Corea del Norte vuelve a la carga

Magister en Estudios Internacionales UTDT (Universidad Torcuato Di Tella) y colaborador de Libertad y Progreso.

Corea del Norte ha pateado el tablero otra vez. El régimen de Pyongyang anunció este domingo que ha llevado a cabo con éxito un ensayo “de enorme importancia” en la Estación de Lanzamiento de Cohetes de Sohae, situada en el noroeste de la península. Pocas horas antes, su embajador ante la ONU, Kim Song, había confirmado que su país retirará la desnuclearización de la agenda de negociaciones con Estados Unidos. El misterioso test norcoreano se produce escasos días después de que medios estadounidenses informaran de que nuevas imágenes tomadas por satélite habían detectado actividad en la ciudad en cuestión. Expertos en misiles apuntan a que se trataría de una prueba “en estático” de un motor de cohete con combustible líquido.

En cualquier caso, Kim Jong-un tiene dos objetivos. El primero es alejar las negociaciones de la desnuclearización hacia el control de armas. El gobierno comunista no está preparado para renunciar a las armas nucleares a un costo tan alto, que eventualmente consistiría en una pérdida de status y seguridad a nivel internacional y de lealtad militar en el plano doméstico.

Lo que Pyongyang busca en segundo término es menoscabar la posición negociadora de Estados Unidos. Por esa razón, no deberíamos sorprendernos si Kim continúa rechazando las ofertas de Washington para hablar, con la expectativa de que Trump se desespere cada vez más por llegar a un acuerdo.

Lo cierto es que las negociaciones iniciadas el año pasado están en un punto muerto. Ninguna de las partes está dispuesta a hacer concesiones serias. Corea del Norte quiere la reversión de las sanciones multilaterales impuestas por las Naciones Unidas. No obstante, lo único que prometió a cambio fue cerrar su antigua instalación nuclear en Yongbyon.

Los norteamericanos también se han mostrado inflexibles. En efecto, el gobierno de Trump ha insistido reiteradamente en un desarme “completo, verificable e irreversible” sin ofrecer nada remotamente proporcional a modo de recompensa.

Con todo, la distensión parece más inestable que nunca. Si el diálogo fracasa, las relaciones bilaterales volverán a adoptar el lenguaje de la disuasión y las amenazas recíprocas. De hecho, 2020 podría parecerse mucho a 2017 si todo sigue deteriorándose.

Imaginemos un posible escenario: Corea del Norte vuelve con su retórica belicista y prueba otro misil. En ese momento Trump reacciona y escribe lo contrario de una carta de amor al “Líder Supremo”, con insultos en lugar de demostraciones de afecto. Para aumentar más la presión, Pyongyang programa una nueva prueba nuclear. En Estados Unidos los demócratas estallan con brutales críticas al presidente y su política exterior. Luego, Trump decide imponer aún más sanciones y prohibiciones, ordena a la Marina que se ponga a punto para maniobras de rigor, envía algunos bombarderos a la zona y suelta una andanada de tweets incendiarios. Los norcoreanos responden con más agravios y afrentas. Poco a poco, las nubes grises empiezan otra vez a cubrir el horizonte y el fantasma de la guerra reaparece.

Este escenario ya de por sí luce sombrío. Sin embargo, existe una alternativa peor. Y es que el presidente Trump podría contemplar la opción de realizar ataques militares limitados, satisfaciendo así los deseos del ala más dura del Partido Republicano. Las consecuencias serían incalculables, tanto en términos humanos como materiales.

Volvamos ahora a reconsiderar la situación: Corea del Norte y Estados Unidos están dejando pasar una oportunidad excepcional para dejar atrás su rivalidad y para apaciguar los ánimos en una región que siempre está en estado de alerta. A esta altura de los acontecimientos, Kim debería tener en claro que una reducción de las sanciones está fuera de discusión: Trump no está dispuesto a sacrificar su capital político para darle a Corea del Norte lo que quiere. Con el proceso de impeachment en marcha, el presidente necesita que el Partido Republicano lo salve de una condena en el Senado, por lo que intentará hacer todo lo que esté a su alcance para mantener ese apoyo.

La falta de confianza es palpable y no contribuye a crear un clima favorable. El Ministerio de Relaciones Exteriores de Corea del Norte lleva ya varios meses boicoteando las negociaciones. Y en Washington, casi todos, excepto Trump, observan a los delegados de Kim como interlocutores poco fiables.

Por lo tanto, Kim tendrá que atenuar su discurso y rebajar sus pretensiones si desea llegar a un acuerdo con la actual administración estadounidense. A su vez, sería imprescindible que Trump cumpla con su parte. Para empezar, debería dejar de considerar las negociaciones como un asunto personal y convocar a su Secretario de Estado, a su Asesor de Seguridad Nacional y a todos aquellos que tengan competencia en la materia para discutir una estrategia realista.

Nadie quiere retroceder en el tiempo y regresar a los días aterradores de “fuego y furia”. Los dos gobiernos todavía están a tiempo de hacer una introspección sobre lo que se puede lograr y lo que es mejor dejar para más adelante. Manejar las expectativas y aliviar las tensiones puede no ser muy emocionante, pero puede ser clave para mantener abierta la comunicación y evitar la catástrofe.