Edgardo Zablotsky
Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
INFOBAE – El desarrollo tecnológico y el uso de la web proveen un espacio increíble para que toda persona pueda ejercer la libertad de aprender lo que desea, independientemente de su localización geográfica y, aún en muchos casos, de sus posibilidades económicas. Probablemente en pocas áreas la tecnología ha contribuido tanto, y lo hará mucho más todavía, para gozar de los beneficios de la libertad como lo es en el terreno educativo.
Hoy el problema no es memorizar una gran cantidad de información que autoritariamente un docente nos enuncia. Así se estudiaba hace no tanto tiempo. Lo relevante es aprender a buscar la información, a sistematizarla, sintetizarla y utilizarla con criterio. La información que encontramos en la web no es escasa sino, por el contrario, demasiada y, por supuesto, muchas veces desordenada. Es necesario discernir qué nos es de utilidad para el tema puntual que estamos estudiando o el trabajo que nos encontramos realizando. Por ello, el papel del maestro sigue siendo fundamental, pero es muy distinto al que supo tener años atrás.
Y he aquí un serio problema que, de pensarlo un segundo, resulta obvio. Los chicos que cursan actualmente la primaria reciben una educación esencialmente igual a la que recibieron sus padres y sus abuelos. La escuela no cambia, pero los alumnos sí. Cualquiera que es profesor lo sabe. Esto da por resultado un cóctel explosivo.
La educación, tal como la conocemos hoy, nació en el contexto de la revolución industrial. ¿Cuál era su objetivo? Preparar a los jóvenes para convertirse en buenos empleados para las fábricas, formarlos con un pensamiento homogéneo que funcionara bien en el rutinario entorno laboral de la época. Es claro que en ese entorno el concepto de libertad educativa no tenía ningún significado.
El propósito actual de la educación sigue siendo preparar a los jóvenes para desarrollarse en la sociedad que encontrarán en su vida adulta. Pero estamos en un mundo que cambia a un ritmo sin precedentes. Por eso, la educación hoy debe ser muy distinta.
¿Cómo hacerlo? Aprender a aprender es la respuesta. Ya no importa aprender conocimientos específicos, sino tener la capacidad de aprender en forma continua. Probablemente la mayor parte de lo que un joven necesite aprender, a lo largo de su vida adulta, hoy ni siquiera exista. Cada joven, cada individuo, es distinto y no puede caminar sobre esta cinta sin fin de adquisición de nuevos conocimientos si no goza de la libertad de elegir qué es lo que necesita aprender en cada momento y dónde puede encontrarlo. La revolución tecnológica permite justamente eso.
Enseñar a aprender por sí mismo, ese es el papel del docente en este nuevo mundo en que vivimos. El maestro es un guía que debe motivar al alumno a desear ejercer su libertad de aprender por sí mismo; no existe otra forma de hacerlo.
Aprender a aprender, esa es la idea. La tecnología lo facilita de una manera increíble si somos capaces de utilizarla. Ese es actualmente un gran problema que enfrenta la educación. Repetidas veces los alumnos conocen tanto más de este nuevo mundo que sus maestros, muchos de los cuales pertenecen a una generación en la cual la televisión se veía en blanco y negro.
¿Qué sentido tiene hoy día sentarse a tomar una materia con un profesor que sabe mucho menos que un investigador del MIT, de la Universidad de Harvard o de Chicago, cuyo curso lo podemos tomar en línea? Llegará ese momento en que cada estudiante haga uso de su libertad para armar la currícula que desee, eligiendo cursos que se ofrezcan en distintas universidades, en distintos lugares del mundo. Obviamente, eso será posible cuando en las búsquedas laborales no se requiera un título sino una certificación de conocimientos.
Parece un futuro lejano, yo creo que no lo es. La velocidad del cambio tecnológico es tal que perdemos noción de ella y se acelera exponencialmente. Tarde o temprano el avance tecnológico será tal que pensar que un estudiante deba estar sentado varias horas al día en un aula, tomando durante cinco o seis años un conjunto de materias decididas por burócratas en algún momento lejano del tiempo, será tan sólo un recuerdo.
Es claro que para que ello sea una realidad, el paradigma educativo deberá cambiar: ya no enseñar a nuestros alumnos conocimientos sino la capacidad de aprender a aprender por ellos mismos, de aprender a utilizar todos los recursos que la tecnología ofrece para educarse a lo largo de toda su vida en un marco de mucha mayor libertad. Ese es del desafío de la educación para el siglo XXI.