Alberto Medina Méndez
Presidente del Club de la Libertad de Corrientes.
Un objetivo que se oculta en el debate político
Las mayorías parlamentarias indispensables
Mas allá de la inmediatez de los procesos electorales y de la necesidad de dirimir modelos, algunos ya sueñan con la posibilidad de construir ese armazón que sirva de pilar a las transformaciones pendientes. El escrutinio posterior a la elección definirá quienes serán los protagonistas del porvenir marcando una impronta para lo que viene, aportando ciertas certezas hacia el futuro y especialmente ayudando a delinear el rumbo.
Pero muchas de las acciones que se precisarán implementar, cualquiera sea el resultado, dependerán en buena medida de la capacidad de diálogo y de construcción de consensos que tengan uno y cada uno de los sectores.
La agenda real, esa que jamás aparece en la campaña porque solo resta votos, incluye una nómina de cambios que deberán avalar, expresamente, los legisladores en ambas instancias legislativas para que sean operativas.
Nada hace imaginar que la votación que se aproxima sea el preludio de una diferencia numérica tan aplastante como para que de ella se derive esa cifra de escaños vital para no terminar dependiendo de lo que aporte otra fuerza. En todos los casos, inclusive con una victoria significativa de alguna facción, la dinámica de reemplazo escalonado de las cámaras alta y baja impiden que suceda, tan fácilmente, esa ostentosa acumulación de bancas.
Si bien, esa vocación hegemónica de ciertos dirigentes, que sueñan con edificar mayorías automáticas, escribanías parlamentarias que homologuen cualquier dislate, siempre está en el bolillero, no parece ser este el caso.
Independientemente de lo que determine el recuento frío de los votos el día de los comicios, luego se iniciará una nueva etapa que no solo tendrá que ver con la configuración del Ejecutivo, sino con la discusión legislativa.
La mitad de los diputados cesarán sus mandatos y harán lo propio un tercio de los senadores. Continuarán su gestión una proporción idéntica de los primeros y dos terceras partes de los segundos. Una nueva conformación mostrará otra composición y ese escenario será el de la siguiente largada. Convivirán entonces, en ese ámbito democrático, personajes electos en diferentes momentos, elegidos bajo coyunturas políticas bien distintas, con perfiles personales, ideológicos y partidarios muy heterogéneos. Algunos de los flamantes integrantes pertenecen a partidos que siguen vigentes y habrá de esos otros que han caído en desgracia.
Se sumarán además los de esas organizaciones políticas sin representación previa. Ese nuevo esquema político tendrá la gigantesca responsabilidad de analizar el horizonte, conocer minuciosamente la nueva agenda política del gobierno entrante, para luego validar o rechazar las propuestas a instrumentar. El pragmatismo eterno de muchos, la cuestionable versatilidad conceptual de otros tantos, y las conveniencias circunstanciales que nunca están ausentes serán ingredientes centrales del paisaje interior del Congreso.
Las infaltables mezquindades de los oportunistas tampoco faltarán a la cita.
Semejante oportunidad para canjear favores, a cara descubierta, no la desperdiciarán los más pícaros exponentes de la actividad política. Pero también será esta una chance para que aparezca la grandeza, esa qué dando lugar a las dudas y a las suspicacias, permita a tantos anónimos patriotas, contribuir con su granito de arena para dinamizar las reformas.
Se entremezclarán unos y otros, porque allí coexisten distintas versiones de la sociedad. Los buenos y malos, los mediocres y brillantes, los vivillos y tontos, los audaces y cobardes, los sagaces y torpes. Una y cada una de esas expresiones son la representación misma de las comunidades. Para aquellos que les cuesta ver la luz al final del túnel, para los que sostienen que el optimismo se extravió, para esos que reclaman un poco de esperanza, esto describe parcialmente el enorme combo disponible.
Nadie dice que esa combinación tan variada de personalidades y miradas sea una garantía para proyectarse en el mediano plazo, pero es indudable que existe una posibilidad de que eso ocurra, pese a tanto disparate.
Por eso es qué el liderazgo será la clave concluyente del futuro. Todo dependerá del talento de los conductores para plantear una brújula inteligente y obtener los apoyos institucionales suficientes para avanzar. Un diagnóstico detallado, razonablemente acertado y un ambicioso plan de trabajo consistente que incluya la generación de alianzas sustentables en el tiempo serán esenciales para evaluar el pronóstico de esta Nación. La magnitud de los desafíos es significativa. Nadie puede dudar de la complejidad del problema y minimizarlo como si se tratara de algo demasiado simple de resolver con algo de esfuerzo e ingenio. Pero tampoco se enfrentan metas imposibles de lograr que ameriten rendirse y darse por vencido.
Es preciso entender la gravedad del asunto, dimensionar la profundidad de las mutaciones necesarias y operar en consecuencia, sin dilaciones y con absoluta determinación. La república tiene en sus entrañas los mecanismos para conseguir esos balances y contrapesos, para limitar los instintos despóticos, evitando la centralización del poder y los recurrentes excesos de autoridad. Pero también dispone de los dispositivos suficientes para sentar las bases de los acuerdos de largo plazo y dar paso al progreso. Existen múltiples experiencias globales y locales que así lo certifican.
Los liderazgos tienen hoy en sus manos esta oportunidad. La elección será el trámite que encauce esta chance y la sociedad la responsable de reclamarle a los referentes de las fuerzas políticas la sensatez indispensable en tiempos de tanto disparate.