Ian Vásquez
Ha publicado artículos en diarios de Estados Unidos y de América Latina y ha aparecido en las cadenas televisivas.
Es miembro de la Mont Pèlerin Society y del Council on Foreign Relations.
Recibió su BA en Northwestern University y su Maestría en la Escuela de Estudios Internacionales de Johns Hopkins University.
Trabajó en asuntos interamericanos en el Center for Strategic and International Studies y en Caribbean/Latin American Action.
Dinamarca es el país más feliz del mundo y el Perú ocupa el lugar 64. Un nuevo estudio avalado por las Naciones Unidas así lo reportó esta semana. Sugiere, con toda razón, que la felicidades un aspecto importante delbienestar humano, el mismo que puede verse perjudicado por una preferencia desproporcionada por la riqueza.
Pero lo que puede ser un buen consejo en la vida personal, no lo es necesariamente en lo que concierne a las políticas públicas. El problema con los índices que buscan medir la felicidad de las sociedades, es que se usan para proponer que los gobiernos —léase los políticos— promuevan la felicidad basados, por supuesto, en sus propias preferencias.
Esto importa porque los gobiernos están tomando la promoción de la felicidad cada vez más en cuenta. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), a la que el Perú aspira a ser miembro, recomienda que los gobiernos recauden estadísticas sobre el bienestar subjetivo de los ciudadanos. El economista Richard Layard, uno de los editores del nuevo reporte, ha escrito que un aumento del ingreso per cápita por encima de US$15.000, no incrementa la felicidad. Aparentemente, la felicidad de las naciones crece solo hasta tal nivel de riqueza en el que ciertas necesidades básicas se pueden solventar. En vez de preocuparnos tanto por el crecimiento económico, Layard sugiere impuestos más altos y otras políticas que desalientan el trabajo e incrementan el tiempo libre para poder alcanzar mayor felicidad.
Si tiene razón Layard, un país como Dinamarca, que mantiene un Estado de bienestar grande, puede sostenerlo con impuestos altos y a la misma vez promover la felicidad, pues la redistribución de la riqueza no ha reducido la felicidad de los ricos pero sí la ha aumentado para los demás.
Los hechos, sin embargo, no se corresponden con las aseveraciones de Layard y sus seguidores. Tal como encontró el premio Nobel de Economía Angus Deaton, sí hay una relación directa y continua entre el crecimiento y la felicidad. Un incremento porcentual dado del ingreso resulta en un aumento absoluto dado de la felicidad por país, sin importar el nivel de riqueza. Otro estudio de los economistas Betsey Stevenson y Justin Wolfers encontró que a mayor riqueza, mayor felicidad, cosa que no solo es cierto para las naciones, sino también para los individuos dentro de un país dado.
¿Cómo entonces se explica el caso de Dinamarca? Sucede que la nación nórdica se volvió rica antes de implementar un estado benefactor en la segunda mitad de los sesenta. Otto Brons-Petersen, del Centro de Estudios Políticos, dice que desde entonces, la riqueza danesa relativa a otros países ricos no siguió creciendo, pero que todos los gobiernos desde los ochenta han reducido la generosidad del Estado e implementado reformas estructurales debido a los problemas económicos del modelo de alto gasto público. El economista danés explica que la alta felicidad de sus compatriotas se explica por el alto ingreso per cápita y el alto nivel de confianza en la sociedad, dos factores que precedieron al estado de bienestar y que están fuertemente relacionados con la felicidad.
No es verdad, tampoco, que la contribución de la libertad económica es limitada, como asevera Jeffrey Sachs, otro editor del estudio nuevo. El economista alemán Hans Pitlik y coautores demuestran que la libertad económica no solo contribuye a mayores ingresos, sino que también otorga a los individuos un control mayor sobre sus vidas, factor adicional que aumenta la felicidad
Por supuesto que hay que facilitar la felicidad. Pero justamente porque todos manejamos un concepto distinto de lo que esta significa, sería un error encargar esa tarea a los políticos, a cuesta de la libertad y la riqueza que trae consigo.