Porqué es tan difícil aplicar el libertarianismo en Argentina

Por Lic. José Luis Jerez*

Por mucho que nos pese, el libertarianismo es inaplicable en Argentina. Veamos por qué.

El socialismo es, lo sabemos bien, una suerte de fanático encastre violento y encorsetamiento forzoso respecto al plan de vida de las personas. El socialismo ante todo señala con el dedo, con el peor de los espíritus conservadores. ¿Por qué? Simplemente, por arrogancia epistemológica, es decir, porque cree saber más que cualquier otro –como un sabio todopoderoso que está por encima del intelecto finito de los humanos– qué es lo mejor y qué es lo peor; qué es lo correcto y qué no lo es; qué es lo bueno y qué es lo malo; cuáles son los programas que se deben ver y cuáles no; cuáles son los periódicos que hay que leer y cuáles no; qué ideas políticas se deben predicar y cuáles hay que abandonar y denostar; con qué gente hay tratar y a quién mejor dejar de lado. Esta afirmación tan clara es, obviamente, rechazada desde la teoría (del ideario de cualquier defensor del socialismo del siglo XXI), aunque luego la aplique a rajatabla en la vida práctica. No seamos ingenuos.

Específicamente, es por la violencia que las políticas socialistas ejercen sobre la naturaleza humana, la cual tiende  hacia la libertad, es decir, hacia la ausencia de coacción (basta con ver a un niño crecer para darse cuenta de este dato empírico), que el socialismo fracasa y fracasará por siempre. Quiero decir, puede que funcione, sí, en una novela utópica de corte marxista, o en un cuento para niños, pero no sucede así en la realidad de todos los días, por lamentable que esto resulte.

Un ejemplo claro de lo que aquí menciono nos ofrece el ingeniero matemático Álvaro Fischer, quien nos dice respecto a la aplicación de las doctrinas políticas que “si las reglas instituidas están […] desvinculadas de la naturaleza de las personas, su cumplimiento requerirá de un esfuerzo opresivo singular. Si en cambio, estas reglas aprovechan las fuerzas de la naturaleza humana para obtener propósitos, su cumplimiento no exigirá necesariamente una coacción y sus buenos resultados alimentarán el círculo virtuoso”. Cuando en esta cita se habla de coacción remite a lo anteriormente referí con el término de violencia para dar cuenta de la aplicación de las distintas prácticas y/o procedimientos propios de una doctrina socialista. Acuerdo, hasta aquí, con Fischer, lo que, evidentemente, podría llevarme a pensar, a simple vista, que el libertarianismo sí sería aplicable, por ejemplo, en Argentina. Quiero decir, que si creemos, junto con Fischer, que la naturaleza humana tiende hacia la libertad (lo que, por cierto, no dudo), no está de más considerar que solo las políticas que potencien esta libertad (y no que la compriman al punto de la nulidad)  son las que pueden llevarnos a buen puerto. Interesante… claro que sí. Con todo, algo no me cierra, y me dice –por lamentable que resulte– que no hay punto de aplicabilidad de dichas políticas, llamémosle libertarias, para una sociedad como la nuestra. Veamos por qué.

El libertarianismo propone el respeto irrestricto del proyecto de vida ajeno. Hasta aquí todo bien. Nadie, con dos dedos de frente, puede oponerse a este postulado tan general. Pero la cosa se complica y profundiza con el credo libertario, según el cual “ningún hombre, ni grupo de hombres puede acometer una agresión contra la persona o la propiedad de alguna otra persona”. De entender la profundidad de este credo el asunto de la aceptación empieza a complicarse. “Ningún hombre ni grupo de hombres puede acometer una agresión contra una persona”, nos dice. Meterse en el bolsillo del otro sin que este lo autorice es un acto de agresión. Por consiguiente, el libertarianismo cae de rodillas en una sociedad como la nuestra, la cual se ha alejado lo más posible del espíritu ilustrado (valerse por sí mismo), entregándose enteramente en los brazos de la lumpenización. Entiéndase, aquí, lumpenización como lo ha definido Fernando Iglesias en su libro Es el peronismo, estúpido, es decir, como el empobrecimiento de la población, alienada con estúpidas consignas de tinte “progres”: cultura del victimismo; tener al “barrabrava” como ideal de comportamiento social; aceptar la legalización de las zonas marginales (espíritu acrítico que acepta sin más que “las cosas son así”, en vez de transformarlas con acciones); consentir una anomia generalizada; ahogar la cultura del trabajo y del mérito, entre otras características.  ¿Quién gana con una sociedad lumpenizada? El oportunismo de los gobernantes populistas por sobre todo, sean estos de derecha o de izquierda. Pero hay aún más respecto a la aplicación del libertarianismo. Para que esta se diera sería preciso defender el derecho individual por sobre el derecho político o social; sería preciso defender la vida de cada una de las personas, su libertad individual, y el fruto de su trabajo. La aplicación de todo esto implicaría, de modo determinante, una vida ligada a una libertad absoluta que requeriría como condición sine qua non de una ¡responsabilidad absoluta!… Dicho esto, es evidente que se estaría complicando dicha implementación, o bien, que el libertarianismo se vuelve, por mucho que nos pese, un esquema irrealizable, al menos en Argentina.

Si gran parte de nuestra sociedad ha atrofiado sus energías potenciales y se ha convencido  en que solo, con su vida y su libertad, no puede, y que por consiguiente la presencia de una constante y punzante intervención estatal es siempre necesaria, el libertarianismo y su manifiesto se convierte en una empresa imposible. Para este tipo de sociedad (como la nuestra) la libertad queda divorciada de la responsabilidad, lo que es igual a decir que si la cosa no funciona la culpa es siempre del otro (de cualquier otro, no importa de quién), y es por esto mismo que el socialismo –utilizo el término en un amplio sentido– acaba siendo el ideal de la filosofía aceptable por sobre el libertarianismo, el cual lleva las de perder, y justamente, por pedir a las personas que abandonemos ya la minoría de edad, haciéndonos cargo de la parte que nos toca.

*El autor es licenciado en Filosofía de la Universidad Nacional de Comahue; profesor de la Universidad de Flores (UFLO) e investigador de las universidades Nacional Autónoma de México y Torino