La Revolución Industrial: Un Milagro Demonizado

Por Francisco Lucero.

¿Por qué un periódo histórico tan próspero, fundamental para comprender la actualidad, se encuentra tan demonizado? ¿Qué significó para el mundo y por qué no aconteció antes? La respuesta es la misma.

Años atrás, cuando comencé a estudiar en la carrera de Comunicación Social en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, emblemática usina de militancia de todas las tendencias izquierdistas existentes y por existir, yo mantenía incólumne la fé socialista derivada de una década de adoctrinamiento en el sistema escolar kirchnerista que supo aprovecharse de mi formación cristiana  y la devoción que profesaba por las novelas de Dickens y Victor Hugo.

No obstante mi paso por la universidad, signada por la hegemonía cultural progresista, implicó comenzar a cuestionarme aquel dogma, empezando por su maniquea tergiversación de la historia.

Al revés de mis compañeros, que en su mayoría carecían de una ideología definida al comenzar la carrera pero tardaron poco y nada en sucumbir a los cantos de sirena de tantos catedráticos y autores posmarxistas que nos tocaron en suerte.

En multitud de materias tratamos La Revolución Industrial, marco económico en el que se desenvolvió La Ilustración, como un fenómeno inconexo o más bien opuesto a éste.

Pero a base de investigar rigurosamente por fuera de las fuentes establecidas, caí en cuenta de que la sombría distopía de explotación fabril, miseria masificada y descontento generalizado que nos relataron distaba mucho de la realidad de los hechos.

Nació en Inglaterra, cuna del pensamiento liberal, y paradójicamente nación que acogería tiempo después a Marx y a Engels, una potencia que emergió de las entrañas de aquel capitalismo laissez faire del que hoy reniegan populistas de izquierda y derecha.

La producción industrial en Inglaterra creció a un ritmo del 3-4% anual entre 1782 y 1855. La renta nacional se duplicó entre 1800 y 1850. La manufactura, que en 1770 representaba una quinta parte de la economía, suponía un tercio del total en 1831. Las botas reemplazaron a los chanclos y se popularizaron complementos como los sombreros, los pañuelos o los relojes. Prosperaron las cajas de ahorro, las sociedades de mutuo socorro, los sindicatos, los periódicos y opúsculos, las escuelas y los templos no conformistas.

Bajó el precio de la ropa, el té, el café y el azúcar. En 1830 el londinense medio consumía semanalmente casi la misma cantidad de alimentos básicos que en 1959. Gracias a una comida más sana, unos hogares más confortables y una mayor higiene, la gente fue menos propensa al contagio de enfermedades como la tisis. Se redujo la mortalidad infantil y se triplicó la población del país en el espacio de un siglo. El mundo nunca volvería a ser igual desde entonces.

A medida que avanzaba en mi investigación, una incógnita asaltaba mi mente con cada vez mayor frecuencia:

¿Cuál fue la causa de esta extraordinaria transformación social?

La Revolución industrial suele atribuirse al marco legal inglés imperante en aquella época, fuertemente inspirado en ideas liberales. Sin embargo, si fue producto del liberalismo y su estructura de incentivos, ¿por qué no ocurrió antes?

La economía mundial estuvo básicamente estancada, con tasas de crecimiento nulas o muy bajas, desde que el hombre recolector se hizo agricultor hace 10.000 años.

El historiador económico Gregory Clark, autor de A Farewell To Arms: A Brief Economis History of the Worldsostiene que para explicar un retraso de 10.000 años de la Revolución Industrial hay que mantener la ficción de que todas las sociedades anteriores a 1800 eran tiranías como la de Kim Jon Il en Corea del Norte. Y lo cierto es que durante ese periodo de estancamiento económico hubo numerosos ejemplos de sociedades de mercado totalmente incentivadas.

En las listas tributarias inglesas en 1377-81 había abundancia de comerciantes, artesanos y mercaderes.

 En los registros de la universidad de Oxford, en 1500, pueden encontrarse los descendientes de esos comerciantes y artesanos, ahora integrados en las élites de la sociedad medieval.

 Las ciudades-Estado de Florencia o Venecia en el Renacimiento fueron sociedades notoriamente comerciales, lo mismo que los Países Bajos en el siglo XVII. Londres y París ya eran multiculturales en 1300.

Las ciudades medievales eran hubs mercantiles y los monarcas cargaban impuestos bajos para evitar la fuga de riqueza. Con todo, estas sociedades tuvieron tasas de crecimiento económico muy bajas.

Esta circunstancia lleva a autores como Gregory Clark, Deirdre McCloskey o Joel Mokyr a atribuir la causa de la Revolución Industrial a un cambio cultural, de comportamiento y de valores.

El crecimiento económico sería así resultado de que la sociedad moderna respete, admire y promueva actividades como el ánimo de lucro, la innovación y el marketing.

 Este auge de las “virtudes burguesas” explicaría por qué sociedades como las de los países nórdicos siguen produciendo e innovando a pesar de la fuerte intervención del Estado.

Algunos historiadores sugieren que en su estudio Clark ignora varios cambios políticos importantes que tuvieron lugar en el Inglaterra entre 1500 y 1800, como las actas de cercamiento que parcelaron lo que antes eran terrenos comunales.

No obstante, aun suponiendo que estas políticas no hubieran tenido ningún efecto y los incentivos económicos no pudieran explicar por sí solos el progreso de la humanidad y sus irregularidades, ello no significa que no sean un factor necesario.

Bryan Caplan propone un modelo de “crecimiento multiplicativo” según el cual, para que una economía despegue, tienen que darse varias condiciones:

  1. Un sistema político que promueva los incentivos económicos adecuados. Los experimentos históricos de Corea del Norte y Corea del Sur, de la China continental y Hong Kong/Taiwán/Singapur, Alemania Occidental y Oriental, muestran que el sistema político puede marcar claramente la diferencia.
  2. Una masa crítica de población, que permita aprovechar las economías de escala y la división del trabajo. Además, cuanto mayor sea la población, más ideas van a descubrirse e intercambiarse. Un pequeño grupo aislado a duras penas podrá superar el nivel de subsistencia.
  3. Un grado determinado de conocimiento científico, pues el desarrollo económico estuvo estrechamente ligado a un conjunto de invenciones, como el transporte, la electricidad o la imprenta.

Si una de las tres condiciones está ausente, la economía no llegaría a despegar.

De este modo, es posible que la Revolución Industrial no ocurriera antes porque los incentivos económicos no eran suficientes.

Pero lo cierto es que ocurrió en el Reino Unido, que es donde imperaban leyes más liberales, y no en otro lugar, lo que parece indicar que la estructura de incentivos propia del liberalismo es, cuando menos, necesaria.

Tal como rezaba el eslogan de una campaña electoral de enemigos del comercio y la libertad, no fue magia.

Otra verdad incómoda para añadir a la larga lista de proscripciones académicas del pensamiento único.