El muro antiargentino en Malvinas

Director de Políticas Públicas en

 

Lunes, 2 de abril de 2012

[L]a cuestión fundamental en la larga disputa por las islas Malvinas ha sido la presencia de una población de número reducido, pero fuertemente adherida a su raigambre y tradición británicas. En repetidas ocasiones, el gobierno inglés exploró formas de negociación con la Argentina, pero cada vez que se percibió algún avance en ese sentido, los representantes de la comunidad malvinense movilizaron suficientes resistencias en el Parlamento y en los medios políticos ingleses para neutralizarlas. Esto ocurrió antes de 1982, y con más razón será la constante de cualquier intento de negociación en el futuro. El sentido de pertenencia británico de los algo más de dos mil habitantes permanentes de las islas no podrá ser modificado con ninguna concesión ni gesto de acercamiento. Con más razón luego de la guerra.

Dos mil personas caben en el cine Gran Rex, pero son ellas y sólo ellas las que están radicadas en los 12.000 km2 del archipiélago. Resulta curioso encontrar esta situación demográfica después de más de un siglo y medio, cuando las islas están a 15.000 kilómetros de Londres y a sólo 400 de la costa argentina. La explicación es sólo una: la propiedad en las islas por parte de argentinos ha sido impedida desde la ocupación realizada por Gran Bretaña. Luis Vernet y los colonos argentinos desplazados en 1833 fueron los últimos propietarios argentinos en Malvinas. Debe agregarse también que no sólo ha sido impedida la compra de tierras y propiedades por ciudadanos de nuestro país; también se ha evitado la radicación de argentinos sin propiedad. Los casos han sido excepcionales y referidos a algún matrimonio mixto o a estadas transitorias, como lo fueron las del representante de LADE, las dos maestras de castellano o algún operario de YPF y Gas del Estado. Desde 1833 ha habido un muro de exclusión a la propiedad y la radicación de ciudadanos argentinos. El rechazo no ha sido similar respecto de los chilenos, que hoy alcanzan a aproximadamente trescientos y están naturalmente solidarizados con la resistencia a cualquier presencia argentina.

Hasta la expansión pesquera posterior a 1982, la economía de las islas era sumamente simple y bien doméstica. El control de la Falkland Islands Company (FIC), que poseía gran parte de las tierras del archipiélago, podía lograrse con unos pocos millones de dólares. De hecho, en 1977 el empresario argentino Héctor Francisco Capozzolo intentó comprar ese control a través de una compañía en el exterior. La inteligencia inglesa se enteró y frustró la operación. Igual suerte corrió Conrado Etchebarne (h.), luego de acordar con su dueño la compra de una isla de menor tamaño en el archipiélago.

Con tan escasa población, el cambio de su composición hubiera sido un hecho natural si se hubiera admitido la propiedad y radicación de argentinos. El fenómeno no hubiera sido distinto del ocurrido en la Patagonia y en Tierra del Fuego. Los deseos de los isleños respecto de su pertenencia colonial inglesa seguramente habrían evolucionado de otra forma y la cuestión tal vez se hubiera zanjado ya hace mucho tiempo. Quienes hoy se han manifestado en favor de que nuestro país respete la voluntad de los habitantes de Malvinas deberían tener en cuenta que la perduración de esa voluntad se construyó limitando la libertad de ciudadanos argentinos de poder habitar e invertir en las islas.

Tal cual están las cosas hoy, no hay probabilidad de cambio en la férrea posición de los isleños. No sólo rechazan cualquier negociación con la Argentina, sino que también continuarán impidiendo el traspaso de propiedad o la admisión de residentes.

Sin embargo, el desbloqueo de este tipo de resistencia puede ser más sencillo. El gobierno inglés pude aducir que respeta la voluntad de los habitantes, pero difícilmente pueda explicar en el plano internacional que impide la propiedad extranjera o que pone barreras migratorias discrecionales, según sea la nacionalidad de origen. Este es un frente de acción para nuestra diplomacia que hasta ahora no ha sido explorado. Debiera hacérselo. De cualquier manera, nada podrá ocurrir en tiempos cortos.

*Publicado en La Nacion, Buenos Aires.