La escolaridad a los tres años, la historia se repite

Edgardo Zablotsky

Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.

INFOBAE El pasado 9 de septiembre, durante un acto por el Día del Maestro, el gobernador de la provincia de Buenos AiresAxel Kiciloff, anunció que enviará un proyecto de ley a la Legislatura Provincial, por la cual la educación sería obligatoria a partir de los 3 años. En sus propias palabras: “Hemos resuelto enviar a la Legislatura un proyecto de ley para hacer obligatoria la sala de 3 años, lo que nos va a permitir consolidar el ciclo educativo y consolidar el derecho de la educación”.

La historia se repite. Es claro que esta clase de iniciativa no puede ser más meritoria. Tal como lo señaló en 2016 el ministro de Educación, Esteban Bullrich: “Hay distintos estudios que marcan que el inicio desde los tres años de la educación mejora los resultados académicos de los niños y las niñas que pueden acceder.” Por supuesto tenía razón. La estimulación temprana es fundamental, como lo demuestran, por ejemplo, las seminales contribuciones de James Heckman, Premio Nobel de Economía 2000.

En septiembre de 2016 publiqué en este mismo espacio una nota titulada: “Nada es gratis. Construir 3.000 jardines de infantes tampoco”, cuyos argumentos son hoy tan pertinentes frente a la iniciativa Axel Kiciloff, como lo fueron en 2016 frente a la iniciativa de Mauricio Macri.

Entreguemos a los padres de los niños de tres años no escolarizados un bono por un valor que no supere el costo de su educación en un jardín de infantes público del distrito de residencia de la familia. Dicho bono únicamente podría ser utilizado para abonar su educación en el jardín que elijan los padres, ya sea público o privado. Es claro que, en zonas de baja densidad de población, el jardín público sería la única alternativa, pero no así en las grandes ciudades.

El Estado subsidiaría la educación inicial de los niños de tres años, pero los recursos no se asignarían a la oferta de la misma, los jardines, sino a la demanda, los padres de los niños. La diferencia no es menor. Un sistema como el propuesto cambiaría la relación entre los padres y los jardines. Al poder elegir a qué jardín enviar a sus hijos, los padres comenzarían a percibirlos como proveedores de un servicio, la educación, y estarían en una mejor posición para demandar la excelencia del mismo.

Un esquema como el propuesto reduciría considerablemente el costo de llevarlo a cabo y operarlo, y ahorraría un tiempo valioso para muchos niños que hoy no acceden a la educación temprana y no pueden esperar que se construyan jardines y, fundamentalmente, se entrene a nuevos docentes para una tarea tan específica. ¿Cómo lograrlo sin atraer a la profesión a un gran número de calificadas graduadas de la escuela secundaria que elijan la carrera docente a este nivel? Ello será más dificultoso y su capacitación demandará mucho más tiempo que la construcción de los jardines, sin considerar siquiera el costo de la misma.

Nada es gratis, la construcción y operación de los jardines tampoco. Por ello, si bien la propuesta de Axel Kiciloff no puede ser más apropiada en dirección a igualar oportunidades independientemente de la cuna, al igual que lo fue en su momento la de Mauricio Macri, su instrumentación debe ser distinta a la planeada, de lo contrario quedará en la nada, como tantas otras propuestas llevadas a cabo en el terreno educativo en nuestro país. La historia habrá de repetirse.

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