Edgardo Zablotsky
Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
INFOBAE – Pocos días atrás, horas antes de reunirse con el resto de los jefes de Estado del G-20, en la cumbre de dos días que se llevó a cabo en Alemania, el presidente Mauricio Macri habló de su compromiso con la educación como clave para el desarrollo. Durante un concierto solidario celebrado en Hamburgo, en el que participaron artistas de la talla de Shakira y Coldplay, convocado para reclamar a los líderes mundiales que adopten medidas para eliminar la pobreza, el Presidente resaltó el papel de la educación para alcanzar dicho fin: “Siento que nada es más importante en el mundo que la educación, lo lograremos juntos las personas, los países y toda la comunidad intencional”.
Esta declaración se encuentra en consonancia con su respuesta al tuit de Rihanna, quien solicitó a los presidentes que aumentasen el gasto en educación. Macri le contestó también por Twitter: “La educación está en el centro de nuestros objetivos y sólo la educación puede cambiar el mundo”, refraseando aquella famosa sentencia pronunciada por Nelson Mandela muchos años atrás: “La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”.
¿Cómo transportarlo a nuestra realidad? ¿Cómo puede nuestro presidente mostrar en los hechos su voluntad? Veamos los hechos. El jueves 25 de julio de 2013, el papa Francisco, en la Jornada Mundial de la Juventud, pronunció un movilizador discurso en el que, tras elogiar los esfuerzos de Brasil por integrar a todos a través de la lucha contra el hambre, advirtió: “La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado”.
¿Qué mejor modo de tratar a los necesitados que respetar su dignidad, al ayudarlos a reinsertarse en la sociedad productiva? Al fin y al cabo, como señala Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate: “El estar sin trabajo durante mucho tiempo o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada minan la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual”.
La educación, fundamentalmente técnica, y la capacitación laboral constituyen la hoja de ruta para enfrentar la pobreza, pero millones de beneficiarios de planes sociales no cuentan hoy con mayor capital humano que al comienzo de la década perdida. ¿Imaginemos tan sólo si diez años atrás se hubiese tomado conciencia de ello y se hubiese incentivado su capacitación? ¿Cuántos menos argentinos vivirían hoy en condiciones de pobreza?
El pasado el 1º de mayo el presidente Macri cumplió su promesa al hacer público el Plan de Empalme, que intentará reconvertir cientos de miles de planes sociales en empleo genuino. Macri señaló que la idea es que los beneficiarios de planes “puedan entrar a trabajar sin perder el plan. Las empresas pueden incluir ese plan que paga el Estado dentro de su salario y facilita que los puedan tomar”.
Es claro que el nuevo plan facilitará la inserción laboral de beneficiarios de planes sociales en sectores donde el capital humano del trabajador no es un factor esencial, por ejemplo, la construcción o algunos servicios. Pero para que el plan tenga un real impacto es necesaria la capacitación y el entrenamiento profesional de millones de argentinos carentes de cualquier forma de capital humano.
¿Por qué entonces no exigirle a todo beneficiario que no pueda acceder a un trabajo mediante el plan de empalme que concurra a una escuela técnica de adultos o que tome cursos de entrenamiento profesional en un amplio menú de actividades productivas como requisito para cobrar la asignación? Este requerimiento sería similar al exigido para la asignación universal por hijo, donde es necesario demostrar la asistencia a las escuelas a los fines de recibir el respectivo subsidio.
¿Cuántos menos argentinos dependerán del apoyo del Estado si se implementase una política consistente con esta propuesta? Es hora de poner manos a la obra. Los resultados sólo se verán en el largo plazo, ese es el real dilema que enfrentará el presidente Macri al día siguiente de las elecciones legislativas.
Ese es el momento para lanzar la revolución educativa que sueña el Presidente y que no debería centrarse tan sólo en los niños sino en todo argentino carente de capital humano, en virtud de la trágica historia que le ha tocado vivir a nuestro país.