Nace Otro Adefesio en Caracas

Presidente del Consejo Académico en

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

 

En Venezuela, acaba de constituirse una nueva organización continental que, por razones políticas, excluye a Canadá y Estados Unidos, que adoptó el rimbombante y grandilocuente nombre de Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños que naturalmente tiene su sigla: CELAC. Esta novel entidad se agrega y superpone a UNASUR, ALADI, MERCOSUR, CAN, OEA, CEPAL, CARICOM y SELA, todas con sus funcionarios, organigramas, estatutos y demás parafernalia.

Tengo un libro en mi biblioteca cuyo título ilustra lo que quiero trasmitir en esta nota: Organismos internacionales, expertos y otras plagas de este siglo de Ángel Castro Cid, profesor de derecho en la Universidad de Chile en el que se lee que “hoy, en cambio, los economistas siembran el oscurantismo en todo el globo; el flagelo de los planificadores azota a la humanidad entera y los expertos muestran por todas partes su lenguaje esotérico y sus mentes difusas. Ni siquiera los esquimales o los watusis se encuentran libres de los organismos internacionales, cuyas misiones pueden caerles en cualquier momento, con la velocidad del avión y la potencia destructiva de la bomba atómica […] Nos infunde respeto la oscuridad del lenguaje de quienes nos guían, y no nos detenemos a meditar si ella obedece a profundidad conceptual o a poca claridad de las ideas”.

Hace años se publicó  en la revista Newsweek un artículo de Philip Brougthton que aludía al léxico sibilino y pastoso de los burócratas internacionales para lo que ilustró su punto con un cuadro de tres columnas de nueve palabras en cada una e invitaba a los lectores a combinar una palabra de cada columna para el armado de expresiones típicas en los ensayos, libros y, sobre todo, documentos de trabajo de megalómanos. Recojo cinco ejemplos traducidos, siguiendo la metodología sugerida: “programación funcional equilibrada”, “movilidad estructural paralela”, “proyección direccional sistemática”, “instrumentación global integrada” y “dinámica operacional coordinada”. Esta palabrería hueca sirve para impresionar a los incautos y es la cáscara que envuelve los deseos superlativos de funcionarios estatales que aspiran a incrementar su poder sobre la vida y la hacienda del prójimo bloqueándoles todo resquicio de confort mientras ellos viajan en primera clase, se hospedan en suntuosas suites de hoteles de lujo, pasan por las aduanas sin ser revisados y obtienen suculentas remuneraciones, todo a cargo de los contribuyentes.

En Venezuela, acaba de constituirse una nueva organización continental que, por razones políticas, excluye a Canadá y Estados Unidos, que adoptó el rimbombante y grandilocuente nombre de Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños que naturalmente tiene su sigla: CELAC. Esta novel entidad se agrega y superpone a UNASUR, ALADI, MERCOSUR, CAN, OEA, CEPAL, CARICOM y SELA, todas con sus funcionarios, organigramas, estatutos y demás parafernalia. Se dice que en este caso no habrá costos adicionales aunque la sola inauguración significó viajes de mandatarios, adiposas comitivas, hotelería, comidas suculentas y bebidas de todo tipo, estrambóticos ramos florales en los salones del evento, equipos de audio, fotógrafos y regalos entre mandatarios.

En la sesión en la que hacía uso de la palabra Raúl Castro hubo una multitudinaria y ruidosa marcha de protesta en Caracas, en las inmediaciones del lugar en donde se celebraba la reunión, “por el insoportable desempleo, alta inflación y la inaceptable inseguridad”. El orador interrumpió su discurso para preguntar a que se debían las explosiones y el griterío a lo que Chávez respondió que era “para festejar el establecimiento de la organización”. Por su parte, Rafael Correa de Ecuador, Porfirio Lobos de Honduras y Ricardo Martinelli de Panamá la emprendieron contra el periodismo independiente a lo que se agregaron las reiteradas expresiones de Ortega de Nicaragua en el sentido de condenar enfáticamente la tradición filosófica de Estados Unidos (y no por su actual latinoamericanización), todo ello con el aval del dueño de casa que puso de manifiesto “la valentía” de semejantes declaraciones con el epílogo de suscribir la política de Irán. Por otro lado, Cristina Kirchner de Argentina dijo que había que “aprovechar esta oportunidad para convertirnos en protagonistas del mundo” y “encarar de manera efectiva la crisis económica mundial” que a su modo ejemplifica con el envío de gendarmes y sabuesos al mercado cambiario para amedrentar a los demandante de dólares en Buenos Aires. Por otro lado, informa Prensa Latina que Evo Morales de Bolivia conjeturó que “Luego de 500 años de resistencia indígena, 200 años de independencia, por fin nos juntamos para liberarnos”. Finalmente, dos de los mandatarios presentes declararon “off the record” que asistían “por razones estrictamente diplomáticas”.

Por su parte, la denominada “Juventud Rebelde de Cuba” declaró que CELAC “es un hito en la historia mundial” y que con eso “estamos enviando un mensaje a los indignados y pobres del mundo”, suscribiendo con entusiasmo la Declaración de Caracas de 39 puntos, la mayor parte de los cuales resulta anodina como suele suceder en los ámbitos de organismos internacionales al efecto de recolectar el mayor número de adhesiones posible, salvo el punto 30 que declara la “participación voluntaria” para suscribir una larga serie de otros documentos con fuerte carga estatista y el punto 26 que apunta a la “reducción de desigualdades sociales”, desigualdades que en gran medida se generan, por una parte, como fruto de la cópula entre empresarios que surgen de la dádiva y los aparatos gubernamentales y, por otra, consecuencia de las alarmantes corrupciones de gobernantes, puesto que las desigualdades en el contexto del mercado libre se deben a las votaciones que a diario efectúa la gente en el supermercado y afines, con lo que las consecuentes tasas de capitalización permiten elevar salarios en términos reales.

No solo descreo en general de los organismos internacionales (excepto los del tipo de Interpol, siempre que se incluya en sus funciones el atrapar a gobernantes que se fugan con dineros malhabidos) y creo en marcos institucionales que garanticen y aseguren la protección de derechos individuales, sino que, a esta altura de los acontecimientos, descreo de la existencia de embajadas las cuales se establecieron al efecto de adelantarse a posibles conflictos en vista de la precariedad de los medios de comunicación de épocas remotas. Pero, hoy en día, con Internet y la posibilidad de teleconferencias, no tiene sentido continuar con costosas estructuras del tiempo de la carreta, las cuales pueden suplirse con un simple consulado (la embajada norteamericana que se está construyendo en Irak tiene semejanzas con el Vaticano). Incluso, las actividades comerciales se llevan a cabo de un mejor modo a través de la comunidad empresaria (Guatemala no mantiene relaciones diplomáticas con China y, sin embargo, es el país con el volumen más alto de comercio por habitante de Latinoamérica con China).

Las reverencias, los saludos y las pomposas formaciones en los aeropuertos, las alfombras coloradas, las ceremonias, las marchas militares, los discursos y los elogios desmedidos (nunca tienen en cuenta aquello de que “entre lo sublime y lo ridículo hay solo un paso”), son parte esencial y alimento vital de los demagogos del momento, cuya incontinencia verbal y desproporción en el uso del idioma es directamente proporcional a la pauperización de quienes habitan en sus jurisdicciones. Ese es el sentido por el que propuse retomar el debate en la asamblea constituyente de Estados Unidos sobre la conveniencia de designar un Triunvirato en el Ejecutivo: es para aplacar tanta arrogancia y soberbia y mitigar en algo el deseo irrefrenable del caudillo (y mejor aún si se eligiera por sorteo como sugirió Montesquieu, en cuyo caso la atención se concentraría en limitar el poder puesto que cualquiera lo podría ocupar). Es por eso que en el último debate presidencial en Estados Unidos, Rick Perry ha sugerido que el Legislativo se limite a sesionar dos meses en el año y durante el resto del tiempo cada uno se dedique a actividades útiles ya que constituye un peligro la carrera por dictar leyes (“la inflación de las leyes se traduce en su depreciación” ha sentenciado Palniol). Es por eso que Bruno Leoni insiste en retomar la costumbre del common law y la República romana de contar con jueces en competencia en un proceso de descubrimiento del derecho y no de ingeniería legislativa, limitando al Parlamento a sus funciones originales, es decir, administrar y controlar las finanzas del rey o el emperador y abstenerse de fabricar nueva legislación frente a cada problema que se presenta, que además de encorsetar la situación la estropea. Por último, es por ello que los Padres Fundadores estadounidenses subrayaban la importancia de descentralizar el poder vía el federalismo, al contrario de lo que proponen los entusiastas de los centralizadores y unitarios organismos internacionales.

Si queremos que las cosas cambien pero mantenemos las mismas “vacas sagradas”, el resultado no se modificará un ápice. Afortunadamente hay quienes trabajan denodadamente para revertir la situación con propuestas de fondo que revelan honestidad intelectual y coraje moral que evitan a toda costa lo que Hannah Arendt bautizó como “el síndrome de la indefensión” que es el darse por vencido paralizado por la inacción, el pesimismo, la desidia y el miedo.

Se requiere más recato y pudor en las funciones gubernamentales que, en esta instancia del proceso de evolución cultural, se limiten a la seguridad y la justicia, que, como hemos dicho una y otra vez, son las faenas que en general no cumplen para dedicarse a otras que no solo no le competen sino que dañan los intereses de la gente. En lugar de crear nuevos organismos internacionales superpuestos a los anteriores, los aparatos estatales debieran retomar la senda del constitucionalismo liberal al efecto de abrir  cauces a la energía creadora que da lugar a niveles de vida más dignos y fortalece el respeto recíproco.

*Publicado en Diario de America, NY