
Las ventajas del comercio están suficientemente comprobadas. El mundo encontró su camino al desarrollo de la tecnología y el bienestar cuando los medios de transporte y las comunicaciones facilitaron el intercambio entre las naciones. Las políticas de sustitución de importaciones o de vivir con lo nuestro, no solo fueron ineficaces, sino que produjeron retraso e inflación. La teoría del deterioro de los términos del intercambio, sobre la que se apoyaba la teoría de la dependencia, quedó desvirtuada cuando la realidad demostró que los precios de los bienes industriales fueron los que se rezagaron respecto de los de las materias primas, y no a la inversa.
Todas estas reflexiones vienen al caso en momentos en que nuestro gobierno se ha manifestado, en palabras o en acciones, partidario de medidas proteccionistas. En la convención anual de la Cámara de la Construcción, la presidente expresó que si fuera por su deseo, nuestro país no debiera importar ni un clavo. En los recientes encuentros con las autoridades del Brasil y en reuniones del Mercosur, se avanzó en la decisión de incrementar el arancel externo común. Es un viejo anhelo del gran país vecino que ha motivado justamente que Chile rechace la posibilidad de integrarse como miembro. Debe tenerse en cuenta que los perjuicios del proteccionismo se atenúan en economías de gran escala y que por lo tanto un aumento del arancel externo común perjudicaría más a la Argentina, Paraguay y Uruguay, que al Brasil.
Pero ha sido la escasez de dólares la que ha motivado las acciones proteccionistas más concretas de la mano del secretario de Comercio, Guillermo Moreno. Las demoras en la aprobación de las licencias no automáticas para importar, así como prohibiciones o cupificaciones transitorias, han estado a la orden del día. Más recientemente, el mencionado secretario ha recurrido simplemente a los llamados telefónicos intimidatorios o a las convocatorias a recibir instrucciones. Se ha llegado de esa forma hasta detener líneas de producción por la falta de alguna pieza importada. La consecuencia es la escasez o el encarecimiento de muchos productos, antes que la creación de nuevos empleos.
El avance del proteccionismo en el mundo desarrollado puede formar parte de un discurso político, pero está limitado por teorías mejor fundadas y por sanos principios más arraigados. En la Argentina estos impulsos cuentan con espacios más amplios de aceptación en la clase dirigente y un mayor entusiasmo en las entidades empresarias, particularmente las de la industria. Frente a dificultades fiscales y de balance de pagos, como las que comienza a enfrentar el país, el proteccionismo es un claro peligro que el gobierno haría bien en aventar.