¿Habrá clases algún día?

Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.

CLARÍN Dentro de pocos días, el lunes 21 de noviembre gozaremos de un nuevo feriado con fines turísticos. Por supuesto no habrá clases en las escuelas como tampoco lo habrá el viernes 9 de diciembre por idénticas razones; ni las hubo pocos días atrás, en el fin de semana “superlargo” del viernes 7 al lunes 10 de octubre, al sucederse un viernes con fines turísticos y el feriado del lunes siguiente, en virtud de conmemorarse el Día de Respeto a la Diversidad Cultural.

Hace ya años, en junio de 2016, publiqué en este mismo espacio una nota titulada: “Sarmiento y los feriados que no honran”. La misma se originaba en el establecimiento de un nuevo feriado el 17 de junio, en ese caso en memoria de Martín Miguel de Güemes.

El autor del proyecto, el por entonces diputado por Salta, Pablo Kosiner, manifestó que la incorporación de un nuevo feriado en el calendario “no hará entrar en crisis el sistema educativo pero sí servirá para reivindicar una deuda que la historia argentina tiene con uno de sus próceres máximos”.

Es claro que Kosiner tristemente tenía razón, el feriado no haría entrar en crisis el sistema educativo, el sistema ya se encontraba en una crisis cuya magnitud la sociedad no llegaba, ni llega, a dimensionar. Nuestros sistemáticos resultados en los exámenes internacionales PISA, o en cualquier otra evaluación que deseemos considerar, son una nítida prueba de ello.

Mucha agua ha pasado bajo el puente desde aquel lejano junio de 2016. Dos años prácticamente sin clases presenciales desde el inimaginable marzo de 2020, cuyos tremendos costos recién se habrán de percibir en los años por venir. El resultado de las pruebas Aprender llevadas a cabo a fines de 2021 a los chicos de sexto grado constituye tan sólo la punta del iceberg: 7 de cada 10 estudiantes de hogares vulnerables no comprenden un texto acorde a su edad y casi la misma proporción no puede resolver operaciones matemáticas sencillas.

Es claro que las clases remotas para los chicos pobres no fueron clases; no hagamos como el avestruz e intentemos negarlo. Por cierto, no tengo temor alguno en predecir que dichos resultados se verán confirmados, el año próximo, al hacerse públicos los resultados de las evaluaciones PISA llevadas a cabo durante septiembre a los estudiantes de 15 años, o de las Pruebas Aprender, administradas a los estudiantes del último año de la escuela secundaria, durante el mes de octubre.

Es más, dichas evaluaciones sobrestimarán el estado de la educación argentina, pues no habrán evaluado a los miles de estudiantes que sencillamente no habrán sido parte de las mismas, por haber abandonado su educación, en virtud de las políticas llevadas a cabo durante la pandemia.

Mientras tanto, las tomas de colegios continúan siendo tan usuales como los paros docentes; nada ha cambiado luego de la tragedia de la pandemia, es parte del nuestro folklore educativo. De igual forma que lo son los feriados con fines turísticos y los que supuestamente recuerdan a aquellos que hicieron nuestra patria o a hechos de gran significatividad.

No es hora de preguntarnos si ¿habrá clases algún día? En la sociedad del conocimiento en que a nuestros chicos y jóvenes les tocará vivir el capital humano será cada vez más relevante. Es claro que la evidencia provista por múltiples evaluaciones es prueba fiel que el sólo asistir a la escuela no garantiza la adquisición del mismo, pero si ni siquiera hay clases, ¿qué posibilidades tienen?

No estoy hablando de ver o no ver los partidos de Argentina en el Mundial, ese no es el problema; es sencillamente un globo de humo más para ocultar una realidad que asusta.

¿Por qué no preguntarnos qué opinaría Domingo F. Sarmiento frente al escenario que aquí describo? Con franqueza, no dudo que ordenaría, en un lenguaje por demás explícito, eliminar inmediatamente el feriado escolar del 11 de septiembre. Me imagino a Sarmiento afirmar que preferiría que no hubiese ningún acto en su memoria; es más, que ni siquiera un niño argentino recordase su existencia, antes que privarlo de un día de clases.

Es hora de que nos despertemos, el futuro de nuestros hijos es el que está en juego.