Iván Carrino
Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
Argentina es un país curioso. Poco tiempo atrás, la preocupación número uno de los analistas era la suba del valor del dólar. La brecha cambiaria, el dólar blue, el desplome de reservas… Todas estas cuestiones acaparaban las portadas de los diarios y consumían largas horas de debate en la pantalla de televisión.
Sin embargo, hace menos de 90 días que la preocupación parece ser exactamente la inversa. El precio del dólar estuvo cayendo y los economistas, en lugar de alegrarse, comenzaron a alarmarse por la pérdida de competitividad que esto le generaría a la economía.
El argumento es el siguiente. Pensemos en un exportador de vino de La Rioja. Si este productor puede vender una botella de su vino a 10 dólares en el mercado internacional, se vería beneficiado con un dólar caro. Es que cuanto más alto el precio del dólar, mayores ingresos en pesos tendrá. Y, si asumimos que sus costos en precios no varían, entonces mayores serán sus beneficios. Por el contrario, un dólar barato comprimirá la rentabilidad del vinatero, amenazaría la supervivencia de su emprendimiento.
Siguiendo esta línea de pensamiento, el Brexit le dio un respiro a nuestro exportador de vinos, así como a todos los sectores que exportan en la economía. Aunque la suba luego cedió, dos días después de conocida la noticia de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, el precio del dólar trepó nada menos que 89 centavos y superó largamente los 15 pesos.
Sin embargo, el razonamiento no debería ser tan lineal. A fin de cuentas, si la devaluación de nuestra moneda fuera la receta de la prosperidad, deberíamos ser el país más avanzado del mundo. Tengamos presente el siguiente dato: si a lo largo de la historia no hubiésemos cambiado de signo monetario, un dólar hoy debería pagarse nada menos que 140 billones de pesos de 1940. El tipo de cambio, como se observa desde esta perspectiva histórica, está “recontra alto”.
No obstante, tras años de depreciaciones y devaluaciones, el desempeño económico del país no ha mejorado. De hecho, en los últimos 50 años perdimos 39 posiciones en el ranking mundial de PBI per cápita.
Es que el tema pasa por otro lado. Según el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), la competitividad de un país descansa sobre 12 pilares. Estos son: las instituciones, la infraestructura, el ambiente macroeconómico, la salud y la educación primaria, la educación superior y el entrenamiento, la eficiencia del mercado de bienes, la eficiencia del mercado laboral, el desarrollo del mercado financiero, la predisposición tecnológica, el tamaño del mercado, la sofisticación de las empresas, y, por último, la innovación.
Para el WEF, las instituciones están determinadas por el “marco legal y administrativo en que los individuos, las empresas y el gobierno interactúan para generar riqueza”. En este marco, resaltan la importancia de los derechos de propiedad como piedra fundamental para atraer inversiones.
Otra cuestión para destacar es la eficiencia del mercado de bienes. En este punto destacan: “La competencia sana del mercado, tanto doméstica como internacional, es importante a la hora de generar eficiencia y mejorar la productividad de las empresas, al asegurar que las empresas más eficientes sean las que triunfen. El mejor ecosistema para el intercambio de bienes exige una intervención mínima del gobierno”.
Respecto de los mercados de trabajo, afirman: “Deben tener la flexibilidad para que los trabajadores puedan migrar desde una actividad económica a la otra rápidamente y a bajo costo”. Impedir el movimiento de los trabajadores con leyes de supuesta protección laboral sólo empeora las cosas.
En el Índice de Competitividad Global que la organización elabora, los primeros tres lugares son para Suiza, Singapur y los Estados Unidos. Sobre un total de 140 países analizados, Argentina se ubica en el puesto 106. Es decir, en el último 25% del ranking total.
El Brexit puede haber hecho subir el tipo de cambio. Sin embargo, no modificó ninguno de los 12 pilares de la competitividad a los que se refiere el Foro Económico Mundial. No flexibilizó mercados, no aseguró mejor los derechos de propiedad ni cambió el ambiente macroeconómico local caracterizado por el déficit fiscal y la inflación. Solamente hizo que nuestro poder de compra en dólares se debilitara.
Como nota final, es bueno recordar que si la competitividad se ganara devaluando, Venezuela sería el paraíso económico y Suiza estaría al borde de la quiebra. Es hora de que empecemos a mirar las causas reales de la competitividad, ya que es mucho el trabajo que allí queda por delante.
Publicado originalmente en Infobae.