¿Qué cambió y qué no en Argentina?

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Doctor en Administración por la Universidad Católica de La Plata y Profesor Titular de Economía de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA. Sus investigaciones han sido recogidas internacionalmente y ha publicado libros y artículos científicos y de divulgación. Se ha desempeñado como Rector de ESEADE y como consultor para la University of Manchester, Konrad Adenauer Stiftung, OEA, BID y G7Group, Inc. Ha recibido premios y becas, entre las que se destacan la Eisenhower Exchange Fellowship y el Freedom Project de la John Templeton Foundation.

El resultado de las elecciones del pasado 25 de octubre fue una sorpresa para todos, incluyendo a los candidatos más informados, los encuestadores o los agentes del servicio secreto. Nadie pudo ver el cambio que se estaba gestando que cambió la situación política de la noche a la mañana.

Todo parece anunciar que Argentina ha emprendido un camino de cambio, siendo precisamente éste uno de los argumentos centrales del mensaje de una alianza que se llama     -y cómo va a ser de otra forma- Cambiemos.

La lógica de esto es tan simple como clara: uno de los argumentos más usados por candidatos de todo tipo que se enfrentan a un gobierno que lleva muchos años es, precisamente ese: hay que cambiar.

La gente entiende el mensaje. Eso le permite no tener que decir mucho acerca del contenido del cambio, algo que hubiera causado un alto costo político, porque los necesarios cambios que se aproximan en este país serán dolorosos.

Pero todo gobierno puede realizar los cambios que el consenso general de las ideas le permite realizar. Entonces, la pregunta sobre Argentina es: ¿qué profundidad tiene el pedido de cambio que se expresó en las urnas?

La respuesta es mixta. La gente votó por un cambio cansada de la prepotencia de un gobierno que se pelea con todo el mundo; intolerante y matón. Quiere un gobernante moderado, amable, y, si puede, simpático. Básicamente una persona normal. María Eugenia Vidal es el principal ejemplo de esto, y lo más contrapuesto a su gran derrotado: Aníbal Fernández. La gente quiere, también, alguien que administre al Estado con mayor eficacia, que tenga ideas creativas sobre la gestión de los recursos públicos, que logre mejoras en la seguridad, la salud y la educación: Macri tiene esa imagen.

Esta demanda de moderación y eficacia va a tener su impacto en la calidad de las instituciones: se busca un gobierno que respete la división de poderes y la independencia de la justicia; que no pretenda controlar los medios con recursos públicos; que acepte ciertos controles al poder, que respete la autonomía de gobiernos provinciales y municipales.

Y no mucho más. El argentino sigue siendo profundamente estatista y anti-yanqui. Por eso, Macri ha dicho que no dará marcha atrás con la estatización de las pensiones, o de la empresa petrolera YPF, e incluso tal vez de la deficitaria Aerolíneas Argentinas. Y va a tener mucho cuidado en la necesaria mejora de las relaciones con los fondos buitres, el FMI y el gobierno de los Estados Unidos.

Además, y en virtud del pasado reciente, el argentino teme profundamente un cambio brusco que genere un cataclismo económico. No quiere más crisis como la del 2001. Ni como la de 1989, ni como otras anteriores.

Esto enfrenta al próximo gobierno con un serio dilema: la gente no quiere escuchar sobre esos problemas ni que le digan nada de ajustes. Sin embargo, con un déficit fiscal rondando 8% del PIB y un Banco Central quebrado y sin dólares; con miles de millones de dólares que se deben de importaciones, de dividendos no transferidos o de contratos a futuro de dólares, la perspectiva a corto plazo es aterradora.

Ante la gangrena que corroe a la economía argentina, el dilema del próximo gobierno es o trato de curarla con remedios en dosis moderadas y me arriesgo a que me devore la enfermedad; o procedo a operar a un paciente que se cree que tiene un simple resfriado. La anestesia es clave, y en el caso argentino tiene nombre: dólares, y muchos. ¿Generará el nuevo gobierno suficiente confianza para atraerlos o conseguirlos? Eso es lo que definirá su suerte en el verano que se aproxima.

 

Fuente: La Tercera