Por FAUSTO SPOTORNO – ÁMBITO FINANCIERO
Argentina se debe un serio debate sobre la pobreza. El Presidente Macri ha dicho reiteradas veces que tiene como objetivo central del Gobierno la reducción de la misma. El propio jefe de Gabinete compartió una carta sobre ello en los últimos días. Pero lo cierto es que a diferencia de lo que sucede en el mundo, en Argentina la cantidad de personas que viven bajo la línea de pobreza ha venido creciendo en las últimas décadas a pesar del constante aumento del gasto social y de todas las medidas que se han tomado en nombre de los pobres. Lo cierto es que el enfoque asistencialista que hemos tenido localmente no está dando resultados. Probablemente porque estos enfoques relegan el hecho de que la pobreza se ataca generando riqueza.
Nada genera la pobreza, es la riqueza la que debe ser generada. Los datos empíricos confirman esto. Durante casi toda la historia de la civilización, la pobreza fue la norma. Según Bourguignon y Morrison (2002) desde el comienzo de la humanidad hasta el siglo XIX más del 94% de la civilización humana vivía bajo la línea de pobreza absoluta. A partir de la revolución industrial, reducción consistente en los niveles de pobreza y recién entre las décadas de 1970 y 1980 esta cifra cayó a menos de la mitad de la población mundial. Desde entonces el proceso se acelerado aún más y hoy por hoy la pobreza está por debajo del 10%.
La aceleración del crecimiento económico tras la revolución industrial y la expansión del capitalismo fueron los motores tras reducción de la pobreza. El proceso comenzó primero en Europa y luego se fue extendiendo por el resto del mundo, especialmente durante los siglos XIX y XX. A partir de la segunda mitad del siglo XX con la caída del comunismo y la incorporación de Asia a la economía global, el proceso de crecimiento económico mundial se aceleró notablemente y también la caída de la pobreza.
Esta relación entre el crecimiento económico y reducción de la pobreza es muy fuerte y Argentina no es la excepción. La idea de que es posible reducir la pobreza sostenidamente aplicando políticas asistencialistas, sin crecimiento económico no es realista. Por una razón fundamental: la pobreza se reduce creando riqueza.
En Argentina, el 28,6% de las personas están bajo la línea de pobreza. Ello significa que el grupo familiar no tiene el ingreso suficiente como para pagar la canasta básica familiar. Según la estimación del CEDLAS, este indicador de la pobreza viene fluctuando entre 27% y 30% desde el 2011. O sea, la pobreza dejó de caer, cuando el PIB dejó de crecer.
Se podría argumentar que el aumento del gasto público impidió que la pobreza creciera durante estos años de estancamiento. Pero es más cierto aún, que la enorme presión tributaria, las distorsiones que generó el Estado como la inflación, el cierre de la economía o el cepo cambiario en su momento, distorsionaron y atacaron la inversión y dañaron la productividad. Todo lo cual conspiró contra el crecimiento económico, impidiendo que bajaran los niveles de pobreza.
Para reducir la pobreza es necesario que la economía genere más empleos, para esto debe haber más empresas y más negocios más negocio en nuestro país. Ello no significa crear empleos públicos que, no son otra cosa que subsidios disfrazados. Tampoco se puede resolver esto, sólo con hacer más eficiente al Estado. Cuánto más grande es el Estado, más recursos absorbe de los sectores productivos, reduciendo los fondos para crear nuevos negocios, nuevas empresas, para pagar salarios e invertir. Así se vuelve más difícil crecer y, por lo tanto, más difícil reducir la pobreza.
La reacción clásica de los gobiernos ante una crisis es aumentar el gasto púbico para combatir la pobreza (gasto social, empleo público, subsidios, etc.). Pero las medidas temporales tienden a convertirse en definitivas El resultado a largo plazo es este círculo vicioso que tiene Argentina por el cual, cada vez es más alto el gasto social y también la pobreza.
El programa actual del Gobierno que parece entreverse dentro del alud de medidas tiene cierta consistencia o, al menos, apunta correctamente.
Por un lado, se trata de estimular la producción y el empleo con los cambios tributarios y la reforma laboral que se está anunciando. Pero por otra parte, el Estado se encuentra con un enorme déficit fiscal y una gran cantidad de gente sostenida por el gasto público, lo cual impide ir más rápido con las bajas de impuestos necesaria para hacer a la economía productiva. Ello lo ha llevado a un programa muy gradual que tiene como gran debilidad, la necesidad continua de endeudamiento.
(*) Director del Centro de Estudios
Económicos de OJF