En torno al esquema Ponzi

Presidente del Consejo Académico en

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

EL CRONISTA – Hay veces que se denuncian estafas sin percatarse de la estafa mayor en que viven los denunciantes que centran su atención en islas más o menos insignificantes en comparación con otras inmensas que los rodean.

Como es del público conocimiento se ha dado en llamar esquema piramidal o esquema Ponzi a la presentación de aparentes inversiones jugosas cuando en verdad se oculta un asalto al incauto que entrega sus ahorros con la promesa de retornos majestuosos.

En verdad el sistema opera en base a la entrega de los intereses prometidos pero que básicamente se financian con el principal de otros. En la medida en que todos confían no se reclama el principal y si ocurre marginalmente se argumenta que los dineros están colocados, hasta que se revierte la situación por diversos factores y se descubre el entramado fraudulento al interrumpir el flujo.

Esto lo llevó a cabo en gran escala el decimonónico Carlo Ponzi en base a la adquisición de cupones postales imitando al precursor en esos menesteres William Miller con operaciones de menor cuantía.

A través de la historia se registraron casos de estafas similares alegando distintas carteras, pero como es sabido se destaca un sonado caso en Estados Unidos y recientemente uno en nuestro país de características parecidas.

Mi punto en esta nota es que se llevan a cabo estafas de esa índole de modo sistemático y oficializado sin que se multipliquen las denuncias. Es el caso de los llamados esquemas estatales de seguridad social (más bien de inseguridad antisocial) basados en sistemas de reparto y por tanto actuarialmente quebrados que deben ser sufragados por cargas impositivas adicionales.

Estos sistemas entregan cifras insignificantes a los que depositaron obligadamente el fruto de sus trabajos que no guardan la más mínima relación con lo que podrían haber obtenido calculado el respectivo interés compuesto.

El seudoargumento para obligar a los aportes es que la gente no es previsora para su vejez. Un razonamiento errado por partida doble. En primer lugar si esto fuera así los aparatos estatales deberían destinar agentes de policía para verificar que una vez cobrada la pensión no la utilicen para beber en el bar de la esquina, con lo  que se habrá implementado un sistema orwelliano. En segundo lugar, los hechos desmienten esa hipótesis, por ejemplo, en el caso argentino en el que los inmigrantes invertían en terrenos y departamentitos para alquilar lo cual fue aniquilado por las nefastas leyes de alquileres y desalojos.

Y no se trata de convertir el sistema de reparto estatal en uno obligatorio de capitalización privado. Se trata de que cada uno pueda disponer libremente de su bolsillo.

Por último, destaco otro esquema Ponzi de envergadura colosal como es el endeudamiento público liderado desde hace un tiempo nada menos que por Estados Unidos. Ninguna familia ni empresa ni gobierno pueden mantenerse a flote por tiempo indefinido viviendo de prestado, especulando con que no se reclamará el principal y que se puedan pagar los intereses.