¡Orwell vive!

Ha publicado artículos en diarios de Estados Unidos y de América Latina y ha aparecido en las cadenas televisivas.

Es miembro de la Mont Pèlerin Society y del Council on Foreign Relations.

Recibió su BA en Northwestern University y su Maestría en la Escuela de Estudios Internacionales de Johns Hopkins University.

Trabajó en asuntos interamericanos en el Center for Strategic and International Studies y en Caribbean/Latin American Action.

La Organización de los Estados Americanos (OEA) finalmente se acercó esta semana a reconocer oficialmente lo que los latinoamericanos hemos sabido por muchos años: el régimen que manda en Venezuela es una dictadura. Por primera vez, la OEA permitió que se cuestionara la democracia venezolana al presentarse un informe sobre las múltiples violaciones políticas y de derechos humanos que azotan al país caribeño. Si estas discusiones llevan a activar la Carta Democrática Interamericana, la organización podría expulsar a Venezuela de su club.

Que los gobiernos democráticos hayan demorado tanto en empezar a admitir la realidad venezolana, sumado al hecho de que el régimen chavista insiste con que es una democracia, y que muchos políticos en la región usen retórica semejante a la de los chavistas, no habría sorprendido a George Orwell, el gran escritor del siglo veinte nacido este día en 1903.

Orwell fue un ensayista y autor de la distopía 1984, Rebelión en la granja y otras novelas. Se preocupó por las formas en que los regímenes totalitarios de derecha e izquierda tomaban y mantenían el poder y, especialmente, en el uso del lenguaje que usaban para lograrlo. Acuñó términos que se volvieron de uso común como la guerra fría, el gran hermano y el doble pensar.

La degradación del lenguaje sirve para fines políticos, según Orwell. En 1946 —mucho antes de que el socialismo del siglo XXI se proclamara una revolución democrática— Orwell escribió que todo tipo de régimen se denomina democrático sin definir bien esa palabra. La imprecisión es el gran amigo del lenguaje político que “está diseñado para lograr que las mentiras parezcan verdades y el asesinato respetable”. Por eso, según el escritor, los defensores de totalitarismos nunca dirán “Creo en el asesinato de los opositores cuando se pueden obtener así buenos resultados”.

Las ideas de Orwell siguen vigentes en Venezuela y en la región. Hugo Chávez destruyó la enferma democracia venezolana al criticar la supuesta oligarquía que gobernaba y a la que el chavismo actual sigue culpando de los males del país. En la práctica, la revolución bolivariana ha aumentado los niveles de corrupción —tal como lo documenta el informe de la OEA— y ha surgido una “boligarquía” que se ha enriquecido y que goza de privilegios extraordinarios. Lo ocurrido en Venezuela es muy parecido al totalitarismo que un personaje central de 1984describió como “colectivismo oligárquico”.

El doble pensar de Orwell se usa ampliamente. Se trata de sostener dos ideas que son absolutamente contradictorias y aceptarlas como correctas. Hay muchos ejemplos. Lahiperinflación ha desplomado el valor de la moneda venezolana que el régimen denomina el bolívar fuerte. Ante el hambre que está pasando el pueblo venezolano por la escasez de comida, el presidente Nicolás Maduro asegura que el gobierno “garantiza la distribución casa por casa de los productos alimenticios en todo el país”. Todos los ministerios venezolanos se hacen llamar de “poder popular” a pesar de que se reprime a la Asamblea Nacional y el pueblo no tiene vía política de expresarse si tienen ideas contrarias a las del régimen. Se creó unViceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo a pesar de la plena crisis social que vive el país.

Otros países no se quedan muy atrás. Ecuador creó un ministerio de la felicidad. La Argentina de Cristina Kirchner creó la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional. Cuando el presidente ecuatoriano Rafael Correa anunció una ley de comunicaciones que restringe la libertad de prensa, se refirió a los periodistas como “sicarios de la tinta”. El gobierno ecuatoriano esta semana celebró dicha ley diciendo que lleva “tres años democratizando la palabra”. En Cuba, Raúl Casto asegura que no hay presos políticos. La cadena Telesur celebra al grupo guerrillero de las FARC por sus 52 años de lucha por la paz. Un asesor de la Asamblea Nacional de Ecuador se refiere a un secuestro político como “retención”. Procesos legítimos democráticos se llaman golpes blandos.

El problema se vuelve más grave cuando gente respetable brinda legitimidad a tales regímenes. Tal ha sido el caso del economista Joseph Stiglitz que ha alabado a las políticas chavistas, o el economista Paul Krugman quien hizo lo mismo en años recientes con Brasil y Argentina. Si la OEA logra sancionar a Venezuela, será un triunfo del lenguaje y, diría Orwell, del pensamiento más claro.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 25 de junio de 2016.