Reflexiones sobre un excelente artículo de Marcos Aguinis

Consejo Académico, Libertad y Progreso.

Un excelente artículo de Marcos Aguinis (“Dejar atrás la pesada herencia del caudillismo”, “La Nación”, 15/7/2106, (LEER ) nos obliga a reflexionar. Aguinis destaca con verdad que el rasgo cultural del caudillismo estuvo (y está) presente en toda la América hispana y también, por supuesto, en España. De todas maneras sería un error pensar que el caudillismo es exclusivo de nuestra madre patria y sus ex-colonias. Solo en los últimos 300 años se abrieron paso en el mundo (y de manera muy lenta, por cierto) los fundamentos y principios del gobierno limitado, con división de poderes y mandatos limitados en el tiempo. En buena parte del mundo, inclusive en gigantes como Rusia o China –  estos ideales siguen siendo quimeras. Y muchas sociedades en las que hoy se respeta y se practica el republicanismo (o el monarquismo constitucional) – como Alemania, Italia o Japón – fueron, hasta hace solo 70 años, gobernadas por regímenes de cuño o estilo caudillista harto populares.

El caudillo no soporta ni la diversidad, ni el multiculturalismo, ni la tolerancia de la sociedad cosmopolita y abierta. La nación debe ser uniformada detrás de un ideal una ideología o una religión. Así surgieron en la Argentina los conceptos de “la nación hispana” o “la nación católica”, expuestos por los nacionalistas y nacionalismos que a comienzos del siglo XX vieron como una amenaza el multiculturalismo resultante de la inmigración, fenómeno que no era otra cosa que el éxito pleno buscado por la Constitución alberdiana. En otros lados fue la raza aria o la ideología marxista o cualquier cosa que anulara la riqueza de la diversidad. En todas estas concepciones la nación así conformada – y por su puesto sus líderes y adláteres, que se apoderan del Estado como propio – está por encima de los individuos y estos solo gozarán de los derechos que el mandamás graciosamente les conceda, los que dependerán – obviamente – del grado de lealtad, sumisión u obsecuencia que cada uno demuestre. ¿Suena algo parecido al peronismo o a lo que se vivió en tiempos de Rosas por nuestras latitudes?

Lo opuesto al caudillismo requiere pueblos cuyos individuos tengan plena conciencia de su autonomía y de sus derechos. Esto no quiere decir que sean inveterados individualistas y/o egoístas. Son personas que han nacido y crecido en el marco de familias y que se irán asociando con otras personas igual de libres, ya para formar nuevas familias, ya para educarse o educar, para generar riqueza, para practicar deportes o formar partidos políticos. Pero, eso sí, debe tratarse de personas que distingan con claridad lo que pertenece a la esfera privada de cada uno y lo que será administrado en común. Así como, también, los poderes que retendrán y los que delegarán en la o las personas a quienes les encarguen el gobierno de la “cosa pública”. Y como si fuera poco, deben ser personas que no se dejen arrastrar por las fantasías bélicas o agresivas del nacionalismo, que no son más que fantasías tribales a gran escala, a menos – obviamente – que sus sociedades deban defenderse de agresiones exteriores.

¿Existen sociedades así caracterizadas de manera permanente? El éxito que tuvieron los Estados Unidos de América en construir un sistema de gobierno republicano y estable durante  240 años pude llevar a concluir que esa sociedad es inmune al caudillismo. Vemos, sin embargo, como súbitamente en dicho país ha crecido la popularidad de un personaje como Donald Trump, un hombre de quien no se puede pensar (al menos por ahora) que vaya a atacar los derechos individuales, pero que expone un discurso nacionalista con algo de agresividad y mucho de demagogia. Y si esto es novedad en los EE.UU., no lo es en Europa, donde el crecimiento de la popularidad de dirigentes políticos con sabor caudillista (en Francia, España, Polonia, Hungría y hasta en la Gran Bretaña del Brexit), tanto de derechas como de izquierdas, lleva al menos dos décadas.

Nuestro futuro no está en modo alguno claro. Es evidente que una parte de la sociedad estaba hastiada de liderazgo caudillista de los Kirchner, cosa que no sería para nada extraña después de doce años de saturación. Plazos parecidos llevaron a nuestra sociedad a hartarse de los liderazgos de Rosas, Roca, Yrigoyen, Perón, los gobiernos militares de 1966 y 1976, Alfonsín y Menem. Hubo enormes diferencias entre estos liderazgos y sería injusto ponerlos en una misma bolsa, pero los une cierta idea (al menos en la intención) de prolongarse más allá de lo que parece prudente en una sociedad pluralista y republicana. Por una mínima mayoría la Argentina votó el pasado año por un presidente y una coalición política no caudillista. Pero la misma sociedad que en 1989 estaba hastiada de estatismo e inflación, solo diez años después regresó a esas mismas prácticas. No fue capaz de convivir más tiempo con las exigencias de la empresa privada y de la estabilidad monetaria. ¿Tendrá fundamentos más sólidos y durables la actual preferencia colectiva por un régimen republicano? No lo sabemos. En parte dependerá del comportamiento del mismo gobierno y como esa mínima mayoría lo perciba en los años por venir. Pero también podrá depender de la labor educativa y formativa de quienes – como la Fundación Libertad y Progreso – creemos es la superioridad ética, moral y material de las sociedades pluralistas y republicanas.