Alberto Benegas Lynch (h)
Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
INFOBAE – Estimamos que hay un malentendido en esto de los llamados “servicios de inteligencia”. Cuenta Paul Johnson que cuando le informaron a Jorge IV que su peor enemigo había muerto preguntó sorprendido el rey “¿No me diga que finalmente ha muerto Carolina?” aludiendo a su mujer (por lo menos oficialmente) a lo que el informante respondió: “No su majestad, ha muerto Napoleón”.
Estos servicios en gran medida están fabricados y operados por “almas deshabitadas” al decir de Giovanni Papini o “mamíferos verticales”, según lo consignado por Miguel de Unamuno, o más bien por mentes perversas abiertamente opuestas a la sociedad abierta.
James Bovard en Terrorism and Tyranny se alarma al destacar que nada menos que en Estados Unidos se recurre a procedimientos de las dictaduras “Dado que el terrorismo apunta a liquidar las libertades, el gobierno se decide a hacerlo primero […] autorizando escuchas telefónicas sin orden judicial y hacerse de millones de correos electrónicos de la gente […] poner en prisión sin cargos, confiscar efectivo solo en base a sospechas y entrometerse en todos los vericuetos de la vida privada”. Es muy pertinente recordar lo consignado en 1759 por Benjamin Franklin en cuanto que “Aquellos que renuncian a libertades para obtener seguridad, no merecen la libertad ni la seguridad.”
El ex Presidente estadounidense Harry S. Truman fue el creador de la CIA en 1945 pero en 1963 comenzó a señalar -primero en una larga columna en el Washington Post y luego en otros escritos- que esa agencia se había desviado radicalmente de sus propósitos iniciales para cometer acciones y operaciones a todas luces reprobables por lo que aconsejaba revisar y reformar todos los procedimientos del caso.
Se necesita apoyo logístico para indagar acerca de propósitos siniestros que atacan libertades en un mundo con tantas acechanzas perversas pero se trata de no proceder criminalmente saliendo por completo de cauce. En nuestro país, los actos criminales de la Embajada de Israel, la AMIA y, como entre otros explica Carlos Stornelli, el asesinato del fiscal Alberto Nisman no han sido aun esclarecidos por los servicios en el contexto judicial, más aun se exhiben fundadas conjeturas sobre todo tipo de complicidades por parte de quienes teóricamente son los encargados de velar por los derechos de las personas. Una bofetada a la inteligencia y a la decencia elemental.
Antes he escrito sobre este bochorno, pero es del caso insistir en el tema dados los nuevos embates de estas agencias. Dice el adagio que si a uno lo engañan una vez, la vergüenza corresponde a quien engaña, pero si nos vuelven a engañar con lo mismo, la vergüenza es para uno. Resulta de interés preguntarse y repreguntarse qué grado de compatibilidad o incompatibilidad existe entre los llamados servicios de inteligencia y el sistema republicano de gobierno. Como es sabido, uno de los ejes centrales de esta forma de concebir el aparato político consiste en la transparencia de sus actos.
Conviene llevar a cabo el ejercicio con una mirada crítica sobre estas reparticiones tan peculiares. Prácticamente todos los gobiernos cuentan con servicios de inteligencia, lo cual no invalida el interrogante aunque no en todos los casos se usan malamente. Cuando menos, en los casos pertinentes, llama la atención que una sociedad libre se desplace simultáneamente por dos andariveles tan opuestos.
Por una parte, en el contexto de un sistema republicano se insiste en la necesidad de que los funcionarios gubernamentales sean responsables de sus actos y que éstos estén en conocimiento de los gobernados y, por otro, se procede de modo clandestino, echando mano de fondos reservados para propósitos de espionaje y otros menesteres non sanctos que se mantienen en las sombras. Parecería que hay aquí un doble discurso y que se entroniza una hipocresía digna de mejor causa.
Agentes dobles, contrainteligencia, secretos de Estado, escuchas y detenciones sin orden de juez competente, violaciones de domicilio, asesinatos, sabotajes, movimientos subversivos programados y, frecuentemente, seguimiento de los movimientos de los dirigentes de partidos políticos de oposición son sólo algunos de los hechos que producen los más renombrados “servicios”. Esto es en el “mundo libre”, ya que en los países totalitarios se añaden abiertas e implacable persecuciones a quienes no adhieren al poder de turno.
En los Estados Unidos, actualmente existen veinticuatro “oficinas de inteligencia” para no decir nada lo que ocurre en otros países menos afectos a la libertad. El periodista de la BBC de Londres Paul Reynolds pone en tela de juicio la eficiencia algunos de los servicios de inteligencia más destacados del mundo a raíz que ejemplifica con la ya célebre invasión a Irak, en una columna titulada “¿Podemos confiar en los servicios de inteligencia?”. Por su parte, Harry Browne señala los fiascos de los servicios de inteligencia estadounidenses en Vietnam, Corea, Somalía y Haití, e incluso tiende un manto de sospechas sobre los que operaron durante la Segunda Guerra Mundial, en la que se terminó entregando a Stalin aproximadamente las tres cuartas partes de Europa.
Es que siempre los burócratas están tentados a utilizar este y otros departamentos y oficinas para fines políticos, y cuando no hay claros límites al poder y se permite recurrir a la clandestinidad los abusos no deben sorprender, sin contar con las traiciones, las falsas denuncias y las delaciones internas y ex amistades de la CIA, como Saddam Hussein y Ben Laden.
Por esto es que León Hadar, del Cato Institute, sugestivamente titula su ensayo “Los servicios de inteligencia no son inteligentes”. Allí muestra con profusión de datos cómo la alegada seguridad nacional está en riesgo con estos procedimientos oscuros en los que, por definición, no hay control de gestión propiamente dicho. Hadar se refiere a los Estados Unidos. Imaginemos qué le cabe, por ejemplo, a nuestra SIDE, creada por Perón, hoy AFI.
David Canon, del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Indiana, en su trabajo titulado Inteligencia y ética, alude a las declaraciones de un agente de la CIA que explica que lo importante es lograr los objetivos sin detenerse en los medios: “Los temas legales, morales y éticos no me los planteo, igual que no lo hacen los otros [integrantes de la CIA]”, dice, y documenta la cantidad de “sobornos a funcionarios, derrocamiento de gobiernos, difusión deliberada de mentiras, experimentos con drogas que alteran la mente, utilización de sustancias venenosas, contaminación de alimentos, entrega de armas para operar contra líderes de otros países y, sobre todo, complotar para asesinar a otros gobernantes”.
En esta dirección ofrece ejemplos de operaciones de la CIA en Costa Rica, Corea, Colombia, Laos, Guatemala, Irán (ellos fueron los que en su momento organizaron la policía secreta del sha), China e Indonesia. Por eso es tan relevante repasar las antedichas consideraciones de Truman.
Pero, como bien destaca Norman Cousins, el establecimiento de entidades de estas características “necesariamente tiene que terminar en un Frankenstein”. Idéntica preocupación revela Drexel Godfrey en la revista Foreign Affairs en el que añade las encrucijadas del célebre embajador Joseph Wilson, quien contradijo los informes de inteligencia ingleses y norteamericanos respecto de la patraña de las armas de destrucción masiva en Irak.
No se avanza mucho aunque en la vidriera se establezcan estrictos controles republicanos, división horizontal de poderes y, en general, los indispensables límites al poder político. Este puede deslizarse por la puerta trasera con todo tipo de abusos, sin rendir cuenta al público, por más que se tejan subterfugios más o menos elaborados a través de comisiones parlamentarias.
Ciertos servicios de inteligencia son compatibles con regímenes totalitarios de factura diversa, pero parecen del todo inadecuados en el seno de una sociedad libre. No en vano en los Estados Unidos se extiende la utilización de la expresión rusa “zar” para el máximo capitoste del espionaje.
Es útil cuestionar y someter al análisis temas que habitualmente se dan por sentados. Si no se procede a esta revisión periódica, podemos encontrarnos con que estamos avalando ciertas políticas que resultan nocivas, pero que continúan en vigencia sólo por inercia, rutina o molicie. John Stuart Mill decía que “todas las buenas ideas pasan invariablemente por tres etapas: la ridiculización, la discusión y la adopción”. Este tema de los llamados servicios de inteligencia se vincula con muchos otros que también requieren limpieza de telarañas mentales para su mejor comprensión.
Menciono cuatro áreas al correr de la pluma. En primer término la seguridad. Como queda dicho, paradójicamente, en no pocos lugares para proteger este valor se lo conculca. Esto ocurre hoy, en gran medida, con la lucha antiterrorista. En última instancia, el terrorismo apunta a desmantelar y liquidar las libertades individuales. Pues lo curioso del asunto como hemos apuntado más arriba pero por la gravedad del asunto se hace necesario subrayar respecto a que en el baluarte del mundo libre –los Estados Unidos–, con el argumento de proteger aquellos derechos se los lesiona, con lo que en la práctica se otorga una victoria anticipada a los criminales del terror. Tal es el ejemplo de lo que fue la vergonzosa ley denominada “patriótica”.
En segundo lugar, para mitigar las convulsiones que hoy tienen lugar, debería hacerse un esfuerzo mayor para no caer en la trampa mortal de las guerras religiosas y para distinguir un asesino de quien suscribe determinada religión. Hay que insistir en los graves peligros y acechanzas que aparecen al vincular el aparato estatal con una denominación confesional.
El tercer capítulo, emparentado con el surgimiento de los servicios de inteligencia para contrarrestar las guerras, son las epidemias de nacionalismos, xenofobias y racismos que toman los lugares de nacimiento como un valor y un disvalor para el extranjero, como si las fronteras tuvieran algún sentido fuera de la descentralización del poder y como si las razas no fueran un estereotipo carente de significado entre hermanos que provenimos todos de África.
Por último, no estaría mal revisar exhaustivamente el papel de las Naciones Unidas, de la que dependen innumerables oficinas que pregonan a los cuatro vientos, en sus publicaciones y en las declaraciones de sus directivos, políticas socializantes que conducen a la pobreza y a la guerra, al tiempo que muchas veces se constituyen durante largos períodos en observadores incompetentes, tal como ha ocurrido hasta el momento en el caso actual de los terroristas de Hezbollah con Israel y otros blancos. Un comentarista de la televisión mexicana ha proclamado recientemente: “Nosotros también somos observadores, pero de la inoperancia de las Naciones Unidas”.
Entonces, no sólo debemos concentrar la atención en la naturaleza y los alegados servicios que prestan las estructuras de “inteligencia”, sino también prestar atención a las causas que dan lugar al debate que ahora pretendemos abrir, al efecto de seguir averiguando los inconvenientes y las eventuales ventajas de este tipo de organizaciones. Es del caso reformar organigramas y agencias que son contrarias a la sociedad libre y centrar la atención en entidades que puedan controlarse y que efectivamente se circunscriban a salvaguardar derechos frente a peligros varios y no a conculcarlos y amenazarlos. En la mayor parte de los casos otro debe ser el enfoque para no seguir con entidades donde opera el zócalo de la barbarie.
Tal vez la necesaria institución encargada de prevenir actos terroristas y equivalentes debería llevar un nombre que indique sin ambages su misión específica, por ejemplo Unidad de Protección a los Derechos Individuales al efecto de dificultar desvíos truculentos como los que se llevan a cabo en no pocos casos.