Grandeza y decadencia de EE.UU.

Miembro del Consejo Académico, Libertad y Progreso

EL CATO – Una humilde señora hondureña vino a Miami a visitar a su familia. Todos habían salido huyendo de su país para salvar la vida. A uno de sus hijos, un joven laborioso y decente, lo asesinaron de 38 puñaladas. Su hija era un buena maestra y su yerno un alto funcionario de una institución de créditos. Sus tres nietos eran (y son) magníficos estudiantes. Las maras amenazaron con matarlos uno a uno si no se sometían a las extorsiones.Análisis política internacional

Decidieron escapar a Miami. La maestra hoy trabaja de asistente en varios hogares. El contable lo hace en la construcción. Es una variante del comienzo del sueño americano. Afortunadamente, EE.UU. les concedió el asilo. Esto sucedió antes de que Jeff Sessions declarara que su país no tendría en cuenta el riesgo de perder la vida como razón suficiente para solicitar el asilo y protección de Washington. A mí, francamente, no se me ocurre una explicación más válida para huir de una nación en la que estaban cómodamente instalados.

A lo que iba. La matriarca hondureña se quedó admirada por el cuadro económico que encontró. “Ustedes viven como los ricos en Honduras”, les dijo. Y luego les explicó por qué. Alquilan una casita cómoda (en un barrio limpio y modesto) con tres dormitorios y un baño que tiene agua fría y caliente. La vivienda posee electricidad, teléfono, tv, aire acondicionado e internet. Están pagando dos pequeños autos japoneses usados, también con aire acondicionado, porque los necesitan para trabajar.

Todos comen y visten razonablemente bien. Tienen teléfonos portátiles y, como saben ahorrar, hasta se han ido de vacaciones una semana dentro del país. Los varones estudian en un buen High School público y la muchacha, que es la mayor del trío juvenil, lo hace en el Miami Dade College, donde no ha pasado inadvertida para el ojo educado y educador de Eduardo Padrón, Presidente de esa enorme universidad del Estado, la mayor del país: más de 160.000 alumnos. Ella es de las mejores. Se ha propuesto ser médico y lo logrará algún día. Le sobran talento y tenacidad.

La abuela de la historia (absolutamente real) tiene razón: su familia pobre en EE.UU. vive como los ricos en Honduras. En cierta forma, mejor que ellos: no hay maras al acecho ni guardaespaldas tremebundos, poseen protección policiaca, un sistema judicial que funciona, y hasta un seguro médico al que llaman Obamacare que les permite curarse las enfermedades a un costo bajo.

EE.UU. ya era la primera economía del planeta a principios del siglo XX. ¿Cómo lo ha hizo? No hay otro secreto: se trata de un país de leyes e instituciones y no de personas. La nación independiente surgió con la revolución industrial y ha crecido y se ha expandido poco a poco, al ritmo del 2% anual, pero durante dos siglos y medio, con la excepción de los 4 años de la guerra civil. Los trece estados recelosos que declararon la independencia, con algo menos de 4 millones de habitantes, hoy son 50 estados y cuentan con 327 millones de personas desigualmente repartidas en un territorio que es 6 veces mayor que el original.

Nunca la humanidad ha vivido mejor. Nunca ha vivido más tiempo y con más comodidades. Vale la pena leer los libros de Steven Pinker para contrastar los datos. Ahí está toda la información razonada. La laboriosa familia hondureña participa de la riqueza acumulada estadounidense (edificios, carreteras, alcantarillados, puentes, parques, etcétera) y de la riqueza potencial que depende de factores intangibles (institucionesrule of lawvalores y principios compartidos).

Algún día, claro, EE.UU. dejará de ser la cabeza del planeta. Siempre ha ocurrido así. La historia de Grecia, Roma, España, Francia, Alemania e Inglaterra lo demuestra. Probablemente China reemplace a la nación americana. Todo está en que combine el poderío militar con el tecnológico y el económico. Es posible que descubra una manera más eficiente de matar a los seres humanos que la guerra nuclear. Si ello sucede tal vez la empleen. Ocurrirá a mediados de este siglo. Los viejos, espero, no lo veremos.

Este artículo fue publicado originalment en el Blog de Carlos Alberto Montaner (EE.UU.) el 15 de septiembre de 2018.