Más deuda: alargar la mecha

EDITORIAL DE LA NACIÓN En economía, “tiempo” se llama “crédito”. No solo porque tomar un préstamo permite adelantar un gasto o inversión al presente, sino también porque se puede postergar la resolución de un problema. Justamente, eso es lo que ha estado haciendo el actual gobierno cuando se endeuda en el mercado local o con organismos internacionales.

En marzo del año pasado, la firma del acuerdo con el FMI logró financiamiento por casi 4500 millones de dólares. Se “evaporaron” en pocos meses, destinados a cubrir la pérdida de divisas que genera el atraso cambiario por el cepo. En septiembre, el ministro Sergio Massa viajó para reunirse con los directivos del FMI. Para reforzar el stock de divisas propias del Banco Central (BCRA), consiguió además préstamos de otros organismos internacionales por unos 2100 millones de dólares. Insuficiente aún para sostener las reservas, optó por avanzar con los “dólares soja” y adelantó así liquidaciones de exportaciones por unos 10.800 millones de dólares. Parte de ese ingreso anticipado corresponde a embarques que se estarán realizando este año y que, por lo tanto, no vienen acompañados de un ingreso de divisas. Nuevamente, esta medida cumple la función de un crédito en tanto permite “tapar agujeros” hoy a costa del futuro.

Una de las últimas noticias fue la activación de cerca de 5200 millones de dólares del swap, una forma de préstamo, del Banco Central de China que el BCRA podrá usar para pagar importaciones de dicho origen. Eso le permitirá disminuir la caída de divisas propias, por lo menos durante los próximos meses. Por supuesto, endeudarse para financiar la pérdida de reservas hace que el BCRA sea cada vez más insolvente y, por ende, vuelve cada vez más probable una crisis monetaria y cambiaria. Sin embargo, todavía cuenta con otras formas de seguir postergando la solución de los problemas, a costa de estar cada vez más quebrado. Una de ellas es la venta de dólares futuro por parte del BCRA. Este instrumento se usó “generosamente” al final de la gestión de la entonces presidenta Cristina Kirchner e hizo mucho más difícil y costoso para los argentinos el salir del cepo que dejó su gestión.

“No solo de dólares vive el Gobierno”, sino también de pesos. Para financiar el elefantiásico y dispendioso Estado, el BCRA ha venido emitiendo a una velocidad crucero promedio de entre 40% a 50%; con picos diarios por encima y por debajo. Además de enviarle fondos directamente al Estado, ha venido comprando bonos del Tesoro en el mercado. De esa forma, logra que haya más demanda cuando la gestión nacional necesita hacer nuevas colocaciones.

El grave problema es que las necesidades del Tesoro para cubrir excesos de gasto eran en realidad muy superiores, lo que hubiera obligado a emitir mucho más, generando aún más inflación. Para evitar esto último y con el fin de poder brindarle más financiamiento, el BCRA ha tomado crédito en el mercado local. Hoy su deuda remunerada –así denominada porque paga intereses– es más del doble de la cantidad de moneda nacional existente, esto es la base monetaria. Se toma como referencia esta medida porque con lo único que el BCRA puede pagar esos pasivos es emitiendo pesos. Cabe imaginarse lo que pasaría con el valor de la moneda nacional si no fuera posible refinanciar esa deuda y hubiera que pagarla total o parcialmente “dándole a la maquinita”.

La situación se agravó cuando, para frenar la corrida cambiaria de julio pasado, el BCRA subió fuertemente la tasa de interés, a más de 100% (efectiva anual). Es cierto que logró su objetivo; pero eso implicó aumentar enormemente los costos de sus pasivos. Se estima que, solo para mantener el actual porcentaje de deuda remunerada respecto de la base monetaria, habrá que llevar el incremento de la emisión a más de 50% en el segundo trimestre y a un rango de 60%-70% en la segunda parte del año. Así que la maquinita de imprimir plata va a estar funcionando cada vez más rápidamente, acelerando la pérdida de valor del peso y, por ende, impulsando la inflación.

Por último, no solamente el BCRA paga las actuales elevadas tasas de interés, sino también el Tesoro, cuya deuda en pesos crece velozmente. Hasta ahora, ha logrado refinanciar los intereses y el capital, además de conseguir algunos recursos extras para cubrir los excesos de gastos del Gobierno. Además, ha ofrecido títulos en canje que le permitieron reducir los vencimientos del primer trimestre; pero muy pocos se animan a prestarle por un período que supere los comicios y solamente 2% de los pasivos vencen en el último trimestre.

Entre abril y septiembre de este año, se concentran más de $11.000.000 millones de pesos, equivalentes al 86% del total de vencimientos de deuda en pesos del año. Coinciden con el período previo a la elección presidencial, lo que siempre genera mayor incertidumbre y dificulta la colocación de títulos. Por ejemplo, tomemos por caso lo ocurrido en 2019 y el salto en la percepción de riesgo de la Argentina que siguió a las PASO. Quedó claro que era altamente probable que ganara el actual gobierno y nadie más quiso prestarle al Estado. El resultado fue la decisión de “reperfilar”, como se dice en la jerga al cambio de plazos sin cambio de montos, postergando el pago de la deuda que vencía en los meses siguientes.

Un escenario que contempla que la próxima gestión quede en manos de la oposición podría hacer que la situación no sea tan complicada, ya que habrá alguna apuesta esperanzada a un cambio de rumbo. Sin embargo, seguramente implicará refinanciar esos pagos a tasas muy elevadas y con la garantía cambiaria que les están dando a los actuales bonos “duales”. Esto último incrementará el costo del endeudamiento que inevitablemente enfrentará el nuevo gobierno tanto como el de salir de un cepo que es a todas luces insostenible.

Tomar crédito para ganar tiempo y resolver los graves problemas que tiene el país no necesariamente es una mala estrategia. Sin embargo, es muy preocupante cuando la decisión está en manos de una gestión que considera que no hay necesidad de avanzar en las impostergables soluciones de fondo. Eso quiere decir que el futuro gobierno heredará un país más endeudado y con un BCRA al borde de la quiebra, todo esto sumado a los actuales males fatalmente agravados. Cuando un gobierno de mira corta evita las decisiones de fondo se ve obligado a alargar la mecha dificultando desarmar la bomba o dilatando su inevitable estallido.