Recuperar para la gestión el liderazgo presidencial

EDITORIAL DE LA NACIÓN – El desempeño de Mauricio Macri en la reunión del G20 mereció elogios de los demás participantes y, en general, de observadores internacionales. El poder de iniciativa de nuestro presidente y su capacidad para comunicarse con líderes mundiales, permitió que la Argentina desempeñara un rol cuya relevancia excedió la que podía esperarse por nuestra dimensión relativa y nuestras actuales debilidades. Estos caracteres personales no guardan simetría con los que Macri ha demostrado en su gestión doméstica. Los fuertes desequilibrios heredados exigían un liderazgo capaz de convencer y aplicar acciones de dureza inmediata, pero imprescindibles para salir sólida y definitivamente. Eso no ocurrió.  

A partir de la corrida cambiaria del mes de abril, el estilo de gobierno del presidente Macri ha sido el de ir detrás de los acontecimientos. Su actitud pasó a ser claramente defensiva y sus decisiones responden a los hechos, sin anticipárseles. Esto no impidió que algunas de sus reacciones demostraron buenos reflejos en momentos en que el abismo se abrió frente a sus pies. Tal fue la convocatoria al FMI para evitar caer en cesación de pagos cuando el gobierno perdió el acceso al crédito externo. Esto ocurrió cuando la cotización del dólar pasaba de 20 a 27 pesos en el mes de junio sin que fueran efectivas las fuertes medidas para contenerlo. Nuevamente durante agosto la cotización subió y llegó a 42 estabilizándose  luego entre 35 y 37 pesos. Lo cierto es que por momentos el gobierno y el Banco Central parecieron perder el control de la situación y la confianza cayó abruptamente. Recién cuando la devaluación acumuló el 90%, pudo lograrse un calma cambiaria, pero a costa de una durísima política monetaria con una muy alta tasa de interés que produjo el actual estado recesivo.

Este escenario reproduce otros similares de nuestra historia. Se inician con la existencia de un fuerte desequilibrio fiscal mientras la política oficial es reticente a reducir el gasto. No habiendo un ajuste ordenado, en algún momento éste se produce espontáneamente mediante una fuerte y no programada devaluación. Esta se traslada más rápidamente a los recursos tributarios y a la recaudación obtenida de los derechos de importación y exportación, mientras repercute más lentamente y con retraso en los salarios públicos y las jubilaciones. De esta forma comienzan a corregirse simultáneamente los desequilibrios: externo y fiscal. Pero si no hay una reducción estructural y física del gasto público, tarde o temprano esos retrasos se recuperan y se pierde el efecto correctivo de la devaluación. Hay que decir que esa reducción física del gasto no se ha dado en los últimos tres años. El número de empleados públicos tuvo una leve reducción en el gobierno nacional, pero fue más que compensada por un aumento en las provincias. No es de extrañar; así lo admite el Pacto Federal suscripto en 2016 que convino un crecimiento del empleo público no mayor que la tasa de aumento provincial de la población, olvidando que durante los doce años previos el empleo público del conjunto de las 24 provincias había crecido un 72%. Ha aumentado también la cantidad de planes sociales, gran parte de ellos otorgados a personas que no están en la pobreza. También hay hoy más discapacitados recibiendo subsidios, que hace tres años. Lo insólito es su proporción, mayor a la que han alcanzado países que sufrieron una guerra. Tampoco se ha avanzado en una imprescindible reforma laboral que nos permita competir y dejar de disuadir inversiones. El altísimo nivel del gasto público se refleja en una presión tributaria insoportable que alimenta el círculo vicioso de la insuficiencia de inversiones, y el reclamo de más estado. A la falta de avances correctivos, el gobierno de Cambiemos agregó una desafortunada inserción de temas que tocan la conciencia moral de la sociedad. El aborto y la ideología de genero han generado una brecha que le ha distanciado una parte significativa de sus adherentes, sin lograr atraer un progresismo y una izquierda que nunca lo votarán.

Se dispone de una ventana de tiempo para encarar las reformas estructurales y de esa forma darle carácter definitivo a la corrección. Si no se la aprovecha se volverá al déficit fiscal de partida, pero con el agravante de una mayor deuda pública y una improbable disposición del FMI y del mundo para volver a incrementar la ayuda.

Las encuestas muestran un deterioro de la popularidad de Mauricio Macri y una pérdida de su intención de voto. Algunos números ya le adjudican mejores chances electorales a Cristina Fernández de Kirchner, a pesar de la evidencia de su deplorable e inmensa corrupción. El aumento del riesgo país demuestra que la debilidad del cuadro económico y político es advertido por los analistas y los inversores financieros. El buen desempeño del Presidente y de nuestro gobierno en el G20 no se extrapolan a las finanzas.  La perspectiva de un retorno kirchnerista o siquiera populista, configura una perspectiva que es necesario evitar. El Presidente Macri es la única persona que puede hacerlo. Se equivoca si piensa que la situación coyuntural se corregirá por sí sola antes de las elecciones y que entonces será reelecto y luego, con más poder, encarará las reformas estructurales. Por lo contrario, él debe asumir ya el liderazgo del que es capaz para explicar y poner en marcha de inmediato esas reformas. De esa manera no sólo llevaría al país fuera del riesgo de una crisis económica, sino también consolidaría sus propias chances electorales.