La farsa electoral y el indecente pragmatismo de los políticos

Presidente del Club de la Libertad de Corrientes.

VISIÓN LIBERAL La política propone un espectáculo sin escrúpulos

La ventaja del falso pragmatismo 

El inminente cierre de listas puso en evidencia lo que viene pasando desde hace tiempo. Partidos sin ideologías, líderes sin códigos y una prioridad que se traduce en acceder al poder, sin importar los métodos, ni las convicciones.

Como si solo se tratara de montar un exitoso producto televisivo, la política intenta sorprender con movidas ingeniosas fuera de agenda cuya meta es llamar la atención y conseguir el interés de los potenciales votantes. En tiempos tan cambiantes parece que todo vale. No lo hacen por capricho sino simplemente porque pueden hacerlo y la sociedad los tolera en cada uno de sus pasos. Politicos y partidos argentinos

Nadie los castiga con firmeza cuando proponen dislates. Apoyados en esa perversa y sistemática ausencia de ideas avanzan sin recato y juegan este siniestro ajedrez en el que los ciudadanos son solo meros observadores pasivos de sus pruebas sociológicas de laboratorio.

Han hecho un culto de lo que han denominado “pragmatismo” tergiversando, cuando no, el uso del lenguaje. 

Ellos prefieren hablar de su capacidad de optar por la praxis porque eso los libera de defender visiones.

En realidad, la genialidad y el talento está en encontrar los modos de llevar adelante las ideas que se promueven, es decir de convertir miradas profundas en hechos concretos. Eso si es valioso y merece aplausos.

Lo que hacen estos farsantes seriales es solo girar de un lado al otro sin escalas, utilizar circunstancias puntuales para justificar su cuestionable accionar, convirtiendo un enorme defecto en una supuesta habilidad. Bajo esa dinámica han construido un paraguas intelectual de gigantes dimensiones que les permite utilizar cualquier tipo de herramientas, en todo momento, para hacer lo que fuere, sin pedir permiso alguno.

Es por eso, qué hoy se puede ver a tantos candidatos que pertenecían a las filas de un espacio saltando hacia el opuesto sin pudor alguno, a dirigentes que despotricaban contra sus adversarios y hoy los vitorean a rabiar.

No es que un individuo no pueda cambiar sus ideas a lo largo de la vida. Esa es una virtud digna de ser elogiada, pero es imprescindible que dicha postura venga de la mano del reconocimiento explícito de esa mutación. Es muy saludable renunciar a una opinión cuando ha sido superada por otra y se han descubierto perspectivas diferentes, pero para que esto sea genuino se necesita de una profunda monumental autocrítica.

Lo que hoy se vive no parece, para nada, un fenómeno positivo, una gesta épica, una bisagra histórica, sino solo un oportunista movimiento de piezas destinado a construir poder, a ganar elecciones y a sobrevivir en política. Ninguno de los que protagonizan estas mágicas transformaciones se está sincerando con la gente, plantándose con honestidad brutal, y diciendo a viva voz y sin tapujos, las verdaderas razones de su sorprendente giro. Nadie asume el rol adecuado que las circunstancias ameritan y lo explica con suficiente claridad.

La reacción cívica a un guiño tan contundente sería de aprobación si fuera percibido como un acto de despiadada sinceridad. No es lo que ocurre. La política nuevamente recurre a incomprensibles piruetas para argumentar con retorcidos conceptos, pero los archivos periodísticos disponibles, lo refutan todo y lo desnudan sin piedad alguna.

Se ha perdido la decencia.

Todos los alquimistas apuestan a esa reducida memoria de corto plazo que los ciudadanos demuestran tener siempre a mano y creen, que con el correr de los días, todo se olvidará y naturalizará. Habrá que decir que múltiples experiencias de la historia reciente validan esa presunción y que probablemente, todo se repita cíclicamente y ellos tengan razón en apostar a esa amnesia cívica que explica tantos fracasos. Se vive solo un hito mas en esa seguidilla de barbaridades que desacreditan a la política y a los políticos. Ellos lo asumen con normalidad porque esa es su forma de razonar, pero la sociedad no lo acepta con tanta displicencia.

En todo caso, la gente se resigna mansamente y admite que estas reglas de juego siguen vigentes, pero no las toma como propias y entiende que, pese a esta triste rutina, las mismas son tan incorrectas como inaceptables.

Los políticos harán, una vez mas, una desproporcionada apología del pragmatismo para minimizar sus reprochables actitudes. Se sienten cómodos en ese esquema que les permite hacer lo que sea siempre. Insultarán a las ideologías, criticándolas cruelmente, sosteniendo que la modernidad las ha enterrado porque no son útiles en el presente. En realidad, ellos necesitan versatilidad y un sistema de ideas los obligaría a mantenerse dentro de una línea, lo que les resulta muy inconveniente.

Son expertos manipuladores, especialmente cuando de la palabra se trata, o al menos eso es lo que ellos quieren creer. Seguirán en el poder porque son los que han creado las normas y los que saben utilizarlas en su favor. La gente, al menos por ahora, soporta estoicamente esta tradición de dejarse estafar a cara descubierta. Mientras tanto, asocia todas estas malas prácticas a la política, a los políticos, pero también a la democracia. Los dirigentes contemporáneos juegan con fuego.

Lo saben y no les importa porque apuestan a que el día que el hartazgo triunfe encontrarán el modo de explicar lo que sucede, eximiéndose de sus propias responsabilidades. Es eso lo que hicieron hasta hoy y lo intentaran de nuevo hasta el cansancio.