El debate sobre el déficit en EE.UU. y los almuerzos gratis

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.

Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.

En los años setenta, Milton Friedman popularizó la frase: «No existen los almuerzos gratis». Con esteaforismo, el célebre economista buscaba explicar a una audiencia no sofisticada que los gobiernos no pueden proveer bienes y servicios sin que le cueste nada a nadie. Alguien siempre paga. La inflación fue durante años el mecanismo para esconder esta realidad. Dada la enorme influencia que tuvo durante la era Reagan, sería interesante saber la opinión de Friedman sobre la situación actual en Estados Unidos. Irónicamente, hoy parecería que el ala más extrema del Partido Republicano es la que ha olvidado que no existen los almuerzos gratis. El debate sobre el inevitable ajuste fiscal empieza a teñirse de irracionalidad.

Desde hace un tiempo, los republicanos en el Congreso intentan forzar a la Casa Blanca a implementar un programa de reducción drástica del gasto público para eliminar el déficit fiscal. Teniendo en cuenta que el déficit actualmente representa casi el 10% del PBI, no es una mala idea. De hecho, el presidente Obama también propone

reducir el déficit. La principal diferencia entre ambas propuestas hoy radica en cómo aumentar los ingresos fiscales. Obama plantea una serie de medidas para lograrlo. En contraste, la propuesta republicana elaborada por Paul Ryan, representante del estado de Illinois, no sólo no plantea un aumento de impuestos, sino que propone reducciones adicionales a la tasa de impuesto a las ganancias.

Volvamos a Friedman. En los años ochenta, este economista fue un fuerte partidario de reducir los impuestos. En su opinión, la única manera de reducir el gasto público era reduciendo los impuestos. Ésta era la esencia de la llamada estrategia de «matar de hambre a la bestia». Curiosamente, en sendos artículos publicados recientemente por el Cato Institute (de orientación libertaria), los economistas William Niskanen y Michael New argumentan que la evidencia empírica contradice esta teoría. Es decir, bajos niveles de ingresos fiscales estimulan el crecimiento del gasto público. Dicho de otra manera, la reducción de los ingresos fiscales no es un mecanismo efectivo para reducir el gasto. Parece que la evidencia empírica no alcanza para convencer a Ryan, ni a sus colegas en el Senado, ni a los líderes del movimiento Tea Party ni tampoco a los candidatos que pretenden disputarle la elección a Obama el año que viene.

En cualquier otra parte del mundo, cualquier programa realista de ajuste fiscal contemplaría tanto una fuerte baja del gasto público como un aumento de los ingresos. En EE.UU., una de las maneras de aumentar estos ingresos es eliminar numerosas exenciones impositivas (entre ellas las que benefician a «hedge fund managers» multimillonarios). La Casa Blanca estima que esta medida puede generar ingresos adicionales por casi u$s 400.000 millones. Pero cualquier aumento de impuestos es anatema para los legisladores republicanos, que han firmado un compromiso a no votar nuevos impuestos. Es obvio que los ingresos deberán aumentar para cerrar el déficit. Como señaló hace unos días Martin Wolf en el Financial Times, el nivel de ingresos fiscales sobre el PBI actualmente ronda el 14%, lo cual en términos históricos es bajo (en 1988, al fin de la era Reagan, era del 18,2%). Hasta David Stockman, arquitecto de la reforma impositiva implementada por Ronald Reagan, ha sostenido públicamente que la posición de no aumentar los impuestos es «absurda». Los norteamericanos tienen que darse cuenta de que no pueden tener un almuerzo gratis. En esto Friedman tenía razón. No se puede pretender que el resto del mundo siga financiando un enorme déficit provocado por dos guerras en Medio Oriente, el mayor gasto en defensa del mundo y programas como Social Security, Medicare y Medicaid. Los líderes republicanos quieren eliminar los programas sociales, pero irónicamente, según una encuesta reciente, el 73% de los votantes que se identifican con su partido se oponen a semejante medida.

Para forzarle la mano al presidente Obama, los republicanos amenazan con no aprobar el aumento del límite de la deuda pública. Y según muestran algunas encuestas, la opinión pública parece estar a su favor (oponerse a que aumente la deuda parece lógico, la cuestión es en qué contexto). Si este límite no es aumentado antes del 2 de agosto, el Gobierno federal se verá imposibilitado de hacer frente a sus gastos (entre los que se incluyen los intereses de la deuda pública). Actualmente, los ingresos fiscales mensuales promedian los u$s 200.000 millones mientras que los gastos del mes de agosto (que ya fueron aprobados por el Congreso) ascienden a u$s 307.000 millones. De esta última cifra, casi u$s 20.000 millones representan intereses de la deuda. ¿Qué significa esto? Que si no puede emitir más bonos, el Tesoro tendrá que reducir sus erogaciones en un 44% (aunque supuestamente podría optar por seguir pagando intereses). Esto puede provocar algo absolutamente impensable: que las agencias calificadoras de riesgo declaren a Estados Unidos en default (cesación de pagos). Moodys acaba de anunciar que puso el rating de EE.UU. bajo evaluación para una potencial rebaja como consecuencia de la falta de acuerdo sobre el límite de la deuda pública. Desde 1917, este rating se encuentra en el nivel AAA, el más alto que otorga la agencia (que significa un mínimo riesgo crediticio). Standard & Poors ya advirtió hace meses que si no se eleva el límite de la deuda, le asignará un rating D a EE.UU. Las consecuencias que puede tener un default de EE.UU. son imposibles de prever, pero seguramente no van a ser buenas.

Para los republicanos más recalcitrantes, el escenario del default es bienvenido, ya que consideran que de esta manera podrán forzar al Ejecutivo a reducir drásticamente el gasto público. Es una postura que Obama ha calificado de irracional e irresponsable, pero que curiosamente recibe apoyo en ciertos sectores del mercado financiero. El célebre «hedge fund manager» Stanley Druckenmiller, otrora administrador del Quantum Fund de Soros, argumentó en un artículo en The Wall Street Journal que la posibilidad de un default no sería tan catastrófica, especialmente si fuerza al Gobierno a reducir drásticamente el gasto público. A esta opinión se opone la del «sabio de Omaha», Warren Buffett, según quien los legisladores republicanos están jugando a la ruleta rusa. Ben Bernanke, Bill Gross de Pimco y otros también han advertido el peligro que encierra el default, pero los líderes republicanos en el Congreso no ceden. Probablemente, como casi siempre ocurre, prevalecerá la cordura antes del 2 de agosto. ¿Y si no? ¡A abrocharse los cinturones!

* Consejero Académico LyP