BCRA: una bala y sólo un blanco posible

ÁMBITO FINANCIERO – Guste o no, el Banco Central puede tener un solo objetivo porque tiene una sola herramienta de política, la monetaria. Eso se debe a que Argentina tiene una moneda que cumple las características para serlo: 1) es una Unidad de Medida, de modo que los precios y, por ende, la inflación local, se miden en pesos; 2) es un medio de pago, ya que nuestras compras diarias las hacemos con pesos y solo se usan para bienes de alto valor; y 3) es reserva de valor, si bien no ahorramos mayormente en nuestra moneda, todavía la usamos para atesorar en el corto plazo. O sea, el peso nos es útil y por eso lo demandamos, como a cualquier otro bien. Por lo tanto, también tiene que tener un mercado, donde se fija su precio, con un oferente, el BCRA, que es el único que produce pesos.

El BCRA puede decidir cuánto va a valer el peso y dejar que la gente defina cuánto quiere a ese valor o determinar la cantidad que producirá dejando que su precio lo determine la demanda. El primer caso es el de las metas de inflación, ya que el BCRA ha decidido fijar el sendero de variación del valor de la moneda que emite. Si produce muchos más pesos de los que la gente quiere, la caída del valor de nuestra unidad de medida será más rápido, como sucedería con cualquier otro bien. El problema es que es el “metro” con el que medimos los precios de todos los otros bienes; por lo que estos tenderán a subir con mayor velocidad cuanto más se achica la unidad de medida. O sea, veremos que la inflación se acelera y su meta se aleja.

En tanto, si el BCRA disminuye el ritmo del crecimiento de la oferta de pesos para acercarlo a la evolución de la demanda, el valor del peso tenderá a disminuir cada vez menos. O sea, el metro se achica cada vez más despacio y todos los bienes y servicios que medimos contra él aumentarán más lento. Por lo tanto, esto último es lo que tiene que hacer el BCRA si quiere que la inflación baje.

El Banco Central, como único oferente de pesos, puede determinar la cantidad ofrecida (política monetaria) de tal forma de cumplir con los objetivos inflacionarios fijados. Sin embargo, hay algunas cosas que complotan contra esto, que parece tan fácil. La primera es cómo “saber” cuántos pesos quiere la gente; por eso es que hay que ser muy prudentes a la hora de flexibilizar la política monetaria, como se hizo a fines de 2016. El resultado fue que se emitió más de lo que se demandaba y la inflación se aceleró; por lo que ahora hay que salir a sacar los excesos de liquidez, haciendo subir fuerte las tasas.

Lo otro es que los Bancos Centrales suelen imponerse más de un objetivo, cuando sólo tienen un instrumento, la política monetaria. Los que consideran que puede haber una política cambiaria independiente pierden de vista que con la política monetaria se determina el valor del peso contra todos los demás servicios y bienes, incluidas las otra divisas. Es decir, la política monetaria es “la otra cara de la moneda” de la política cambiaria y, cuando se pretende manejarla en forma independiente, se termina en fracasos como los nefastos controles de cambio (cepos) que sufrimos tantas veces en la Argentina y que hoy llevan a Venezuela hacia un estallido.

Tampoco se puede tener objetivos de tasa de interés. Si el BCRA pretendiera fijarla en un porcentaje inferior al que determinaría el mercado, la gente ahorraría menos y se endeudaría más, por lo que para forzar esa baja de los intereses debería proveer el excedente de demanda de crédito. Para eso, debería aumentar la emisión de pesos, lo que haría bajar su valor, achicando el “metro” con el que se valúan los bienes y servicios, y acelerando la inflación. Por eso, sólo puede acomodarla a lo que determina el mercado; pero, en la Argentina, tenemos un Estado con un déficit fiscal en todos sus niveles que ronda el 9% del PBI y que absorbe gran parte del crédito interno, por lo que la tasa de interés tiene que ser alta.

Tampoco puede pedírsele que fije el valor del dólar ya que, como al Estado no le alcanza con absorberse el financiamiento interno, busca endeudarse afuera y esas divisas se venden en el mercado local haciendo bajar su valor. Si trata de sostener el tipo de cambio emitiendo, habrá más inflación e incumpliría su meta. Si lo hace endeudándose (como ahora), pone en riesgo su solvencia. Hoy los pases pasivos-Lebac superan en más del 10% el valor total de las reservas. Para que no tenga pérdidas con esa operación la devaluación debería superar la tasa de interés (que está en más del 26%), lo cual implicaría una desvalorización del peso incompatible con los objetivos de inflación. Por lo tanto tampoco fue razonable plantearse objetivos de reservas internacionales, más cuando el Gobierno sigue demandándole recursos, por lo que debe emitir para dárselos.

Supongamos que somos directores técnicos de un equipo que no está haciendo buen partido. ¿Le diríamos al mejor jugador que tenemos en la chancha que empiece a jugar mal para que no se note tanto lo pésimo que lo hace el resto? No, porque el resultado sería peor. Sin embargo, eso es lo que hacemos cuando queremos que el BCRA incumpla sus metas de inflación para que se note menos la falta de austeridad en el manejo de las cuentas públicas de los distintos niveles del Estado. Imposible que el país se recupere más rápido si el sector productivo debe arrastrar una carreta con un monstruoso e ineficiente Estado. Es la misma vieja historia que nos llevó a tantos fracasos, pedir que el BCRA licúe los errores de nuestros políticos y, también, los costos de una legislación laboral anacrónica de la que se aprovechan sindicalistas feudales. Si queremos desarrollarnos de verdad es mejor que cambiemos y nos dejemos de tratar de esquivar los problemas, resolviéndolos donde están.