Otra vez, viviendo de la emergencia impositiva

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso. Licenciado en Economía por la Universidad Católica Argentina. Es consultor económico y Profesor titular de Economía Aplicada del Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica del Master de Economía y Administración de CEYCE.

INFOBAE – Francamente es preocupante que al Gobierno le haya llevado todo un fin de semana para estudiar cómo enfrentar la crisis cambiaria y terminar anunciando un aumento de impuestos junto con un nuevo organigrama de Ministerios, que dudo genere grandes ahorros

Francamente es preocupante que al gobierno le haya llevado todo un fin de semana de deliberaciones estudiar cómo enfrentar la crisis cambiaria, y terminar anunciando un aumento de impuestos junto con un nuevo organigrama de la administración pública nacional que dudo genere grandes ahorros por el lado del gasto público. No queda claro en qué se ahorraran 0,4 puntos del PBI en 2019 entre gastos corrientes, remuneraciones y gastos operativos. Estamos hablando $ 73.680 millones de acuerdo al PBI que dieron a conocer para 2019. De todas maneras, de los 2,6 puntos del PBI que van a bajar el déficit fiscal, el 65% de esa baja se explica por aumentos de impuestos (los nuevos derechos de exportación de monto fijo y por postergar por un año el aumento del mínimo no imponible) y otros 0,5% de ahorros en subsidios económicos que en rigor es trasladarle al sector privado la baja del gasto público vía mayores tarifas. Lo que antes se pagaba con impuestos ahora se pagará en las facturas de los servicios públicos.Altos impuestos, muchos impuestos

Ahora bien, algo que uno no puede entender es que gente que viene del mundo empresarial siga con la costumbre de aplicar impuestos de emergencia, porque los impuestos de emergencia son una situación permanente en Argentina. Paso a recordar:

  • El impuesto a las ganancias comenzó como un impuesto de emergencia en 1932 con el nombre de impuesto a los réditos. Es decir, llevamos 86 años de emergencia.
  • En 1995, por el efecto tequila, el IVA tuvo un aumento de emergencia del 18% al 21%. Esa emergencia iba a durar desde abril de ese año hasta diciembre del mismo año. Llevamos 23 años de emergencia con el IVA en el 21%.
  • El impuesto al cheque se estableció en 2001 como un impuesto de emergencia que iba a durar hasta diciembre de 2002. Llevamos 17 años de emergencia.
  • Las retenciones a las exportaciones se establecieron en 2002 como una emergencia y ya llevamos 16 años de emergencia.
  • Ahora nos informan un impuesto de monto fijo a las exportaciones de $ 3 a $ 4 dependiendo del producto, con lo cual nuevamente estamos en emergencia.

La emergencia impositiva es el estado natural de Argentina y es lo que nos lleva a ser poco competitivos a la hora de captar inversiones.

Con el argumento que no se puede tocar el gasto público porque estalla el país, o se viene la conflictividad social y argumentos por el estilo, la realidad es que seguimos teniendo un gasto público que ahoga el crecimiento económico. Por eso es errado el razonamiento que con el crecimiento económico el gasto público va a terminar licuándose sobre el PBI. La realidad es que el PBI no puede crecer en forma sostenida mientras no haya inversiones y no habrá inversiones con esta carga impositiva confiscatoria, la que a su vez es consecuencia del nivel de gasto público.

Tampoco es cierto que el 2017 veníamos creciendo bien en forma genuina. Buena parte de ese crecimiento estuvo sustentado en obra pública financiada con deuda externa que se terminó cuando se cortó el financiamiento externo.

Uno puede entender que a menos de un año de las PASO ya no quede demasiado margen para aplicar un plan económico consistente, aunque habrá que ver si las medidas anunciadas alcanzan para llegar sin desbordes a agosto del año que viene. Ahora, si bien queda escaso margen para aplicar medidas estructurales de cara a las elecciones, también es cierto que se desperdiciaron dos grandes oportunidades en el pasado: 1) el 10 de diciembre de 2015 y 2) luego de las elecciones de medio término en 2017. Esto hace dudar de la verdadera vocación de cambios estructurales que puede haber en el gobierno. Porque si no hay convicción que el problema no es solamente el déficit fiscal, sino fundamentalmente el nivel de gasto público, nunca van a avanzar en el sentido de bajar el gasto para reducir el déficit fiscal.

Cuando Cambiemos asumió el gobierno, seguramente sabía que el nivel de gasto público que heredaba del kirchnerismo se traducía en una feroz carga impositiva que, junto con la inseguridad jurídica y el cepo cambiario, impedían toda posibilidad de crecer. Los desafíos que tenía por delante eran gigantescos y nadie pedía solucionar todo lo heredado en cuatro años de mandato, pero sí cambiar el rumbo. El cambio de rumbo no consistía solamente en eliminar el cepo cambiario. El cambio de rumbo implicaba comenzar a cambiar los valores que imperan en nuestra sociedad que son los que establecen la calidad de nuestras instituciones, es decir las normas, leyes, códigos y costumbres que regulan las relaciones entre los particulares entre sí y los particulares con el estado. Es decir, terminar con la cultura de la dádiva y reimplantar la cultura del trabajo. Sin embargo, desde que asumieron en 2015, varios funcionarios de Cambiemos viven compitiendo con el kirchnerismo para ver quién otorgó más planes sociales. Macri dice que quiere que midan su gestión por la reducción de la pobreza. En todo caso sería mejor medir el éxito de su gestión por la menor cantidad de planes sociales que tiene que otorgar el gobierno porque eso va a significar que las familias pueden mantenerse gracias al fruto de su trabajo y no del trabajo ajeno.

¿Qué tipo de sociedad competitiva puede construirse, considerando los cambios tecnológicos que vemos que llegan como un tsunami, si hay generaciones que viven viendo como sus padres no trabajan y viven del plan social? Ese es el primer gran cambio cultural que tiene que impulsar Cambiemos para poder iniciar una senda de crecimiento basada en las inversiones para poder incrementar la productividad y bajar la pobreza. Todo eso no se logra con más impuestazos.

Es probable que con el aumento del tipo de cambio mejoren las exportaciones y se produzca cierto grado de sustitución de importaciones, pero como en tantas otras oportunidades, las exportaciones no mejorarán por mayor competitividad, sino por esconder, transitoriamente, las ineficiencias estructurales detrás de un tipo de cambio más alto. Esto lo hemos visto en infinidad de oportunidades, hasta que se licua el tipo de cambio real y volvemos a los problemas del sector externo.

Insisto, si las medidas anunciadas son para llegar a las elecciones de 2019 sin estallidos económicos, se entiende aunque habremos perdido 4 años más de nuestras vidas en financiar un estado ineficiente. Ahora, si creen que se construye una política económica de largo plazo con este nivel de gasto público, esta carga tributaria y esta cultura de la dádiva, seguimos en el mismo problema que nos hizo entrar en esta larga senda de decadencia populista que ya lleva, por lo menos, 70 años.

Mientras tanto, seguimos aumentando nuestra emergencia impositiva.

ESTA NOTA FUE PUBLICADA ORIGINALMENTE EN http://www.infobae.com