Es necesario “devaticanizar” la economía argentina

Cada vez que el Papa Francisco formula una declaración lindera a la cuestión económica se disparan en la Argentina sendos proyectos y declaraciones tendientes a postular nuevas medidas de política económica.

Fuentes periodísticas consideran que el Vaticano funciona como una usina de políticas públicas distribucionistas. Es probable que los alcahuetes sean los mayores papistas.

El mayor exponente de esta suerte de “política económica vaticana” es el reciente proyecto de ley presentado por el Senador Juan Manuel Abal Medina llamado “Ley de Emergencia Social y de las Organizaciones de la Economía Popular”. El proyecto es muy corto. Consta de sólo seis artículos mediante los cuales:

  1. Instruye al Ministerio de Desarrollo Social a crear un millón de puestos de trabajo
  2. Crea un Consejo de la Economía Popular
  3. Crea, obviamente, un registro llamado Renatrep.
  4. Declara la Emergencia Social
  5. Aumenta asignaciones
  6. Instruye a financiar todo con el presupuesto general de la Administración

Tomando la base de un “salario solidario social” de $3.600 este proyecto tiene un costo fiscal de al menos 46.000 millones de pesos al año, sin contar el aumento en las asignaciones ni los costos administrativos del consejo y el registro que ad hoc se crea. Si consideramos que los salarios del millón de “nuevos trabajadores” debieran tributar como el resto de los trabajadores el costo fiscal ascendería a 75.000 millones. Es decir 5.000 millones de dólares. Un punto más de déficit fiscal sobre el PIB.

Este proyecto es un disparate y más disparate es que lo debatamos y consideremos. Pero lo grave no es sólo el costo. No es una cuestión de números sino de conceptos. El estado no puede crear trabajo pues el estado es un ente meramente distribuidor no productor. El estado no produce, no crea, sólo distribuye. El trabajo, como concepto, implica creación de riqueza y de valor a través de la transformación de la materia y la provisión de servicios.

El financiamiento de un empleo estatal implica necesariamente la exacción de parte de la productividad de un trabajador privado. La pregunta que debiera hacerse el Vaticano y sus acólitos neo monaguillos como Abal Medina y el Senador Pino Solanas no es cómo crear empleos en el estado sino como evitar que se destruyan en el sector privado.

A este punto es importante recordar a Frederic Bastiat quien en 1850 escribió:

“El Estado no es manco ni puede serlo. Tiene dos manos, una para recibir y otra para dar, dicho de otro modo, la mano ruda y la mano dulce. La actividad de la segunda está necesariamente subordinada a la actividad de la primera.

En rigor, el Estado puede tomar y no dar. Esto se observa y se explica por la naturaleza porosa y absorbente de sus manos, que retienen siempre una parte y algunas veces la totalidad de lo que ellas tocan. Pero lo que no se ha visto jamás ni jamás se verá e incluso no se puede concebir es que el Estado dé al público más de lo que le ha tomado”.

Grave error comete la política argentina (y la vaticana) en creer míticamente que las soluciones pueden provenir de la mano del estado.

La influencia, supuesta influencia y el exceso de atención que el gobierno presta a las directivas o sugerencias del Vaticano son un error. Grave. El error, tremendo, consiste en mezclar preceptos espirituales (respetables y nobles) con medidas de política económica concreta que necesitamos para salir de la pobreza. El cristianismo es una religión. Procura por tanto, el bienestar y la salvación espiritual de las personas.

El capitalismo es un sistema de organización social. Procura el bienestar material de las personas. No garantiza el capitalismo ni la libertad de los mercados la satisfacción de deseos espirituales. Solo se refiere al modo de crear la mayor cantidad de bienes y servicios posibles para el mayor número de personas.

Argentina necesita, imperiosa y muy rápidamente, autopistas, viviendas, cloacas, puentes, puertos, fábricas, energía, centros de distribución, maquinarias, tecnología. Todo eso se construye, se crea, se compra en el mundo de la economía. No de la religión.

No hay tiempo para perder. Los funcionarios, diputados y senadores deberían ir al Vaticano en tiempos de receso, no en horario de trabajo. Las palabras del Papa pueden llevar a mayor satisfacción espiritual. Es un tema religioso. Pero es un error muy grave utilizarlas y considerarlas como guía de acción de política pública.

Los principios de “distribución del ingreso”, “justicia social”, las apelaciones míticas contra un bien que se utiliza como medio de cambio (Dinero), las diatribas anti globalización y anti mercado no hacen otra cosa que alejar inversiones y por lo tanto, son auténticas fábricas de pobreza. El sistema económico debe procurar ser eficiente. El progreso material, el crecimiento y la inclusión son temas de la economía.

Si queremos crear un millón de empleos es necesario eliminar muchos de los noventa y seis impuestos que sufren los argentinos, pulverizar las torpes regulaciones que bloquean la actividad y replantear toda la legislación laboral pues allí mueren las pymes y se abortan todos los sueños emprendedores.

Es necesario desvaticanizar la política económica y a la vez despolitizar los preceptos espirituales del líder la Iglesia.