Estados Unidos: la Corte Suprema, el aborto y Trump

Presidente del Consejo Académico en

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

INFOBAE El 24 de junio del corriente año la Corte Suprema de Justicia estadounidense revocó la decisión federal del 22 de enero de 1973 en el caso Roe vs. Wade que a su vez había revocado la norma en el estado de Texas que protegía la vida. Se trata del denominado aborto que ahora vuelve a sus cauces por una mayoría de seis contra la opinión disidente de tres. Votaron por esta resolución clave el presidente del tribunal John G. Roberts y Clarence Thomas, Brett M. Kavanaugh, Neil M. Gorsuch, Samuel A. Alito y Amy Coney Barrett. Votaron a favor del aborto Elena Kagan, Stephen Breyer y Sonia Sotomayor. Esta decisión quiere decir que los estados miembros decidirán sobre el particular pero se elimina la usurpación del gobierno central tal como aconsejaron los Padres Fundadores no debería hacerse con temas fuera de las relaciones exteriores, la defensa nacional y conexos (recordemos incluso que en la Asamblea Constituyente se propuso eliminar el gobierno central como incompatible con el federalismo, lo cual no prosperó pues en el debate se argumentó que aquello iba en línea con una confederación). Inmediatamente después del fallo de marras se pronunciaron en contra del aborto la mitad de los estados.

Dado que se atribuye esta votación a la designación de tres jueces de los que se pronunciaron contra el aborto por parte de Donald Trump durante su presidencia (lo cual es muy loable), es muy pertinente subrayar que Trump siempre fue partidario del aborto hasta que los asesores lo convencieron que modifique su posición puesto que si quería dedicarse a la política su potencial base electoral consideraba un crimen el aborto. Así, para ejemplificar con algunas de sus declaraciones, en 1989 apoyó entusiastamente el evento que tuvo lugar para honrar al presidente de la Liga Nacional del Derecho al Pro Aborto, Robin Chandler Duke. En 1999 declaró al periodista Tim Russert que era “muy pro elección” (Pro- Choice) en Meet the Press a lo que agregó enfáticamente “Soy muy pro elección en todos los aspectos de la vida”. Y en el mismo año resumió su postura al Daily Intelligence: “Quiero que se remueva el tema del aborto de la política pues creo que se trata de un asunto personal que deben decidir la madre y sus médicos”. Son muy loables los cambios para bien, todos mutamos con la intención de hacerlo en esa dirección, pero ejecutarlo con criterios oportunistas es a todas luces reprobable.

Como es de público conocimiento Trump desconoció las mismas normas por las que compitió en las últimas elecciones alegando fraude a pesar que los cincuenta estados certificaron el triunfo de su oponente, también lo hicieron sesenta y un jueces federales y locales (incluyendo tres designados por el propio Trump) y certificó su propio vicepresidente Mike Pence. Esto además del bochorno en Charlotteville donde dos grupos de manifestantes se enfrentaron, uno de los cuales llevaba estandartes con las insignias nazi. A pesar de esto Trump declaró públicamente que “había muy buenas personas en ambos bandos” (“very fine people on both sides”). A esto debe agregarse el bochorno de la intentona de tomar el Congreso por la fuerza con el aliento del entonces presidente Trump y el aumento del gasto público, el endeudamiento y el déficit fiscal y todos los atropellos como los destacados por Bob Woodward en su libro Miedo: Trump en la Casa Blanca, nada de lo cual justifica los desmanes de la actual administración demócrata.

En el tema del aborto -como el de todos los vinculados al respeto recíproco como columna vertebral del liberalismo- debemos contribuir diariamente a sostener valores si queremos sobrevivir a la barbarie. Tuve el inmenso gusto de prologar la edición definitiva del tratado de mi querido amigo Jorge García Venturini titulado Politeia donde reproduzco un pensamiento suyo que fuera publicado en una de sus columnas periodísticas del 24 de abril de 1975 y que es muy pertinente reproducir en esta ocasión: “La lucha contra el despotismo es cosa de todos los días y de todos los lugares. No se trata de esperar una gran y definitiva batalla, que además siempre se espera que la den los demás. Se trata de nuestra cotidiana y muchas veces minúscula y anónima batalla por la libertad.” En política constituye una gimnasia muy saludable el acostumbrarnos a abandonar la tentación de apoyar al “menos malo” que naturalmente es malo -la kakistocracia según Garcia Venturini- lo cual también va desde luego para el caso estadounidense. Allí también hay que subir la vara con la mira en los Padres Fundadores, pues como escribió Jefferson “Un despotismo electo no fue el gobierno por el que luchamos”…no importa el signo.

Es del caso reiterar lo que hemos escrito en otra oportunidad sobre el homicidio en el seno materno. Si desde costados sensatos se repite hasta el cansancio los efectos devastadores del control de precios que vienen fracasando desde hace 4.000 años antes de Cristo, con mayor razón se torna imprescindible insistir en los horrores de las matanzas masivas a través de lo que se ha dado en denominar aborto. Es un aspecto que estimamos vital, no en sentido figurado sino literal. Nos referimos a un ser humano en acto con la carga genética completa desde el momento de la fecundación del óvulo, distinta del padre y de la madre por lo que su exterminación resulta un despropósito mayúsculo e injustificable para cualquiera que considera que lo primero es respetar la vida.

Paul Johnson en A History of the American People se refiere al aborto como “una destrucción masiva” y subraya que el antes referido tristemente célebre fallo de Roe vs. Wade convalidó asesinatos “del mismo modo que en el siglo XIX millones de americanos [norteamericanos] fueron esclavizados en conformidad con disposiciones legales que permitieron que los estados miembros aplicaran esa infamia”. Así es, como ha escrito Benjamin Constant, una ley o una mayoría “no puede convertir en justo lo que es injusto”, el derecho se recuesta en mojones y puntos de referencia extramuros de la ley positiva. Afortunadamente ahora la Corte estadounidense abre las puertas para rectificar aquél desacierto mayúsculo y criminal.

A veces se ha mantenido que esto no debe plantearse de este modo puesto que “la madre es dueña de su cuerpo” lo cual es absolutamente cierto pero no es dueña del cuerpo de otro y cómo las personas no aparecen en los árboles y se conciben y desarrollan en el seno materno, mientras no exista la posibilidad de transferencias a úteros artificiales u otro procedimiento es inexorable respetarlo. Es cierto que está en potencia de muchas cosas igual que todo ser humano independientemente de su edad por lo que constituye una arbitrariedad superlativa inventar un momento de la gestación para proceder a la liquidación de esa vida humana como si se produjera una mágica mutación en la especie, lo cual, dicho sea de paso, es una lógica tan arbitraria que puede conducir a la justificación del infanticidio.

En este sentido y antes de seguir adelante con este tema -sin perjuicio de otras muchas declaraciones científicas procedentes de distintas partes del mundo- es pertinente reproducir la muy oportuna declaración oficial en el medio argentino por parte de la Academia Nacional de Medicina de la que transcribo lo siguiente resuelto por su Plenario el 30 de septiembre de 2010 donde concluye “Que el niño por nacer, científica y biológicamente es un ser humano cuya existencia comienza al momento de su concepción […] Que destruir a un embrión humano significa impedir el nacimiento de un ser humano. Que el pensamiento médico a partir de la ética hipocrática ha defendido la vida humana como condición inalienable desde la concepción. Por lo que la Academia Nacional de Medicina hace un llamado a todos los médicos del país a mantener la fidelidad a la que un día se comprometieron bajo juramento”.

Como queda dicho, un embrión humano contiene la totalidad de la información genética: ADN o ácido desoxirribonucleico. En el momento de la fusión de los gametos masculino y femenino -que aportan respectivamente 23 cromosomas cada uno- se forma una nueva célula compuesta por 46 cromosomas que contiene la totalidad de las características del ser humano.

Solo en base a un inadmisible acto de fe en la magia más rudimentaria puede sostenerse que diez minutos después del nacimiento estamos frente a un ser humano pero no diez minutos antes. Como si antes del alumbramiento se tratara de un vegetal o un mineral que cambia súbitamente de naturaleza.

De Mendel a la fecha, la genética ha avanzado mucho, Jerome Lejeune el célebre profesor de genética de La Sorbona escribe que “Aceptar el hecho de que con la fecundación comienza la vida de un nuevo ser humano no es ya materia opinable. La condición humana de un nuevo ser desde su concepción hasta el final de sus días no es una afirmación metafísica, es una sencilla evidencia experimental”.

La evolución del conocimiento está inserta en la evolución cultural y, por ende, de fronteras móviles en el que no hay límite para la expansión de la conciencia moral. Constituyó un adelanto que los conquistadores hicieran esclavos a los conquistados en lugar de achurarlos. Más adelante quedó patente que las mujeres y los negros eran seres humanos que se les debía el mismo respeto que a otros de su especie. En nuestro caso, la secuencia embrión-mórula-balstocito-feto-bebe-niño-adolecente-adulto-anciano no cambia la naturaleza del ser humano. La implantación en la pared uterina (anidación) no implica un cambio en la especie, lo cual, como señala Ángel S. Ruiz en su obra sobre genética “no añade nada a la programación de esa persona” y dice que sostener que recién ahí comienza la vida humana constituye “una arbitrariedad incompatible con los conocimientos de neurobiología”. La fecundación extracorpórea y el embarazo extrauterino subrayan este aserto.

Se ha dicho que el feto es “inviable” y dependiente de la madre, lo cual es también cierto, del mismo modo que lo son los inválidos, los ancianos y los bebes recién nacidos, de lo cual no se sigue que se los pueda exterminar impunemente. Lo mismo puede decirse de supuestas malformaciones: justificar las matanzas de fetos justificaría la liquidación de sordos, mudos e inválidos. Se ha dicho que la violación justifica el mal llamado aborto, pero un acto monstruoso como la violación no justifica otro acto monstruoso como el asesinato. Se ha dicho, por último, que la legalización del aborto evitaría las internaciones clandestinas y antihigiénicas que muchas veces terminan con la vida de la madre, como si los homicidios legales y profilácticos modificaran la naturaleza del acto.

Entonces, en rigor no se trata de aborto sino de homicidio en el seno materno, puesto que abortar significa interrumpir algo que iba a ser pero que no fue, del mismo modo que cuando se aborta una revolución quiere decir que no tuvo lugar. De más está decir que no estamos aludiendo a las interrupciones naturales o accidentales sino a un exterminio voluntario, deliberado y provocado.

Tampoco se trata en absoluto de homicidio si el obstetra llega a la conclusión -nada frecuente en la medicina moderna- que el caso requiere una intervención quirúrgica de tal magnitud que debe elegirse entre la vida de la madre o la del hijo. En caso de salvar uno de los dos, muere el otro como consecuencia no querida, del mismo modo que si hay dos personas ahogándose y solo hay tiempo de salvar una, en modo alguno puede concluirse que se mató a la otra.

Se suelen alegar razones pecuniarias para abortar, el hijo siempre puede darse en adopción pero no matarlo por razones crematísticas, porque como se ha hecho notar con sarcasmo macabro, en su caso “para eso es mejor matar al hijo mayor ya que engulle más alimentos”. Como ha dicho Ronald Reagan “tienen suerte los abortistas que no se les haya aplicado las recetas que ellos patrocinan”.

A contramano de la ciencia se ha pretendido disociar al feto de la personalidad lo cual también contradice las definiciones de los diccionarios de persona como “individuo de la especie humana”. Bien ha explicado Roland M. Nardone que “La asignación de un ser vivo a una especie está determinada, no por la etapa de desarrollo, sino por la suma total de sus características biológicas, reales y potenciales, las cuales son determinadas genéticamente [..] Si decimos que el feto no es humano, es decir, un miembro del homo sapiens, debemos decir que es miembro de otra especie lo cual es un absurdo”.

La lucha contra este bochorno en gran escala reviste mucha mayor importancia que la lucha contra la esclavitud, porque por lo menos en este caso espantoso hay siempre la esperanza de un Espartaco exitoso, mientras que en el aborto no hay posibilidad de revertir la situación.

Entonces, celebramos el fallo rectificatorio de la Corte Suprema en Estados Unidos que esperamos sea imitado en otros países donde lamentablemente se acepta este crimen. Resulta muy contradictorio que muchos de los que declaman sobre “derechos humanos” (un pleonasmo puesto que los derechos solo pueden ser humanos) se pronuncian por la liquidación de seres inocentes. Tal como he escrito antes, dado que los bebés no crecen en los árboles mientras no exista la posibilidad tecnológica de transferirlos a úteros artificiales esa vida debe ser respetada en el seno materno.