Carlos Rodríguez Braun
Consejero Académico de Libertad y Progreso
La corrupción política ocasiona escándalo en los ciudadanos, pero no siempre mucho impacto en sus votos.
Se dirá que somos hipócritas. Sin embargo, parece que esta paradójica conducta se limita al ámbito político. En el resto de nuestra vida social no somos así, y siempre reaccionamos cuando alguien nos miente o nos arrebata lo que es nuestro, o simplemente muestra una conducta que no está a la altura de nuestras expectativas.
Por ejemplo, hace poco conocimos que unos cooperantes de Oxfam, una ONG que presume de “combatir la pobreza y el sufrimiento”, habían protagonizado una serie de episodios de abusos sexuales e irregularidades económicas. La respuesta fue inmediata: varios donantes manifestaron su deseo de interrumpir su colaboración con Oxfam, y sólo en España más de 1.200 personas abandonaron la organización. Es lógico: no tiene sentido ayudar a una organización humanitaria cuyos patrones éticos dejan, en varios casos, tanto que desear.
Pero, entonces, ¿por qué somos tan severos con Oxfam y no lo somos con los políticos? Todo indica, en efecto, que los políticos pueden actuar de manera detestable, pero seguir contando con apoyo popular. Pensemos en el gran éxito del PSOE en nuestra Andalucía desde hace décadas: la corrupción puede haberle afectado, sin duda, pero no lo ha hundido por completo en la catástrofe electoral. Esto vale también para el PP en varios lugares de España, como Madrid o Valencia. Y la espectacular corrupción de los nacionalistas catalanes no ha acabado con ellos del todo, y eso que venía protagonizada nada menos que por la “familia real” de Jordi Pujol.
Una diferencia apreciable entre Oxfam y los partidos políticos estriba en las alternativas. Hay numerosas ONGs, y muchas organizaciones caritativas, religosas o laicas. Si no nos gusta una de ellas siempre podemos colaborar con otra. En cambio, el abanico de formaciones políticas con opciones parlamentarias o de gobierno es siempre estrecho. Entre esa circunstancia y el hecho de que los políticos se financian con dinero extraído a la fuerza de nuestros bolsillos, independientemente de la mala opinión que tengamos de ellos, todo conspira para que nuestros estándares morales sea particularmente laxos con las autoridades. Más que hipócritas, ante la política somos cínicos.
Este artículo fue publicado originalmente en El Periódico de Sotogrande (España) el 23 de febrero de 2018.