligiendo, prefiriendo y optando. También cuando delega sus decisiones en otro, está revelando su libertad. En resumen, el ser humano es libre a pesar suyo.

Ahora bien, esa libertad puede ser ancha como un campo abierto o puede convertirse en un sendero estrecho, angosto y oscuro en el que apenas se pasa de perfil. Lo uno o lo otro dependen de que los hombres entre si no restrinjan la libertad del prójimo por la fuerza. No dejamos de ser libres porque no podemos volar por nuestros propios medios, ni dejamos de gozar de la libertad porque no podemos dejar de sufrir las consecuencias al cometer actos estúpidos, ni somos menos libres debido a que no podemos desafiar las leyes de gravedad ni las ineludibles leyes biológicas. Solo tiene sentido la libertad en el contexto de las relaciones sociales y, como queda dicho, se disminuye cuando otros hombres se interponen recurriendo a la violencia.

No debe confundirse libertad con oportunidad. El que no es un atleta no tiene la oportunidad de ganar el premio de cien metros llanos y el que no dispone de los recursos suficientes no cuenta con la oportunidad de adquirir una mansión. Se trata de dos conceptos distintos. El náufrago en una isla desierta dispondrá en general de muchas menos oportunidades que el que habita en una ciudad, pero no por eso es menos libre. La naturaleza impone restricciones a las oportunidades así como también las imponen las conductas humanas y las condiciones sociales pero si no media la fuerza, hay libertad. Solo puede ser restringida si se recurre a la fuerza lesionando derechos. Lo contrario significaría un uso arbitrario y del todo inconducente respecto del sentido de la libertad.

Thomas Sowell aclara muy bien las confusiones y los usos inadecuados de conceptos cuando escribe en su Knowledge and Decisions : “¿Qué libertad tiene un hombre que se está muriendo de hambre? La respuesta es que el hambre constituye una condición trágica, tal vez más trágica aun que la pérdida de la libertad. Pero eso no impide que se trate de dos cosas bien distintas. No es relevante la importancia se le atribuya a lo desagradable que resulta el endeudamiento y la constipación pero un laxante no eliminará la deuda y un aumento de sueldo no permitirá la regularidad del vientre. Del mismo modo, en cuanto a bienes apetecidos, el oro puede considerarse jerárquicamente superior que la manteca, pero no puede untarse un sándwich con oro ni comérselo como nutriente. La jerarquía que se le atribuya a las cosas no puede confundir las que son distintas. El mero hecho de que algo puede ser más importante que la libertad no hace que ese algo se convierta en libertad”.

Cuanto menos margen de libertad se permita al hombre, ya sea por los manotazos del Leviatán o por la violencia de otros sustentados en la mera fuerza bruta, más se lo asemeja al animal no racional y más se lo despoja de sus atributos y condiciones propiamente humanas. Cuanto más ocurra esta desgracia más precaria y gaseosa se convierte la vida.

Pensemos en lo que podemos y no podemos hacer al efecto de medir nuestras libertades. Solo unas poquísimas preguntas de lo más cercano a la vida diaria despejará el tema. ¿Están abiertas todas las opciones cuando tomamos un taxi? ¿Ese servicio puede prestarse sin que el aparato estatal decida el otorgamiento de licencias especiales, el color del vehículo, la tarifa y los horarios de trabajo? ¿Cuándo elegimos el colegio de nuestros hijos, la educación está libre de las imposiciones de ministerios de educación? ¿Puede quien está en relación de dependencia liberarse de los descuentos compulsivos al fruto de su trabajo? ¿Puede elegirse la afiliación o desafiliación de un sindicato o no pertenecer a ninguno sin sufrir las decisiones de los dirigentes? ¿Puede exportarse e importarse libremente sin padecer aranceles, tarifas, cuotas y manipulaciones en el tipo de cambio? ¿Pueden elegirse los activos monetarios para realizar transacciones sin las imposiciones del curso forzoso? ¿Hay realmente libertad de contratar servicios en condiciones pactadas por las partes sin que el Gran Hermano se interponga, meta sus narices y constriña? ¿Hay libertad de prensa sin contar con agencias gubernamentales de noticias, pautas oficiales, diarios, radios y estaciones televisivas estatales y sin la propiedad del espectro electromagnético que impone la figura de las concesiones gubernamentales? ¿Hay mercados libres con pseudoempresarios que hacen negocios con los gobiernos de turno y las consecuentes prebendas y privilegios? ¿Puede cada uno elegir la forma en que preverá su vejez sin que el aparato estatal imponga retenciones al salario?

La decadencia de la libertad no aparece de un solo golpe. Se va infiltrando de contrabando en las áreas más pequeñas y se va irrigando de a pocos al efecto de producir estados de anestesia en los ánimos. Pocos son los que dan la voz de alarma cuando el cercenamiento de libertades no le toca directamente el bolsillo. Es como el cuento de aquel que vio como aniquilaban la libertad del verdulero, pero no decía nada porque no era verdulero, vio como interferían con la libertad del zapatero pero no dio la voz de alarma porque no era zapatero y así sucesivamente hasta que entraron a su casa para amordazarlo pero ya era tarde porque no lo dejaron hablar.

Es como dice el poeta “Me acusa el corazón de negligente/ por haberme dormido la conciencia/ y engañarme a mi mismo y a la gente/ por sentir la avalancha de inclemencia/ y no dar voz de alarma claramente”.

Tocqueville en La democracia en América nos dice que “Se olvida que en los detalles es donde es más peligroso esclavizar a los hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas, sin pensar que se puede asegurar la una sin poseer la otra”.

No hay nadie que no declame a favor de la libertad, el asunto es que se quiere decir con esa expresión. Ya Marie-Jeanne Roland, cuando era conducida a la guillotina en plena contrarrevolución francesa, exclamó ¡Libertad, cuantos crímenes se comenten en tu nombre! Por su parte, Anthony de Jasay escribe que “Amamos la retórica y la palabrería de la libertad a la que damos rienda suelta más allá de la sobriedad y el buen gusto, pero está abierto a serias dudas si realmente aceptamos el contenido sustantivo de la libertad”.

El liberalismo significa el respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros. Nada más y nada menos, la sociedad abierta significa que cada uno puede hacer lo que le venga en gana con lo propio sin rendir cuentas a nadie, siempre que no vulnere igual facultad de otros. Los megalómanos que quieren fabricar el “hombre nuevo” y demás dislates y sandeces siempre conducen al cadalso. El antropomorfismo del Estado (siempre con mayúscula, sin que se use el mismo criterio para el mucho más respetable individuo), hace que se personifique ese aparato y se le atribuyan todas las virtudes imaginables y todas las responsabilidades para que la gente sea buena. Tamaño despropósito niega la idea del agente moral y destruye la noción más elemental de justicia que, según la clásica definición de Ulpiano, consiste en “dar a cada uno lo suyo”.

La maximización de la libertad es indispensable por el oxígeno que brinda para poder vivir humanamente, no por otra cosa que siempre le estará subordinada. Nada se gana con tener todo lo demás si se es un esclavo. Además, las naciones libres cuentan con condiciones de vida infinitamente superiores a las que se encuentran sumidas por los dictados de autócratas confesos o disimulados, pero esto es un adicional, que si bien muy importante no reemplaza la dicha de ser libre, no reemplaza la posibilidad feliz de mantener y celebrar la situación propiamente humana.

¿Cuántas personas hay que no hacen absolutamente nada por la libertad? ¿Cuántos hay que creen que son otros los encargados de asegurarles el respeto a sus libertades? ¿Cuantos son los indiferentes frente al avasallamiento de la libertad de terceros? ¿Cuántos los que incluso aplauden el entrometimiento insolente del Leviatán siempre y cuando no les afecte su patrimonio e intereses de modo directo? Afortunadamente todavía hay quienes se quejan amargamente de esta situación y proponen soluciones, pero muchas veces es como si estuvieran gritando desde un pozo profundo, oscuro y con muy mala acústica. Forman parte del remnant de que nos habla Isaías.

Es en verdad triste observar documentales en los que se divisan siluetas cadavéricas desplazarse como zombies en caravanas interminables con algún bultito al hombro, dirigidos por los bestias totalitarios de cualquier rincón del orbe. Para las víctimas ya fue tarde, van al despeñadero, dejaron de ser humanos, no solo se los trata como animales sino que tienen arada el alma y achurada en tajos y rebanadas de una pavorosa profundidad que se abren a un vacío ilimitado de dolor y llanto interior.

En otros casos, se ven sujetos bien vestidos, con portafolios y celulares desplazándose en automóviles de lujo que albergan en residencias descomunales pero sus vidas y su suerte están prendidas y atadas a los dictados de funcionarios gubernamentales sedientos de poder que manejan a estas pseudopersonas como marionetas, mientras estos títeres que no solo se han dejado violar y dejado que se masacre espiritualmente a otros, sino que les brindan apoyo irrestricto a sus carceleros con tal de tener gratificaciones corporales aunque hayan rematado su espíritu y hayan dejado de ser personas.

Entonces ¿por qué ser libres?, por la sencilla razón que de ese modo nos elevamos a la categoría de seres humanos y no nos rebajamos y degradamos en la escala zoológica, por motivos de dignidad y autoestima, para honrar al libre albedrío del que estamos dotados, para poder mirarnos al espejo sin que se vea reflejado un esperpento y, sobre todo, para poder actualizar nuestras únicas e irrepetibles pontencialidades en busca del bien. Con esto se juega nuestro destino, ¿puede concebirse algo de mayor importancia?

*Publicado en Diario de América, Nueva York.
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