La vanidad de los economistas y la crisis

Foto Agustin Etchebarne
Director General en 

Economista especializado en Desarrollo Económico, Marketing Estratégico y Mercados Internacionales. Profesor en la Universidad de Belgrano. Miembro de la Red Liberal de América Latina (RELIAL) y Miembro del Instituto de Ética y Economía Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. 

A los economistas ponernos de acuerdo nos resulta ilusorio, ya que miramos al mundo de maneras muy diversas. Algunos se han enamorado de las matemáticas y creen factible encerrar el comportamiento de más de 6.000 millones de personas en unas pocas ecuaciones. Luego, se animan a proponer que el Estado intervenga continua y crecientemente en la economía para evitar el natural ciclo de vacas gordas y flacas. En los hechos, los modelos matemáticos jamás han logrado predecir el nivel de empleo, la inflación, o los precios de los activos. Pero, cuando analizan los errores del burócrata de turno, son tan duros como los liberales. Sin embargo, están convencidos de que ellos no se hubieran equivocado.

Desde la escuela austriaca, en cambio, vemos un mundo demasiado complejo para ser atrapado por las matemáticas. La sentencia de Delphos -«Conócete a ti mismo»- ya nos parece tarea ciclópea. En cuanto a las mujeres, ni siquiera lo intentamos, sólo nos queda amarlas. Si pensamos que la mitad de los habitantes somos hombres, racionales, pero también emotivos, enamorados, apasionados, deprimidos, apáticos, embelesados, ardientes, ebrios, fogosos, abatidos, virulentos, rebeldes, enojados o tranquilos. Y la otra mitad, mujeres bellas, deseadas e incomprendidas. No puede resultar extraño que nos maravillemos entonces frente al prodigio del mercado. Ese lugar donde las personas intercambian voluntariamente, sin coacción alguna, su trabajo, sus bienes y sus ideas y cooperan espontáneamente buscando su propio interés. Nos cautiva observar cómo de esa manera caótica y multifacética los hombres logran frecuentemente alcanzar el progreso y el bienestar general, guiados según la genial metáfora, por una mano invisible. Como no somos anarquistas, sabemos que el mercado requiere previamente que impere la ley, la justicia y la seguridad, para respetar los derechos individuales: la vida, la libertad y la propiedad de las personas. Es decir que el robo, la estafa, el engaño, el asesinato, la intimidación, sean penados en su justa medida. Por lo tanto, nos concentramos en mejorar las instituciones que permiten el libre intercambio de bienes y servicios tratando de que el Estado interfiera lo menos posible porque desconfiamos del administrador de turno, de sus habilidades e incluso de sus intenciones; mientras, somos celosos defensores de las libertades individuales.

Pese a partir de ópticas tan distintas, muchos economistas advertíamos desde hace tiempo la existencia de importantes desbalances en la economía internacional y en particular en los EE.UU.Con el resto de los keynesianos, el recientemente laureado con el premio Nobel, Paul Krugman, apoyó el salvataje de u$s 40.000 millones a México durante la crisis del «tequila», con el argumento de Guillermo Calvo «Why was so large a punishment imposed for so small a crime?». (¿Por qué un castigo tan grande impuesto para un crimen tan pequeño?) Con argumentos parecidos apoyaron también la actitud del FMI y de la Fed en actuar enérgicamente frente a cada crisis. Tailandia y Hong Kong en 1997; en 1998 Rusia y el salvataje al fondo especulativo Long Term Capital, que tenía 100 veces más activos que patrimonio.

En 1999 Paul Krugman publicó «The return of depression economics», donde advertía los desequilibrios que ya eran inocultables en EE.UU. y en China. Pero, pese a su título, no temía que se repitiera la crisis del 30 porque sabía que los burócratas habían aprendido la lección de la equivocada intervención en aquella época, en que habían recortado el gasto y aumentado las tasas de interés. Esta vez estarían atentos a inflacionar con prontitud la economía para impedir que se profundice la recesión. En efecto los burócratas de los bancos centrales mundiales reinflacionaron las economías, y la recesión fue tan breve que no logró corregir ningún desequilibrio. La Reserva Federal mantuvo las tasas deprimidas desde el inicio del milenio. Fue rápida para bajarlas y lenta en subirlas cuando reapareció la inflación. A partir de enero de 2005, Krugman empezó a hablar de la burbuja inmobiliaria, y del déficit comercial. A mediados de 2006 ya señalaba el peligro de una recesión. Advirtió también que EE.UU. gastaba demasiado, tenía un ahorro negativo y que el peor gasto público por lo improductivo era el militar, por una guerra que aborrece. Lo sorprendente es que no creía que la inflación era un problema, ni criticó la laxa política monetaria. Más bien, se dedicó a advertir sobre el crecimiento de la desigualdad, el problemático sistema de salud, y finalmente cuando señaló que la burbuja inmobiliaria apuntaba a generar una caída importante en la economía, su crítica pasó a ser la falta de regulaciones y la codicia de los banqueros de Wall Street, como en su último artículo «The Madoff Economy».

Desde nuestro observatorio, advertimos los mismos desequilibrios fiscales y comerciales, el problema de la falta de ahorro, y muy tempranamente advertimos sobre la burbuja inmobiliaria y la especulación financiera y el inevitable «Bust» (explosión). La diferencia es que desde nuestra perspectiva, el exceso de especulación y las burbujas financieras e inmobiliarias, fueron la consecuencia directa y natural de la manipulación artificial de las tasas de interés. Menores tasas a las que libremente fijaría el mercado implican menor ahorro, mayor inversión y distorsionada estructura intertemporal (como nos enseñara Hayek), mayor consumo y sobreprecios en los mercados de activos durables, sean acciones o inmuebles. Así, donde ellos ven un problema de desregulación excesiva en un mercado demasiado libre y hombres codiciosos e inmorales, nosotros vemos un mercado de dinero nacionalizado por el Estado, con una Central de Planificación, llamada Reserva Federal, que no deja de hacer macanas desde que inició su actividad en 1914 y con 75.000 páginas de regulaciones que nos parecen completamente excesivas y que se han demostrado inútiles para refrenar la codicia estimulada por las bajas tasas de interés y los permanentes salvatajes de los burócratas estatales.En suma, lo que fue provocado por un exceso de emisión de dinero, ellos creen que se corrige con una masiva inyección de más dinero. Los políticos (y los keynesianos) se interesan por los efectos de corto plazo, pero el largo plazo llega fatalmente y afecta a la generación siguiente. La crisis actual terminará de dos maneras, o bien cuando naturalmente se digieran los excesos, o bien, si la intervención de los gobiernos es «exitosa».

*Publicado por Ámbito Financiero, Buenos Aires.
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