Esa peligrosa y recurrente obsesión llamada Rusia

Magister en Estudios Internacionales UTDT (Universidad Torcuato Di Tella) y colaborador de Libertad y Progreso.

VISIÓN LIBERAL – Con bombos y platillos, la Casa Blanca finalmente dio a conocer la semana pasada los lineamientos generales de su nueva Estrategia de Seguridad Nacional (ESN), un documento oficial que pretende hacer las veces de hoja de ruta para la política exterior estadounidense en los próximos años. Imbuida de la habitual dosis de grandilocuencia que domina la retórica trumpiana, la nueva doctrina se encarga entre otras cosas de señalar a China y a Rusia como los grandes rivales a vencer en la lucha geopolítica del siglo XXI. Ninguna novedad, en teoría. El sinceramiento de Washington, en definitiva, se produce en un contexto mundial que hace levantar agudas suspicacias, típicamente condensadas alrededor de problemáticas en el ámbito de la seguridad.Relacione Estados Unidos y Rusia

La referencia al gigante asiático, por caso, llega apenas dos meses después de que Xi Jinping anunciara su ambicioso plan de reformas para modernizar el Ejército Popular. En el marco del XIX Congreso del Partido Comunista, el todopoderoso presidente chino hizo especial énfasis en la necesidad de mejorar la calidad profesional del personal militar, fortalecer la integración de las fuerzas y expandir las misiones en el exterior. No obstante, el mismo Xi se apresuró a negar cualquier acusación de imperialismo, expresando que sus metas recién se alcanzarían en unas tres décadas.

Por el flanco de Rusia, en cambio, la preocupación cobra otro relieve. Con el entuerto ucraniano aún sin resolver, el temor a un aumento de la injerencia rusa en el este europeo vuelve a agitar los fantasmas de la Guerra Fría y a teñir de incertidumbre el futuro de la gobernanza global.

En concreto, no sería aventurado pensar que la declaración de propósitos por parte de Washington refuerce el ímpetu de Moscú para continuar con el proceso de transformación de sus fuerzas armadas. Una reconversión que, en el fondo, no es más que una respuesta lógica con la que el Kremlin busca suplir una serie de deficiencias que podrían costarle muy caro en una eventual contienda.

En efecto, queda claro que los planificadores rusos son conscientes de las desventajas operacionales que deberían asumir en un conflicto prolongado con un adversario de la talla de la OTAN, especialmente a nivel de enfrentamientos en el terreno. Con respecto a esta cuestión, resulta evidente que las defensas terrestres a disposición de Moscú poseen un poder de fuego absolutamente inferior en comparación con las de la alianza atlántica. Aunque la infantería rusa goza de una mayor capacidad de despliegue de pelotones en el campo de batalla, es posible imaginar que las ventajas estadounidenses en términos de eficiencia organizacional y sofisticación tecnológica torcerían el rumbo en favor de Occidente.

Este desbalance, sin embargo, parece no inquietar demasiado al Kremlin. De hecho, los mandos rusos apuestan a reducir la brecha estratégica mediante la utilización de sistemas antiaéreos fuertemente articulados con el resto de los instrumentos, un número limitado de baluartes defensivos y -hablando eufemísticamente- el estrechamiento de vínculos con los países limítrofes. En ese sentido, los esfuerzos dirigidos a alentar el desarrollo de la industria aeroespacial revelan hasta cierto punto cuales son las alternativas que están sobre la mesa.

Asimismo, este diagnóstico es un buen punto de partida para entender ciertos cambios tácticos. Uno de ellos, por ejemplo, tiene que ver con la tendencia a priorizar el perfeccionamiento de técnicas de precisión y movilidad para mitigar los desequilibrios percibidos en el choque directo. Un análisis objetivo de la situación, desde luego, obligaría al Kremlin a tratar de aceitar los mecanismos de coordinación entre los distintos sectores a fin de multiplicar las probabilidades de éxito en los primeros días de campaña. En lugar de adoptar un comportamiento de carácter ofensivo, cabría esperar que las fuerzas rusas apelen a maniobras de distracción y localización de objetivos críticos para después lanzar embestidas con artillería masiva. La clave, siguiendo esa línea de razonamiento, consiste en maximizar los métodos de acción asimétricos, ya sea a través del uso de armas de energía cinética, ataques cibernéticos o incendios indirectos.

Por otro lado, si bien la experiencia de combate en Siria demostró que las tropas aerotransportadas rusas cuentan con la preparación adecuada para quebrar la resistencia de grupos guerrilleros, es muy difícil prever lo que podría pasar en una guerra convencional, cuya complejidad entrañaría no sólo otra magnitud de violencia, sino además una ecuación política más complicada.

“América va a ganar”, se animó a vaticinar Trump. Una arenga para enfervorizar a sus seguidores, obviamente. Pero quizás, también, una verbalización involuntaria de su propio desconcierto ante una disputa que nadie sabe cómo terminaría.