Otro aspecto sobre la venta de ideas

Presidente del Consejo Académico en

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

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Ya he escrito sobre la imprecisión de sostener que el problema de los liberales es que no sabemos vender la idea. Inspirado en Leonard Read, he consignado que la comercialización de cualquier bien en el mercado requiere que el comprador se percate de las ventajas del producto pero para nada necesita conocer el correspondiente proceso productivo. Sin embargo, cuando se trasmiten ideas, si el receptor no es un fanático o un fundamentalista, debe interiorizarse de toda la secuencia desde el inicio al efecto de comprenderla (lo cual no se requiere cuando se vende, por ejemplo, un dentífrico). En este sentido es que las ideas no se venden, se trasmiten lo cual es de una naturaleza completamente distinta.

Por supuesto que esto no quita la justicia de las críticas que se nos puedan formular a los liberales por no trasmitir adecuadamente la idea. Más aún, soy un convencido de que resulta mucho más productiva la autocrítica que la queja por la incomprensión de los demás. Como generalmente somos más benévolos con nosotros mismos que con los demás, si nos convencemos que debemos pulir el mensaje en lugar de despotricar contra otros, esto calma los nervios y nos ayuda a hacer mejor los deberes.

Habiendo dicho esto, en esta nota periodística quiero centrar la atención en otra razón por la cual las ideas no se venden (en el sentido señalado y, desde luego, no en el plano de que los valores y principios no deben estar subordinados a lo crematístico y, por ende, no sujetos a una transacción comercial para cambiar de ideas). Esta otra razón también está inspirada en Leonard Read, esta vez de su libro The Coming Aristocracy, aunque no le doy el mismo enfoque y pretendo una elaboración más acabada que la formulada por mi querido Leonardo (como le gustaba que lo llamen los amigos hispanoparlantes).

Un motivo adicional por el que las ideas no están sujetas a la venta es que, en el caso específico del liberalismo, nos pronunciamos sobre un producto sobre el que no sabemos en qué consiste el resultado. Nadie en su sano juicio vende un bien que expresamente declara que no sabe en qué consiste. Pues bien, en el caso de propugnar la conveniencia de los mercados abiertos, no sabemos qué tipo de bienes y servicios traerá aparejada la libertad.

La aventura del pensamiento queda abierta en libertad, tal como ha expresado Karl Popper en The Poverty of Hisoricism “no podemos tener conocimiento futuro en el presente”. Esto es lo que jamás entenderán los megalómanos que pretenden controlarlo todo y pontifican como si pudieran adivinar el futuro de sus propios actos y de sus propias personas, para no decir nada de la de millones de seres y las infinitas combinaciones entre sí y las múltiples consecuencias no buscadas de sus respectivas acciones. Solo una desmedida arrogancia y una mayúscula presunción del conocimiento características de la ignorancia superlativa dan lugar a las planificaciones gubernamentales de vidas y haciendas ajenas.

Este entuerto revela la diferencia entre el desarrollo y el progreso. Como anotaba Warren Nutter en uno de sus ensayos en la colección titulada Political Economy and Freedom, el primer concepto es inadecuado para expresar los resultados de la sociedad libre ya que al igual que un tumor es más de lo mismo, sin embargo, el progreso se enfrenta a lo desconocido. Por eso se puede planificar el desarrollo pero no se puede planificar lo que no se sabe que es, lo cual se traduce en el progreso. No es una casualidad que los estatistas hablen de la planificación del desarrollo, pero nunca mencionan al progreso ya que entrarían en una flagrante contradicción.

Pero ¿es serio insistir en un sistema que no se sabe que producirá? Ningún liberal (ni nadie) puede detallar como serán las comunicaciones, la vivienda, la alimentación, la medicina, la agricultura, las lecturas, la construcción y la vestimenta del futuro, solo para mencionar unos poquísimos aspectos de la vida civilizada. Se  puede hacer futurología pero es sabido que los acontecimientos y las revoluciones tecnológicas superan a la imaginación más dotada. Solo la petulancia del estatista se atribuye la posesión de la bola de cristal que incluye el supuesto conocimiento de billones y billones de elementos cambiantes.

Thomas Sowell en Kowledge and Decisions explica que el tema no es contar con computadoras con suficiente capacidad para almacenar las múltiples y complicadas variables, sino que sencillamente los datos no están disponibles antes que los individuos actúen. Por esto y por la formidable contribución de Ludwig von Mises en cuanto a que la planificación estatal afecta la propiedad y, por ende, los precios, lo cual, a su turno, imposibilita la contabilidad, el evaluación de proyectos y el cálculo económico en general. En lugar de aprovechar la dispersión y fragmentación del conocimiento a través de la información que proporcionan los precios, los estatistas, con la pretensión de controlarlo todo, desvirtúan las antedichas señales de mercado con lo que se concentra ignorancia.

Pero volvamos al planteamiento original. La confianza del liberal en la libertad es porque permite a cada uno seguir su camino en lugar de ser domesticados por el poder que pretenda administrar las vidas y las haciendas ajenas. El seguir cada cual su camino hace posible mejorar desde la perspectiva de cada uno, asumiendo la responsabilidad por lo que se hace en un proceso de constante aprendizaje y retroalimentación. Quien reclama libertad es como si en medio de la combustión de una colosal caldera interior estuviera gritando ¡déjenme ser humano, quiero manejar mi propia vida!

Como han enseñado autores como Adam Smith y Ferguson, cada uno persiguiendo su interés personal contribuye a producir un sistema que ninguna mente individual puede concebir. Este es el significado de las célebres frases de Smith de las cuales citamos tres. Uno “No debemos esperar nuestra comida de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino que se debe a sus propios intereses”, dos “El hombre del sistema […] se imagina que puede arreglar las diferentes partes de la gran sociedad del mismo modo que se arreglan las diversas piezas en un tablero de ajedrez. No considera para nada que las piezas de ajedrez puedan tener otro principio motor que la mano que las mueve, pero en el gran tablero de ajedrez de la sociedad humana cada pieza tiene su principio motor totalmente diferente de lo que el legislativo ha elegido imponer” y tres “Por muy egoísta que se supone sea un hombre, hay evidentemente ciertos principios en su naturaleza que lo hacen interesarse en la mejora de otros que lo hace feliz aunque no obtenga nada de esto, excepto el placer de contemplarla” (dicho sea al pasar estás últimas líneas son las primeras de su libro Teoría de los sentimientos morales).

La confianza en la energía creadora que se libera en una sociedad abierta no solo se basa en las abrumadoras evidencias que proporciona la experiencia, sino en el hecho de que tenemos confianza en nosotros mismos para manejar nuestro destino. Ahora bien, es posible concebir que en libertad, es decir, en un sistema en el que se respeta al prójimo, las personas no se respeten a sí mismas, en otras palabras, que degraden sus estructuras axiológicas en lo espiritual y en lo físico se droguen o decidan constiparse hasta perder el conocimiento. La contracara de la libertad es la responsabilidad. Es posible lo apuntado pero nada se gana (y mucho se pierde) que los que conservan el sentido de autoestima sean manejados como muñecos por el poder de turno. En todo caso, aquellos que sienten que sus vidas y haciendas deben ser administradas por otros, en lugar de apoyar al comunismo y equivalentes pueden designar tutores o curadores sin afectar a quienes conservan su dignidad.

En resumen, las ideas no son susceptibles de venderse, se trasmiten lo cual resulta en un proceso bien distinto. Y esto no solamente por lo manifestado en cuanto a las características propias de la comercialización sino, como decimos, debido a que, en el caso de las ideas liberales, se desconoce por completo el resultado o producto final que se propone adoptar. En este desconocimiento radica lo atractivo, lo desafiante y lo gratificante del progreso propiamente dicho.

Tampoco es apropiado sostener que a las ideas liberales le hace falta marketing puesto que, en rigor, un aspecto clave de esa disciplina consiste en detectar lo que demanda la gente al efecto de ofrecer lo requerido. Por el contrario, en el caso considerado, por más paradójico que resulte, la idea liberal debe operar en dirección opuesta al mercado (gran cantidad de gente demanda socialismo) para preservar el sentido mismo del mercado que desaparecería si prevalecen las ideas socialistas.

Por último, volviendo al otro sentido de la venta de ideas que mencionamos marginalmente al comienzo de esta nota en cuanto a que para una persona de integridad, autoestima y digna los valores no son negociables… porque como ha dicho Al Pacino en Perfume de mujer “no hay prótesis para el alma”.