Alberto Benegas Lynch (h)
Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
EL PAÍS – En momentos que hay ciertos temores por el desempleo que generaría el progreso tecnológico es del caso subrayar que esa mejora en la productividad siempre libera recursos humanos y materiales al efecto de atender otras necesidades. Si se pregunta acerca de que necesidades, se está insinuando que estamos en Jauja y nada hay que satisfacer puesto que todos estarían satisfechos.
Esto lamentablemente no es así ya que no hay de todos para todos todo el tiempo. Los recursos son limitados y las necesidades son ilimitadas y el recurso por excelencia es el factor trabajo ya que no puede prestarse ningún servicio ni fabricar ningún bien sin el concurso del trabajo.
El hombre de la barra de hielo cuando apareció la heladera y el fogonero cuando irrumpió la locomotora Diesel, se asignaron en otros campos. Y es muy relevante destacar que el empresario, para sacar partida del arbitraje correspondiente, está interesado en capacitar en los nuevos reglones y así obtener ganancias. Por supuesto que esto se dificulta si las legislaciones laborales anacrónicas de raíz fascista obstaculizan contratar trabajo. O si los sistemas educativos son rígidos y no muestran la flexibilidad, los reflejos y la cintura necesaria para adaptarse a las nuevas circunstancias y siguen con los sistemas retrógrados donde el poder político se inmiscuye en el establecimiento de las estructuras curriculares en lugar de contar con sistemas abiertos y competitivos donde queda claro que la educación procede de la prueba y el error y no de seres pretendidamente omniscientes en el vértice del poder.
Toda mejora en la productividad hace de apoyo logístico al trabajo para aumentar su rendimiento y consecuentemente su remuneración puesto que el único factor que determina salarios en términos reales es la tasa de captitalización, es decir, maquinarias, equipos, instalaciones y conocimientos relevantes. No es lo mismo arar con las uñas que arar con un tractor y no es lo mismo pescar a cascotazos que pescar con una red de pescar. El tractor y la red de pescar son equipos de capital.
En Canadá los salarios son más elevados que en Uganda, no porque los canadienses sean más generosos y desprendidos sino porque las tasas de capitalización son mayores en el primer país respecto al segundo.
Los grados de humanización y confort están en relación directa con las tasas de capitalización, a saber, con la inversión per capita. Es por ello que en países que cuentan con altas tasas tiende a desaparecer tal cosa como el servicio doméstico. No es que las amas de casa no les gusta tener ayuda, es que no pueden contratar esos servicios puesto que resultan muy caros ya que tienen que competir con salarios crecientes de las empresas.
Claro que mejoras en la tecnología no se reducen a los aparatos que conocemos. Reducciones en los impuestos, disminuciones en los aranceles aduaneros y otras mejoras equivalentes aumentan la productividad ya que permiten que la gente tenga bolsillos más jugosos en lugar de que los aparatos estatales gasten en áreas distintas de las que prefiere el ciudadano (y si asigna en lo mismo que hubiera preferido la gente no hay razón para la intervención con el ahorro correspondiente en burocracia).
Sin duda que la tecnología puede usarse mal. Igual que el martillo se lo puede utilizar para clavar un clavo o para romperle la nuca al vecino. Pero esto no es culpa del martillo. Del mismo modo, se puede recurrir a la tecnología para espiar a los ciudadanos pacíficos, para exprimirlos fiscalmente o para convertirlos en un adefesio tal como apunta C. S. Lewis en La abolición del hombre.
Hay también otros usos que llaman la atención por lo aparentemente desviados de lo propiamente humano. Por ejemplo, hay quienes no pueden hacer o decir nada sin aparecer en Facebook lo cual revela gran vacío interior. Hay quienes recurren a Twitter con un lenguaje tipo Tarzán con abreviaturas llamativas y como el lenguaje sirve principalmente para pensar, estos dialectos primitivos encojen el radio del pensamiento. No son pocos los que repiquetean con selphies de un modo que revelan cierto narcisismo galopante en todo momento y en todas las posiciones posibles, lo cual desconoce que como ha dicho Julián Marías “el ser humano es más de lo que se ve en el espejo”.
En no pocos casos se recurre a Internet para leer en diagonal y picotear información, lo cual afecta la concentración y la digestión adecuada de lo que se estudia. A su vez, las pantallas con imágenes dan servido un ritmo de comprensión en contraste con la lectura que invita a imaginar y a masticar pausadamente. Por último, paradójicamente en la era de la comunicación se observa que los comensales en torno a una mesa en un restaurante están enfrascados en sus pantallas hablando con otros con lo que no están ni con los presenciales ni con los de afuera puesto que no resulta posible hablar simultáneamente sobre distintos temas con distintas personas.
Lo dicho no significa para nada que estos instrumentos tecnológicos no sean sumamente valiosos, de lo que se trata es de su buena utilización al efecto de sacar el mayor provecho para el progreso humano.