Ahora hay tirapiedras en el seno del G20

Presidente del Consejo Académico en

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

De tanta manifestación antiglobalización en las calles y tanta piedra contra los representantes del G20 en distintas partes del mundo, resulta que algunos de los encumbrados miembros han comenzado a arrojar piedras ellos mismos, comenzando por el presidente estadounidense que se ha constituido en principal crítico de la globalización. También se esbozan imitadores en la misma mesa del G20 (para no decir nada de las mafias rusas en el poder, la dictadura turca o el representante saudí…sobre el caso chino comentamos más abajo).

Globalización quiere decir intercambios abiertos de bienes y servicios como consecuencia de los notables progresos en las comunicaciones, en los transportes y en la tecnología en general. Esto en el contexto de un capitalismo donde el conocimiento cada vez ocupa una posición relativa mayor respecto al capital físico. Desde siempre cuando se parla de las tasas de capitalización se alude al conocimiento puesto que lo inerte no significa nada si no es primero pensado, construido y aplicado.Política argentina y el g20

Es en verdad paradójico que en la era del conocimiento y el consecuente menor peso relativo de la materia se esté en pleno materialismo filosófico. George Gilder apunta en esa dirección en su obra titulada The Quantum Revolution in Microcosm: Economics and Technology en la que se alarma del materialismo filosófico imperante (o determinisno físico para recurrir a terminología popperiana), una “superstición” que se traduce en “la idea que la mente es materia”, sin embargo “la actividad del cerebro siempre ocurre bajo el dominio y la influencia de la mente autónoma”. Gilder reitera que “La idea de la computadora como una mente es el ídolo de la superstición materialista” puesto que “la computadora que es el cerebro tiene que ser programada y operada por una agencia capaz de entendimiento independiente”. Concluye que el determinismo físico “es parte de un pacto de Fausto: un trato con el diablo por el que incorporamos fabulosas máquinas a cambio de nuestras propias almas” ya que “Una teoría intelectual que materializa o mecaniza a los teóricos es autodestructiva. La psicología behavorista, la biología determinista y la física materialista son disparates incomprensibles porque eliminan al científico y su objetivo trascendental de la búsqueda de la verdad”.

El actual mandatario estadounidense toma a competidores internacionales como una amenaza en lugar de aceptar que se trata de un progreso conjunto, de allí los absurdos conflictos que desata. Es del caso insistir en que la China de hoy libera energías en algunas zonas con un resultado espectacular mientras conculca libertades civiles, lo cual constituye un trade off  nefasto para el oxígeno que requieren las autonomías individuales. Pero este no es el disgusto de Trump, se trata de la porción de éxito comercial de China (“depredadora” le mandó decir en Buenos Aires). El futuro no lo conocemos pero en el caso de China hay dos visiones contrapuestas. Por un lado Guy Sorman con su China, el imperio de las mentiras donde vaticina una intensificación del espíritu autoritario, mientras que Eugenio Bregolat en La segunda revolución china pronostica que las restricciones a las libertades individuales van a ceder frente a espacios crecientes de procesos abiertos de mercado.

El proceso evolutivo de la globalización incluye tecnologías de alta sofisticación como es la robotización que al igual que otros adelantos en la productividad liberan recursos humanos y materiales para atender otras necesidades y el empresaridado está especialmente interesado e incentivado en generar capacitaciones a los efecto de sacar partida de la novedad en cuanto a la antedicha liberación de los siempre escasos factores productivos.

La reunión del G20 en Buenos Aires con la ciudad blindada y con algunas filtraciones del bochornoso episodio Boca-River en las agendas, ofreció un excelente y en justicia muy ponderado espectáculo en el Teatro Colón pero nada sustancioso y distinto a las generalizaciones de rigor no exento de contradicciones resultó el espectáculo por el cual se reunieron. También hubieron algunos encuentros bilaterales, no siempre en dirección a eliminar las consabidas trabas impuestas por los gobiernos al efecto de permitir que los privados concreten negocios en paz sin  la mochila del Leviatán. En un sesudo y documentado artículo en Infobae  Ian Vásquez se pregunta “más allá del teatro político ¿para qué sirve el G20?”. Por su parte, en una demostración de notable capacidad de síntesis, Eduardo van der Kooy apuntó que, dados los sucesos argentinos, en la reunión de marras “la realidad se enredó con la ficción”.

Donald Trump, al igual que otros empresarios que ven oportunidades de arbitrajes, como se ha señalado desde Adam Smith, no tienen porqué conocer de economía y derecho. El gobernante estadounidense no comprende las ventajas del comercio libre. Como destaqué en otra oportunidad y ahora resumo, una de las falacias más recalcitrantes de nuestra época consiste en sostener que es muy bueno para un país exportar y es inconveniente importar, o dicho en otros términos el objetivo debiera ser exportar más de lo que se importa al efecto de contar con un “balance comercial favorable”.  Esta conclusión deriva del mercantilismo del siglo xvi que seguía el rastro de las sumas dinerarias, sin percatarse que una empresa puede tener alto índice de liquidez y estar quebrada. Lo importante para valorar la empresa o el estado económico de una persona es su patrimonio neto actual y no su grado de liquidez.

En última instancia, el mercantilismo se resumía en que en una transacción el que gana es el que se lleva el dinero a expensas de quien obtiene a cambio un bien o un servicio. Esto en economía se conoce como el Dogma Montaigne pues ese autor desarrolló lo dicho en el contexto de la suma cero: “la pobreza de los pobres es consecuencia de la riqueza de los ricos”, sin comprender que en toda transacción libre y voluntaria ambas partes ganan y que la riqueza es un concepto dinámico y no estático. El que obtiene un servicio o se lleva un bien a cambio de su dinero  es porque valora en más lo primero que lo segundo, lo cual también sucede en valorizaciones cruzadas con el vendedor que valora en más la suma dineraria recibida a cambio.

Lo ideal para un país es que sus habitantes puedan comprar y comprar del exterior sin vender nada, pero lamentablemente esto se traduciría en que el resto del mundo le estaría regalando bienes y servicios al país en cuestión y en nuestras vidas apenas si podemos convencer a nuestros familiares que nos regalen para nuestros cumpleaños. Entonces, reiteramos, lo ideal es contar con el balance comercial más “desfavorable” posible pero las cosas no permiten proceder de esa manera por lo que no hay más remedio que exportar para poder importar o utilizar el balance neto de efectivo como veremos a continuación.  El objetivo de un país y el objetivo de cada persona es comprar no vender, la venta o la exportación es el costo de  comprar o importar.

Lo relevante no es el balance comercial sino el balance de pagos que siempre está equilibrado en un mercado abierto tanto en un país como en cada persona. Veamos el asunto más de cerca, el balance de pagos significa que los ingresos por ventas o exportaciones son iguales a los gastos por compras o importaciones más/menos el balance neto de efectivo o cuenta de capital. Por ejemplo si una persona o un grupo de ellas (país) recibe en un período determinado ingresos o exportaciones por valor de 100 y sus compras o importaciones en ese mismo período fueron 400 quiere decir que su balance de efectivo o el uso de los capitales asciende a 300: 100 = 400 – 300 o si al ingresar o exportar por 200 sus gastos o importaciones fueron 50 el balance de pagos será 200 = 50 + 150 y así sucesivamente. Nunca hay desequilibrios en el balance de pagos.

Si alguien dijera que conviene solo exportar y evitar importaciones haría que el valor de la divisa extranjera se desplome con lo cual se frenan las mismas exportaciones que se desean promover. El mercado cambiario regula los brazos exportadores e importadores. Claro que si los gobiernos manipulan el tipo de cambio y las deudas externas gubernamentales sustituyen las entradas genuinas de capital, todo se trastoca.

Si un país fuera absolutamente inepto para vender al exterior y no es capaz de atraer capitales, nada tiene que temer en cuanto a desajustes en sus cuentas externas puesto que nada podrá comprar del exterior.

Pero en el fondo subyace otra falacia de peso y es que los aranceles puede promover la economía local. Muy por el contrario, todo arancel significa mayor erogación por unidad de producto lo cual se traduce en un nivel de vida menor para los locales puesto que la lista de lo que pueden adquirir inexorablemente se contrae. En realidad el “proteccionismo” desprotege a los consumidores en beneficio de empresarios prebendarios que explotan a sus congéneres.

En no pocas evaluaciones de proyectos hay quebrantos durante los primeros períodos que naturalmente se estima serán más que compensados en períodos ulteriores. Entonces si en un emprendimiento se comprueban pérdidas proyectadas durante las primeras etapas, son los empresarios en cuestión los que deben absorber los quebrantos del caso y no pretender endosarlos sobre las espaldas de los contribuyentes vía los aranceles. Y si esos empresarios no cuentan con los recursos suficientes pueden vender el proyecto para participar con otros socios locales o internacionales. A su vez si nadie en el mundo se quiere asociar al proyecto es por uno de dos motivos: o el proyecto es un cuento chino (lo cual es bastante habitual en el contexto de “industrias incipientes” mantenidas en el tiempo) o estando el proyecto bien evaluado aparecen otros más urgentes y como todo no puede llevarse a cabo simultáneamente, deberá esperar su turno o dejarlo sin efecto.

Si se comienza a preguntar cuales cosas se podrían fabricar como si estuviéramos en Jauja y todos estuvieran satisfechos, quiere decir que no hemos entendido nada de nada sobre economía. En verdad la cuestión arancelaria no es diferente de los efectos que tendrían lugar si se impusieran aduanas interiores en un país o si un productor de cierto bien en el norte descubre un nuevo procedimiento para producirlo y consecuentemente lo puede vender más barato y mejor, pero en el sur lo bloquean debido a que los de la zona lo fabrican más caro y de peor calidad. Este es el mensaje de los funcionarios de las aduanas de todas partes: “no vaya usted a traer algo mejor y de menor precio porque perjudicará gravemente a sus congéneres”.

A juzgar por los voluminosos “tratados de libre comercio” aún no se comprendió que las cerrazones perjudican especialmente a los países más pobres puesto que el delta en productividad es mayor respecto a los más eficientes. Resulta tragicómico que se sostenga que los referidos tratados deben realizarse entre países iguales, cuando precisamente como en todo comercio la ventaja estriba en la desigualdad puesto que entre iguales no hay nada que comerciar.

Sin duda que si los gobiernos introducen dispersiones arancelarias se crea un embrollo que conduce a cuellos de botella insalvables entre las industrias finales y sus respectivos insumos.

Entre otros despropósitos se argumenta que el control arancelario debe establecerse para evitar el dumping, lo cual significa venta bajo el costo que se dice exterminaría la industria local sin percatarse que el empresario, si el bien en cuestión es apreciado y la situación no se debe a quebrantos impuestos por el mercado, saca partida de semejante arbitraje comprando a quien vende bajo el costo y revende al precio de mercado. Pero generalmente nadie se toma siquiera el trabajo de verificar la contabilidad del proveedor en cuestión, lo único que preocupa a comerciantes ineficientes es que se colocan productos y servicios a precios menores que lo que con capaces de hacer ellos. Lo peligroso es el dumping gubernamental puesto que se realiza forzosamente con los recursos del contribuyente (por ejemplo el déficit de las mal llamadas empresas estatales), de todos modos, en este caso, los perjudicados son los residentes en el país que impone esta medida pero son beneficiarios quienes reciben en el exterior regalos a través de bienes más baratos que los que se ofrecen en el mercado.

Es paradójico que se hayan destinado años de investigación para reducir costos de transporte y llegados los bienes a la adunada se anulan esos tremendos esfuerzos a través de la imposición de aranceles, tarifas y cuotas. Hay un dèjá vu en todo esto. Debemos realizar los esfuerzos intelectuales necesarios para que no se generalicen en el G20 los tirapiedras contra la globalización.