¿Ayuda estatal a lugares aislados?

Presidente del Consejo Académico en

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

Jueves, 29 de marzo  de 2012

[E]scribo este artículo periodístico a raíz de que en estos momentos estoy preparando un libro en forma de diálogo con un colega y amigo desde Barcelona y surgió el tema en conexión a propuestas de “ayudas” estatales en materia educativa a lugares aislados en los que el sector privado no tiene interés en invertir.

Sin duda que la reflexión de marras no se limita a la educación, sino que se sostiene que hay que echar mano coactivamente a los recursos de los contribuyentes para instalar líneas férreas, telefonía y todo tipo de servicios con el mencionado argumento de que los privados no prestan esos servicios porque no se justifica económicamente y, por ende, se conjeturan quebrantos de diversa magnitud.

Es importante destacar que si se estiman pérdidas y se obliga a la comunidad a absorberlas, de hecho, se está empobreciendo las fuentes productivas con lo que los resultados negativos se extienden y se empobrece la sociedad en su conjunto. Si se insiste con esta política se corre el riesgo de que resulten aislados lugares que hasta ese momento no se consideraban tales.

Esto nos lleva a otro plano de análisis, cual es que, en última instancia y en definitiva, la geografía no produce aislamiento (aunque lugares separados del mundo geográficamente como Australia han podido prosperar con marcos institucionales civilizados y otros geográficamente accesibles como Haití o Angola han quedado aislados, en la práctica debido a sus políticas estatistas).

El aislamiento lo generan las medidas empobrecedoras de gobiernos socialistas que ahuyentan personas y capitales al tiempo que no atraen inversiones del exterior. Canadá tiene lugares inhóspitos por la nieve feroz, los vientos huracanados y las montañas que hacen de vallas aparentemente infranqueables y, sin embargo, sus políticas relativamente más liberalizadoras que en otros lugares ha hecho que más bien sean otros países los que queden asilados de ellos aunque con ventajas geográficas y climáticas. Los recursos naturales tampoco definen la situación ya que, por ejemplo, Japón es un cascote que solo el veinte por ciento es habitable, mientras que África es el continente que dispone de mayores recursos naturales del planeta, sin embargo, salvo Sudáfrica que adoptó otra política (especialmente post aparteheid), todos esos países en mayor o menor grado se debaten en la miseria debido a las absurdas y abusivas disposiciones gubernamentales.

Un mismo país puede a su vez modificar su grado de aislamiento o integración al mundo a través del tiempo. Por ejemplo, el caso de Alemania Oriental que bajo la égida comunista era una región miserable y una vez liberada de las garras totalitarias se convirtió en uno de los lugares más prósperos de Europa. Lo mismo ocurre con Cuba que antes de la criminal satrapía castrista era el país con mayor ingreso por habitante de América Latina a pesar de los lamentables desvaríos de gobernantes tipo el esquizofrénico Batista, y desde hace seis décadas se ha convertido en un pueblo paupérrimo que ha vivido de las transferencias soviéticas primero y ahora de los giros venezolanos.

Entonces, los aislamientos o integraciones dependen de lo que tenemos de las cejas para arriba, de nuestras neuronas, de la capacidad de darnos cuenta sobre las inmensas ventajas de una sociedad libre al efecto de no solo respetar las autonomías individuales sino de dar rienda suelta a la energía creadora. Si Europa y Estados Unidos insisten en recorrer el camino que han emprendido de estatismos a mansalva quedarán aislados como lo fueron antes de ser civilizados, en lugar de ofrecer los buenos ejemplos al resto del mundo como los que solían brindar a contramano de los pésimos ejemplos y espectáculos bochornosos que hoy están dando al resto de sus congéneres.

Howard Gardner en su libro Mentes flexibles. El arte y la ciencia de saber cambiar nuestra opinión y la de los demás en el que el capítulo noveno se titula “Cambiar la mentalidad de uno mismo” en donde se deduce la importancia de las mentes que todo lo cuestionan, que son curiosas, que les fascina el descubrimiento de lo nuevo, que miran el mismo asunto desde distintos ángulos, que no dan nada por sentado y que en definitiva tienen en claro que el conocimiento es un proceso siempre en marcha que no tiene término y, como dice Popper, tiene el carácter de la provisionalidad sujeto a posibles refutaciones. Todo esto es radicalmente opuesto al dogmático, al ideólogo, al fundamentalista, en definitiva, a la mente cerrada que “no le entran balas” y que no entiende el magnífico lema inscripto en la Royal Society de Londres: nullius in verba (no hay palabras finales) o el sabio aforismo latino ibi dubium ibi libertas (donde hay duda, hay libertad).

Gardner, en el mencionado capítulo, consigna ejemplos de cambios drásticos de mentalidad como fueron los de los célebres Whittaker Chambers y Arthur Koestler desde el comunismo a la sociedad libre y, tal vez, el más famoso de todos: San Pablo en el camino a Damasco (cambios que nunca son súbitos sino que encierran un largo proceso interior de digestión y cuestionamiento que pasa por diversos puntos de inflexión que finalmente surgen a la luz). Este es el proceso que se requiere para pasar del asilamiento a la integración, lo cual primero se replica en la mente: de una aislada y cerrada a una abierta e integrada. Como hemos dicho, no se trata de un fenómeno físico-material sino de uno mental-espiritual.

Como tantos otros campos que son contraintuitivos, la financiación compulsiva del aparato estatal para los mencionados menesteres puede aparecer a primera vista como algo laudable, pero ni bien se lo mira de cerca se ven las consecuencias empobrecedoras que produce y la generalización y extensión de lo que precisamente se deseaba evitar. Siempre hay que realizar la gimnasia del contrafáctico para sopesar el destino que se le hubieran dado a los recursos en cuestión que, con la intención de paliar un problema en el corto plazo, en definitiva agravan la situación.

De más está decir que nada impide que los que consideran que debe ayudarse a gente en problemas (estén o no aislados) lo hagan con recursos propios o los reúnan de terceros voluntarios, esto es, como se dice en el mundo anglosajón, put your money where your mouth is, en otros términos, ser coherente y no pretender resolver los problemas haciendo uso de un micrófono refiriendo todo al uso de la tercera persona del plural en lugar de proceder en consecuencia y usar la primera del singular.

Reiteramos que los lugares aislados del mundo por su pobreza se deben al aislamiento mental y no a meros accidentes geográficos, es decir, se deben a telarañas y cerrazones que no permiten mirar hacia horizontes abiertos y oxigenados. Viene muy al caso recordar el adagio anglosajón en la materia: Minds are like parachutes, they only work when they are open. También viene a cuento tener presente la trayectoria formidable de la primera revista dirigida a difundir los postulados de la sociedad abierta, es decir, a despejar mentes y evitar el aislacionismo: The Freeman, fundada por Albert Jay Nock en 1920, continuada por SuzanneLa Fayette y finalmente adquirida por la institución pionera en el mundo establecida con el mismo propósito noble en 1946 por Leonard Read,la Foundation for Economic Education de New York que, después de 66 años, sigue marcando rumbos liberales en el sentido clásico del término.

*Publicado en Diario de América, New York.