La Peste (el coronavirus) nos agarró muy mal parados: ¿qué podemos hacer?

Director General en

Economista especializado en Desarrollo Económico, Marketing Estratégico y Mercados Internacionales. Profesor en la Universidad de Belgrano. Miembro de la Red Liberal de América Latina (RELIAL) y Miembro del Instituto de Ética y Economía Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. 

ÁMBITO FINANCIERO – En tiempos inmemoriales la Peste se encontró en el camino con un hombre llamado Alayar que vestía una capa de lana. Alayar le preguntó por sus planes. La Peste respondió que se dirigía a la ciudad de Uruk y que iba a matar a 10.000 personas. Unos meses más tarde volvieron a cruzarse en el camino, y Alayar increpó a la Peste, “¡Me has mentido! Estuve en Uruk y murieron 100.000 personas, la ciudad ha quedado completamente destruida”. La Peste le respondió que no había mentido, que ella había matado a 10.000: “Al resto los mató el pánico”.

Este viejo cuento oriental encierra el principal desafío que está enfrentando el mundo: no hay un problema, sino dos: la pandemia, y el pánico que genera. La velocidad y cantidad abrumadora de la información moderna agiganta la crisis y la gente reclama medidas cada vez más drásticas a los gobernantes. Pero el miedo suele ser mal consejero, es indispensable que nuestros gobernantes mantengan el corazón caliente pero la mente fría. Está muy bien que el presidente se rodee de un Consejo Médico, pero es también indispensable que se rodee de otras profesiones más ligadas a la producción, a las empresas y la sociedad.

Efectos económicos de la pandemia en el mundo y argentina

Se tomaron medidas drásticas para disminuir las muertes por la pandemia; pero también hay que comprender que debemos evitar la pérdida de miles de empleos y el colapso de la economía, porque eso generaría un nuevo salto de la pobreza, el hambre, y la mortalidad por otras casusas diferentes al coronavirus.

Mientras escribo estas letras, el coronavirus ya provocó 11.351 muertos en todo el mundo. El número es muy inferior a los 389.000 muertos (con un rango de incertidumbre entre 294.000y 518.000), que provoca anualmente la gripe común, según los datos de John Paget et Al (2019). Pero lo que preocupa es la velocidad de expansión del virus que se cree que es 2,3 veces más contagioso que la gripe común. A esto se suma la incertidumbre que produce un virus sobre el cual todavía hay poca información. Los datos registrados muestran una mortalidad cercana al 3%, fundamentalmente de personas mayores, pero esos datos no se corresponden con la población de infectados totales que, según The Economist, podría ser hasta diez veces mayor y, por ende, la tasa de mortalidad por el total de contagiados sería muy inferior a la cifra divulgada.

Por eso las estimaciones de las tasas de mortalidad totales van desde cifras que pueden estar en el rango inferior de una gripe común. La buena noticia es que mañana termina el invierno en el hemisferio norte y a medida que promedie la primavera y se acerque el verano la temporada de gripe terminará y probablemente se frene también el coronavirus (es otra incertidumbre).

La mala noticia es que mañana empieza el otoño en el hemisferio sur, donde el porcentaje de población mundial es mucho menor, pero es donde estamos nosotros. La temporada de gripe está por llegar y el Coronavirus ya llegó. Nos agarra muy mal parados, tanto desde el punto de vista sanitario, tenemos una fracción de las camas por habitante en nuestros hospitales en relación por ejemplo a los de Alemania. Además, tenemos un Estado quebrado que no puede pagar sus deudas y no tiene acceso al crédito.

Sabemos que hay dos formas de enfrentar la situación: una drástica para aplanar la curva de contagio y disminuir el colapso de los hospitales, y la otra es no hacer nada, lo cual reduce el impacto económico pero aumenta la cantidad de muertes aunque no sabemos en qué magnitud. El gobierno adoptó el primer criterio y seguramente cuenta con el apoyo de la inmensa mayoría de la población. La contracara es que se eligió el camino que tendrá mayor impacto económico y social en el mediano plazo.

Para el mundo estimamos una recesión de al menos seis meses, empezó en China y se generaliza a Europa, EE.UU. y al resto del mundo. Pero en Argentina el panorama parece más sombrío. Hay una alta probabilidad de default y recesión y caída de la recaudación impositiva. El gobierno seguramente mantendrá una alta emisión de moneda, y controles de precios, salarios y tarifas. Pero eso no evitará sino que potencia algún nuevo salto inflacionario que afectará a los más pobres. Claramente no hay soluciones fáciles, pero es necesario que se comprenda que quienes reciben dinero del Estado deben compartir el peso del ajuste inevitable con los trabajadores del sector privado.

Los plomeros, carpinteros, pintores, peluqueros, masajistas, kiosqueros, etc, que dejan de trabajar debido a las drásticas medidas preventivas, automáticamente dejan de percibir ingresos y tienen que seguir pagando impuestos. Funcionarios, políticos, diputados, concejeros deliberantes, legisladores, jueces y la burocracia deben ser solidarios y recortar también sus sueldos y sus presupuestos, para bajar impuestos al sector privado.

Es imprescindible que cada medida de prevención sea evaluada considerando tanto su eventual impacto positivo, como sus costos y efectos negativos.