¿Es posible otra guerra civil en Estados Unidos?

Carlos Alberto Montaner

Miembro del Consejo Académico, Libertad y Progreso

Un sociólogo amigo, Jorge Riopedre, con buen juicio político y gran experiencia en el análisis de los conflictos (se les llama polemólogos), teme que sí, que ocurrirá. Incluso, en un arriesgado juego literario aporta una fecha para el inicio de las hostilidades: 2052. Y una fecha para el final: 2055. Apenas tres años. El pleito sería el resultado de un desencuentro étnico entre algunas minorías resentidas y la desdeñosa mayoría relativa que hoy es el mainstream o corriente central de la sociedad norteamericana.

La fecha elegida no es casual. A mediados de siglo en Estados Unidos “los blancos” ya no serán la mayoría absoluta del censo. Nadie ocupará ese espacio. Los blancos sólo formarían la minoría más numerosa, pero algo alejados del 50% de la sociedad. Los hispanos alcanzarán la cifra de 100 millones de personas. Junto a los afroamericanos y los asiáticos se repartirán la otra mitad del pastel demográfico. En su escrito Ríopedre cita una frase conocida de Yasser Arafat con relación a Israel: “el útero de nuestras mujeres es la mejor arma para doblegar a los judíos”.

Sospecho que mi amigo está bajo el impacto del episodio virginiano de Charlottesville. El obsceno espectáculo del KKK y los supremacistas dando gritos antisemitas y antiinmigrantes, y agrediendo a los manifestantes opuestos (de ellos unos pocos, pero aguerridos antifas insertados entre los demócratas, unos violentos tipos anarcoides que se autodenominan anticapitalistas), con el triste saldo de una muchacha asesinada que nada tenía que ver con los antifas, le pareció el ensayo general para otra guerra civil que se irá incubando lentamente con cada encontronazo, con cada pequeño golpe, hasta que sobrevenga el Armagedón.

A priori, debe admitirse que ningún país esté exento de partirse en facciones rivales que acaban a tiros. Hoy parece imposible que Estados Unidos derive en esa dirección, pero los alemanes antes de 1933 decían que el estrafalario Adolfo Hitler jamás se ganaría el favor del electorado del país más culto y poderoso de Europa. Pocos días antes del comienzo de la Guerra Civil de 1910, el New York Times alabó la fortaleza mexicana lograda bajo la dictadura de Porfirio Díaz. Hay muchos ejemplos.

Veamos los síntomas prebélicos.

¿No eligieron los estadounidenses a Donald Trump, una persona ajena a los partidos políticos, un verdadero outsider que puede decir algo hoy y mañana afirmar lo contrario, al extremo de que Bill Kristol, el líder intelectual de los neoconservadores republicanos, afirma que el expertise de Trump no es el arte de la negociación sino de la demagogia? ¿No dice Trump que el sistema electoral no es fiable y que la prensa miente constantemente? ¿No insulta o despide a los miembros del gabinete que él mismo ha elegido ? ¿No es verdad que republicanos y demócratas no se ponen de acuerdo en casi nada en el terreno legislativo? ¿No es cierto que desde hace muchos años tirios y troyanos toman caminos diferentes en política exterior?

Sin embargo, aunque todos esos síntomas apuntan a la deslegitimación casi total del sistema, no creo que la situación política norteamericana sea hoy peor que en otras épocas. La crispación de la era de Kennedy, el enfrentamiento de los jóvenes con su sucesor Lyndon Johnson y el amargo periodo de Nixon, culminado con su renuncia a la presidencia, me parecen tan o más graves de lo que hoy sucede.

La República americana, ideada esencialmente por James Madison, con sus frenos y contrapesos, ha dado pruebas de una gran resistencia y flexibilidad. Cuando le acusé recibo a Ríopedre le escribí que aunque la próxima guerra civil norteamericana era posible, no creo que sea probable. Los cimientos son demasiado firmes.

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