Un libro extraordinario de Carlos Escudé

Presidente del Consejo Académico en

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

INFOBAE – Hemos acordado en algunos temas y discrepado en otros. Nos hemos encontrado en diversas oportunidades para intercambiar ideas y para discutir acaloradamente. He quedado muy favorablemente impresionado con algunos de sus escritos y he quedado muy mal con otros que me han parecido sumamente desafortunados. Me han disgustado mucho algunas de sus declaraciones y he coincidido con otras. Carlos Escudé era un personaje cambiante, por momentos fantasioso e impredecible. Desde nuestras visiones opuestas sobre el menemato no nos hemos vuelto a frecuentar, salvo en un seminario que dirigí de Liberty Fund sobre un libro de Anthony de Jasay con la presencia de ese autor y la del premio Nobel en economía James Buchanan en el que Escudé participó fugazmente. En todo caso, en esta nota periodística me circunscribo a uno de sus trabajos que estimo es de inmenso valor para entender parte de la historia argentina.

Se trata de la magistral obra titulada El fracaso del proyecto argentino. Educación e ideología, publicada luego de años de trabajo por el Instituto Torcuato Di Tella, Editorial Tesis y el Conicet. Explica con lujo de detalles y valiosas documentaciones buena parte de las causas de los problemas que venimos arrastrando en nuestro país desde hace décadas. Escudé era doctor por la Universidad de Yale, profesor en la Universidad Católica Argentina, en la Universidad de Belgrano y profesor visitante en Johns Hopkins University y en St. Anthony´s College de la Universidad de Oxford. Fue becario de Fulbright y Giggenheim e investigador en Conicet y del entonces Instituto Di Tella.

El libro en cuestión -una notable, rigurosa y meticulosa investigación- desentraña las razones que a través del tiempo fueron desembocando en nuestro estatismo, xenofobia y populismo vernáculo parido en el seno del nacionalismo. Como ha explicado Milton Friedman, los sucesos no irrumpen de golpe: lo que surge en la superficie debe ser contrastado con lo que viene ocurriendo en las corrientes subterráneas. Esto fue el caso argentino. Mientras el progreso moral y material era extraordinario desde la Constitución liberal de 1853 se gestaban las ideas que provocaron tanto sufrimiento desde el golpe fascista del ’30 en el que surgió a la superficie la primera tanda de nacionalismo acentuada grandemente a partir del golpe militar del ’43, que incrustó el estatismo hasta nuestros días con los resultados que están a la vista de todos.

Abre el libro afirmando en la introducción que en el liberalismo “la única razón de ser del Estado es la defensa del individuo […] Desde este punto de vista, el individuo es supremo y las limitaciones a su libertad surgen únicamente de las necesidades funcionales vinculadas con la protección y defensa de otros individuos y sus derechos […] En contraste, por nacionalismo entenderemos una filosofía de valores políticos que presupone que la ‘Nación’ es un ‘Ser’ superior […] El individuo vive para servir a su ‘Patria’: así y no al revés, se define la relación esencial entre el individuo y el estado-nación”. Recordemos que Juan Bautista Alberdi había dicho en La omnipotencia del estado es la negación de la libertad individual que “el entusiasmo patrio es un sentimiento peculiar de guerra, no de libertad”.

Apunta Escudé que las primeras manifestaciones visibles de nacionalismo se expresaron con la denominada Ley de Residencia de 1902, que autorizaba a expulsar extranjeros sin juicio previo a quienes “comprometen la seguridad nacional”, y luego el comienzo de la “educación patriótica” desde 1908 basado en el libro Patria de Joaquín V. González , como subraya Escudé “oficialmente aprobado para la enseñanza primaria” donde, entre otras cosas, se consigna que “religión y no otra idea perecedera es el patriotismo […] La Patria es la persona imperecedera para quienes luchan y trabajan los hombres”. Este antropomorfismo inadmisible en el contexto de una sociedad libre es lo que lo hace concluir con razón a Escudé que “si la patria es un ser superior a los individuos, el individuo es sacrificable” y más adelante destaca que “el texto de González es un paradigma del espíritu autoritario, militarista, dogmático y chauvinista que dominó a nuestra educación desde 1908, generando una cultura política autoritaria que haría muy difícil el buen funcionamiento de nuestras instituciones liberales”.

Escudé nos dice que la Ley Láinez de 1905 invistió al Consejo Nacional de Educación la facultad de imponer en las escuelas estatales y privadas programas educativos para “adoctrinar y uniformar mentalidades” y además distribuía gratuitamente entre todos los maestros la publicación “El Monitor de la Educación Común” donde se cita a Bismarck “que llama a los maestros mis nobles compañeros de armas”. Ejemplifica Escudé con el caso de “Carlos Octavio Bunge, uno de los grandes ideólogos de la educación patriótica que siempre había propiciado el modelo alemán para la creación de una intensa conciencia nacionalista”, para lo cual cita su obra El espíritu de la educación: informe para la instrucción pública nacional que imprimió una extendida influencia en el antedicho Consejo. Y en su ensayo titulado “La educación patriótica ante la sociología”, publicado en El Monitor de la Educación Común el 31 de agosto de 1908, escribe que “el individualismo anárquico es un peligro en todas las sociedades modernas, reagravose en la República Argentina por la afluencia del extranjero inmigrante”.

También en ese medio oficial del Consejo, el 31 de mayo de 1908 se reprueba “el carácter cosmopolita de nuestra población y de nuestras escasas condiciones para fundir en un molde nacional al extranjero que incesantemente nos invade”. En 1909 sigue Escudé recordando que “se estableció la obligación de memorizar el catecismo patriótico de Bavio [Ernesto A.] que rezaba de este modo,

—Maestro: ¿Cuáles con los deberes de un buen ciudadano?

—Alumno: El primero amar a la patria.

—Maestro: ¿Antes que a los padres?

—Alumno: ¡Antes que todo!”

Por su parte, José María Ramos Mejía en su informe de 1909 -1910 del Consejo elaboraba sobre la necesaria “ingeniería cultural” y muestra que “los sonidos ejecutados por una banda militar llegan al oído del niño como un lenguaje fantástico y fascinador”, al tiempo de señalar la importancia de “convertir a la escuela en el más firme e indestructible sostén del ideal nacionalista”.

Enrique de Vedia, rector del Colegio Nacional Buenos Aires y vocal del Consejo, propuso el 31 de octubre de 1910 en El Monitor de la Educación Común que “formemos con cada niño de edad escolar un idólatra frenético por la República Argentina […] Lleguemos en este camino a todos los excesos, sin temores ni pusilanimidades”. Ricardo Rojas en la misma revista el 28 de febrero de 1911 en un artículo que lleva el título de “La escuela argentina” sostiene que “la Patria es una forma visible de divinidad.” Lo mismo propugnaba Manuel Carlés en esa publicación.

En este clima no estaba ausente el criminal antisemitismo, tal como lo revela Escudé a través de los macabros escritos de Bernardo L. PeyretManuel Gálvez y el antes mencionado Bavio, panfletos publicados en el referido órgano de difusión del Consejo Nacional de Educación que por razones de espacio y de repugnancia no transcribimos los textos que consigna Escudé.

En noviembre de 1920 el Consejo Nacional de Educación promulga una resolución con la intención de desprenderse de las personas que no comulgan con la xenofobia militante de la entidad en estos términos: “Quienes no estén conformes con la orientación nacionalista que el Consejo ha dado a la enseñanza, deben tener la lealtad de renunciar”.

Lo anterior se debe a algunas reacciones tímidas pero saludables a contramano del dogma prevalente, lo cual explica Escudé se manifestó con más vigor en el trabajo solitario que más adelante afortunadamente se filtró del gran Enrique de Gandía también en la revista oficial del Consejo en julio de 1932 bajo el título de “La enseñanza elemental de la historia argentina”, donde escribe que “se ennoblece al gaucho, holgazán, pendenciero y amigo de lo ajeno que solo debe su glorificación a una moda literaria […] la desinformación, la mala educación, el adoctrinamiento de dogmas disparatados y estupidizantes, puede ser peor que la ausencia de educación”. Lamentablemente esta sana y esporádica reacción no logró abrirse paso entre nosotros, a pesar que el prolífico y sustancioso de Gandía ha publicado numerosas obras donde se detiene a explicar las inmensas ventajas de la tradición liberal argentina en contraposición a los estragos de los aparatos estatales desenfrenados que nos siguen consumiendo hasta el día de hoy.

Se ensañó con mucha mayor fuerza el nacionalismo de marras inaugurado por el nuevo interventor en el Consejo Ramón G. Loyarte, puesto en funciones por el nazi-peronista -ministro de instrucción pública- Gustavo Martínez Zuviría, donde se vuelven a las andadas populistas con toda la fuerza del aparato estatal que fue envenenando todas las áreas del país. Como bien refiere Escudé, en algún período luego de la pesadilla de los primeros gobiernos peronistas “se eliminó a Perón de la educación y se dejó, intacto, el contenido educativo que había hecho posible a Perón” y recuerda que “la Argentina anterior a Perón era una tierra de oportunidades”.

En resumen, no resulta posible en un artículo periodístico trasmitir todo el inmenso jugo de la obra aquí muy telegráficamente comentada de Carlos Escudé, recomiendo entusiastamente su lectura y estudio pues como queda dicho descifra las causas subyacentes en nuestra manía monótona del fracaso. No es prudente alargar estas líneas pues necesariamente significa extender las citas ya de por sí extensas. En todo caso, expreso mi agradecimiento por haber tenido la dicha de leer este libro magnífico lleno de enseñanzas, que espero sean aprovechadas por muchos lectores deseosos de conocer parte sustancial del origen de nuestros males a los efectos de retornar la senda alberdiana del liberalismo que nunca debimos abandonar.

El patrioterismo nacionalista de las culturas alambras no es más que un burdo disfraz para ocultar las ansias de poder de energúmenos que pretenden manejar a su arbitrio vidas y haciendas ajenas, lo cual en nuestro mundo de hoy está haciendo estragos incluso en países tradicionalmente considerados civilizados. Las reflexiones y los testimonios de Escudé en el libro que hemos brevemente comentado sin duda ayudarán a despejar telarañas mentales. También para informar a incautos de los peligros que corren los derechos de las personas que son siempre anteriores y superiores a la existencia de los gobiernos que teóricamente se han establecido precisamente para proteger esos derechos.