La pata fiscal es imprescindible para dar credibilidad a la política monetaria. De lo contrario, no bajará la inflación.
EUGENIO MARI PARA EL ECONOMISTA – La inflación de marzo superará el 5,5% mensual, lo que equivale a un ritmo anualizado de más del 90%. La guerra contra la inflación no parecería estar rindiendo sus frutos. En paralelo, la pobreza ha bajado de manera coyuntural, pero afecta a más de 17 millones de argentinos y se espera que vuelva a subir este año. Más del 50% de los menores de 14 años son pobres.
Ambas cuestiones están interconectadas. La inflación creciente es síntoma de una moneda que va perdiendo valor y de una política monetaria insana. Y que genera niveles de ahorro e inversión bajos que afectan negativamente el crecimiento económico.
Esto ha erosionado el principal escudo que tienen los argentinos contra la pobreza: el empleo. Tener trabajo en Argentina ha dejado de ser sinónimo de riqueza. Más de un tercio de los trabajadores son pobres.
Nótese que nuestro país no tiene problemas graves de desempleo, la tasa de desocupación está en el orden del 7%, sino de calidad y remuneración del empleo. La inversión es una variable clave en este sentido. Y para recuperarla es necesario bajar la inflación.
Se deduce que resolver el problema inflacionario es una condición necesaria para empezar a reducir la pobreza. Sin embargo, no cualquier lucha contra la inflación obtendrá los resultados deseados de manera sustentable. Nuevamente, la respuesta no resulta sencilla, si así lo fuese probablemente habríamos solucionado el problema inflacionario hace años.
Lo primero que hay que reconocer es que el Estado argentino es uno solo. Si bien se han hecho esfuerzos por separar institucionalmente el lado monetario y el fiscal, económicamente hablando están interconectados. En particular, la emisión monetaria es un mecanismo de financiación del gasto público, lo mismo que la deuda pública.
Esto nos dice que la emisión de moneda y la inflación son, por lo menos en parte, guiadas por la política fiscal. Pero no solo por la política fiscal actual, sino también por las expectativas de política fiscal futura. Al final del día, lo que marca las expectativas es si el Estado podrá financiarse genuinamente o no.
Veámoslo desde el punto de vista económico. Imaginemos un Estado que deja de financiarse con emisión hoy, pero mantiene un déficit fiscal elevado y tiene un gasto público rígido a la baja, ¿bajará la inflación? ¿Es creíble que no se financiará en el futuro con emisión? ¿Hay buenas razones para que la demanda de dinero aumente y se revalorice el peso?
Ahora veamos un ejemplo de compromiso institucional. ¿Es creíble un gobierno argentino que dice que mantendrá un Banco Central independiente mientras también mantiene un déficit fiscal de 6% del PIB con una deuda pública del 100% del PIB? ¿Empezaremos a confiar los argentinos en el peso a partir de este compromiso? Probablemente no.
Siguiendo esta línea argumental, llegamos a que cualquier reforma monetaria para bajar la inflación es impotente si no hay una reforma fiscal que lleve el gasto público a niveles financiables de manera genuina. He aquí un importante talón de Aquiles de cualquier reforma monetaria.
Esto ya lo hemos visto en Argentina. La mayor parte de planes de estabilización de la inflación en nuestro país han caído, más tarde o más temprano, presas de esta trampa. Un ejemplo notable fue el Plan Austral: lanzado en junio de 1985, fue exitoso en bajar la inflación rápidamente y promover un rebote en el crecimiento. Pero en menos de 2 años la inflación había vuelto a desbocarse, empujada por un gasto público que debía financiarse y por el propio déficit cuasi fiscal del Banco Central.
Otro ejemplo fue el plan desarrollado por el Banco Central en 2016 y 2017. Se aplicó un programa de austeridad monetaria con subas de tasas de interés y fortalecimiento de la posición de reservas internacionales. Pero la inflación no bajó a los niveles esperados. Es más, a mediados de 2018 la economía enfrentó una reversión en los flujos de capitales y caída en la demanda de dinero que llevó la suba de precios a un ritmo de más del 40% interanual.
La pata fiscal es imprescindible para dar credibilidad a la política monetaria. De lo contrario, no bajará la inflación. Esto hace que la lucha contra la inflación no tenga soluciones mágicas. Más aún en Argentina, donde hemos visto todo tipo de programas económicos y monetarios.
Lo que quedará para debatir en un próximo artículo es si existe alguna posibilidad de que la reforma monetaria obligue a la disciplina fiscal. Esto es, ¿hay algún arreglo institucional tal que haya una suerte de “dominancia monetaria”? O sea que la tasa de inflación determine el gasto público y no al revés.