11 de septiembre y guerra perpetua

Ha publicado artículos en diarios de Estados Unidos y de América Latina y ha aparecido en las cadenas televisivas.

Es miembro de la Mont Pèlerin Society y del Council on Foreign Relations.

Recibió su BA en Northwestern University y su Maestría en la Escuela de Estudios Internacionales de Johns Hopkins University.

Trabajó en asuntos interamericanos en el Center for Strategic and International Studies y en Caribbean/Latin American Action.

EL COMERCIO – PERÚ – Hoy, hace 17 años, EE.UU. sufrió una serie de ataques terroristas que dejaron alrededor de 3.000 personas muertas. Cambió la psicología del país, pues desde entonces los estadounidenses sobreestiman por mucho el riesgo que representa el terrorismo. Esa mentalidad, a su vez, ha influido en su política exterior, que después del 11 de septiembre ha mantenido a EE.UU. en un estado de guerra perpetua.aNIVERSARIO ATAQUE A LAS TORRES

El temor profundo que causaron aquellos ataques fue entendible, así como la necesidad de revaluar las políticas nacionales de seguridad. Pero la realidad es que, en cuanto al terrorismo, EE.UU. ha sido por décadas un país bastante seguro, y luego del 11 de septiembre, lo ha sido aun más. Desde 1975 hasta el 2015, la probabilidad de ser asesinado en EE.UU. por un terrorista nacido en el extranjero fue de 1 en 3,6 millones por año. Desde el 11 de septiembre del 2001, la probabilidad cayó de 1 en 50 millones por año.

El politólogo John Mueller reporta que, desde esa fecha, los terroristas islámicos han matado a unas seis personas por año en EE.UU. Él pide que se pongan esos números en contexto: los relámpagos matan a unas 46 personas por año en EE.UU., mientras que 300 personas mueren al año a causa de ahogarse en la tina.

Una de las razones por las que EE.UU. se ha vuelto tan seguro en los últimos 17 años es que el sistema de revisión migratorio mejoró enormemente tras haber fracasado antes de los ataques del 2001. Desde entonces, solo se ha aprobado la entrada de un terrorista por cada 29 millones de visas o aprobaciones de entrada otorgadas.

A pesar de gozar de niveles altos de seguridad, los estadounidenses aún sienten temor. Eso explica en parte el apoyo a políticas que pretenden mejorar la seguridad de EE.UU., pero que guardan poca relación con ella. La prohibición a la entrada de ciudadanos de siete países musulmanes que anunció el presidente Trump el año pasado es un ejemplo. Migrantes de esos países jamás han matado a un norteamericano en actos terroristas en territorio estadounidense.

Se está gastando gran cantidad de dinero en políticas que hacen poca diferencia, pero que responden a los temores de los estadounidenses. En la práctica, hace de EE.UU. un país menos seguro, pues se podría estar enfocando los recursos en políticas más efectivas. Pero Mueller sugiere que la alta seguridad refleja más que nada el hecho de que la amenaza del terrorismo islámico en EE.UU. ha sido exagerada. Documenta cómo dichos terroristas dentro de EE.UU. son típicamente ineptos y pocos. La amenaza existe, pero su magnitud es menor.

El miedo también influye en la política exterior. A partir de hoy día, empezará a haber estadounidenses que nacieron luego de los actos terroristas del 2001 y que podrán inscribirse en las Fuerzas Armadas para luchar en la guerra en Afganistán que EE.UU. comenzó en octubre de ese año.

Desde esa fecha, la guerra permanente se ha vuelto la norma en EE.UU. Actualmente, Washington está en guerra en por lo menos siete países –como Somalia, Siria e Iraq– donde se mantiene militarmente activo. Barack Obama fue el primer presidente estadounidense que sirvió dos períodos y que estuvo en guerra cada día de su administración. En el 2016, el último año de su gobierno, EE.UU. soltó 26.172 bombas en siete países, según el Council on Foreign Relations. Todo indica que, bajo Trump, EE.UU. se ha vuelto aun más bélico.

Que el presidente pueda involucrar al país en guerras perpetuas no declaradas y con casi nula participación del Congreso, además de ser poco eficaz a la hora de combatir el terrorismo, constituye uno de los legados más nefastos del 2001.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 11 de septiembre de 2018.