FMI, la última alcancía para evitar la crisis

LA NACIÓN – Es muy positivo escuchar a los funcionarios del gobierno enfatizar que la Argentina no puede ser un país viable si su Estado sigue gastando más de lo que recauda, como hemos hecho en las últimas siete décadas. Si evaluamos cada una de las crisis durante este período, llegaremos a la conclusión de que tuvieron que ver con gestiones que se excedieron en las erogaciones del sector público. La única diferencia es cómo terminaron corrigiéndose dichas cuentas. Y eso dependió de cómo se financiaron.

Cuando no hubo crédito disponible se usaron las reservas y la emisión del Banco Central (BCRA) hasta quebrarlo. Un ejemplo de ello es lo que sucedió en los años 80, que terminó en la hiperinflación de 1989. Para los que son más jóvenes o no tienen memoria de aquello, pueden mirar a Venezuela, donde empezaron con un cepo cambiario ocho años antes que nosotros, quebraron su banco central, y ahora están viviendo una tremenda hiperinflación. De hecho, iríamos en igual camino si no hubiéramos cambiado con nuestro voto el modelo que impuso el gobierno anterior.

Cuando los funcionarios de turno tuvieron acceso al crédito voluntario, se endeudaron para mantener los excesos de erogaciones hasta derivar en un default. Ya llevamos ocho de ellos y el último fue en 2001. Lamentablemente, quizás por exceso de optimismo y prudencia, durante los últimos dos años la actual gestión decidió resolver muy gradualmente el enorme gasto público heredado utilizando el financiamiento internacional que supo recuperar con sus políticas.

Esto tuvo dos costos. El primero obligó al sector privado productivo a hacer todo el ajuste e incluso fue el que sufrió la quita de subsidios a las tarifas, el único ítem en el que bajaron las erogaciones estatales hasta 2017. Así, los empresarios y trabajadores tuvieron que arrastrar una carreta con un monstruo inútil y pesado, el Estado, lo que implicó una tardía y lenta recuperación económica. El otro costo fue que nos alejamos tan despacio del precipicio de la quiebra del sector público y del BCRA que heredaron, que aún estamos demasiado cerca de él; lo que implica que cualquier ventarrón externo (crisis o turbulencia fuerte) puede tirarnos al vacío.

De hecho, en abril, apenas se notaron algunos “vientos internacionales” moderados, los inversores vieron con temor cómo la Argentina se bamboleaba más que las demás economías. Un BCRA que había perdido la confianza en que priorizaría la defensa del valor del peso, se las vio complicado para frenar una corrida cambiaria que incluyó la salida de capitales por ponerle impuestos a las rentas de los extranjeros. En definitiva, el crédito para nuestro país se acotó fuertemente y el Banco Central a duras penas logró una coyuntural estabilidad cambiaria con un altísimo costo, en particular para los argentinos que vieron perder alrededor de 30% del valor de sus pesos en lo que va del año.

Un factor para la tranquilidad

La decisión del Gobierno de buscar el financiamiento de organismos internacionales a través de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) fue un factor fundamental para devolver la tranquilidad. El 4 de marzo último, en un reportaje en estas páginas advertíamos sobre el riesgo de que este tipo de turbulencias cortara el crédito para la Argentina y recomendábamos armar una red de créditos contingentes para poder enfrentar dicha situación. Ahora que ya lo hicimos, lo importante es entender para qué debe servir.

Algunos políticos y economistas salieron a hablar del gran ajuste que impondrá el FMI. Al contrario, ajuste violento es el que enfrentaríamos sin esta posibilidad de financiamiento. No entienden algo tan sencillo como que, si uno no tiene quien le preste, no puede gastar de más. O sea, el recorte del gasto público sería inmediato; lo que siempre se terminó haciendo en medio de una crisis, o sea con el mayor costo social posible. Como fue, por ejemplo, en 2002, con 54% de pobreza.

Al contrario, ahora tenemos la posibilidad de contar con crédito para hacer una reforma del Estado para que nos sea útil y pagable a los argentinos, y usarlo para morigerar el costo social que implique (ver propuesta en el sitio de Libertad y Progreso). Lamentablemente, no aprovechamos el crédito voluntario para hacerlo, ahora no desperdiciemos la última “alcancía” que nos queda. Si no lo hacemos, en unos años nos encontraremos con los mismos problemas, un mayor endeudamiento y ningún financiamiento posible; por lo que terminaremos resolviendo los problemas de la peor forma, con una crisis como todas las veces anteriores.

La responsabilidad primaria de este esfuerzo a realizar es del Presidente Mauricio Macri y su equipo; pero también de la oposición, ya que el oficialismo no tiene mayoría legislativa. Todos deben mostrar en esta ocasión la responsabilidad que no se observó en otras épocas, en las que los argentinos fuimos llevados a vivir varias debacles. Sin embargo, no solamente debemos esperar que nuestra dirigencia política esté a la altura de las circunstancias. Debemos exigírselos como ciudadanos; ya que es nuestro futuro el que está en juego.