¿Qué hace estable a una moneda?

Consejo Académico, Libertad y Progreso.

 

El 17 de julio, el doctor Rodolfo Terragno publicó una nota en esta sección comparando las economías de la periferia europea con la Argentina. Allí afirma que a ningún país le conviene atar el valor de su moneda a patrón alguno, ya que así se pierde una herramienta valiosa. En primer lugar, no se trata de ninguna novedad: fue lo que en el siglo XX llevó al abandono generalizado del patrón oro. Entonces cada país se hizo cargo de la administración de la cantidad y el valor de su moneda. En la terminología progre se diría “la conquista de la independencia monetaria”.

En segundo lugar, la historia diría que sólo una pequeña cantidad de países hizo los deberes. Pero no fue ese el caso de la Argentina y muchas otras naciones en desarrollo (entre ellas, algunas de la periferia europea), las que al cabo de unas décadas habían perdido la “independencia monetaria”. ¿Fue porque algún imperio las invadió y les quitó sus billetes? No. Fue por su incapacidad de administrar sus monedas de manera de ganarse el respeto y la confianza de sus habitantes, por lo que en poco tiempo estos terminaron por usar la moneda de otro país como patrón de valor.

Sólo cinco estados soberanos con economías grandes (los EE.UU., el Reino Unido, Alemania, la Confederación Suiza y el Japón), aun sin ser absolutamente virtuosos, exhibieron la prudencia necesaria como para ganarse la reputación de emitir monedas confiables. Así, en diversas épocas y medidas, el dólar, la libra, el marco (hoy llamado euro), el franco suizo y el yen fueron reemplazando a los metales y demás monedas como certezas últimas de liquidez y valor.

¿Por qué lograron semejante privilegio? Por la solidez de sus instituciones políticas y porque cuidaron que los eventuales ciclos de desvalorización de sus monedas no derivaran en alta inflación. Por lo general estas monedas han subido o han bajado para corregir ciertos desequilibrios percibidos por los mercados (“market sentiment”). Si bien a lo largo de varios años se pudieron acumular cambios importantes, los movimientos fueron graduales, con fluctuaciones diarias pequeñas. Así casi siempre fue posible mantener correspondencia entre los cambios de valor y las tasas de interés, evitando la percepción de licuaciones groseras. Si bien en varias etapas algunos de estos países exhibieron políticas fiscales imprudentes, nunca recurrieron de manera sistemática a la emisión de moneda como fuente de financiamiento. También mostraron tener instituciones y/o dirigencias capaces de impedir aumentos nominales de salarios desconectados de la realidad.

Estas historias tuvieron poco en común con las de muchos otros países, en donde, cuando no se acumularon deudas por encima de lo que los mercados percibían como prudente, la cantidad de dinero creció a tasas de dos dígitos para financiar al Tesoro, donde por decreto se han otorgado aumentos de salarios también de dos dígitos y/o donde la moneda ha sido devaluada masivamente de la noche a la mañana, con la consiguiente licuación brutal de todos los activos y contratos nominados en dinero. ¿O no recuerdan Terragno y otros que la Argentina llegó a la convertibilidad desahuciada y que muchos países europeos adhirieron al euro porque no podían mantener su inflación en límites tolerables?

Finalmente ¿cuál ha sido el destino de los países que han “pegado” sus monedas a la de algún país estable sin replicar el resto de sus comportamientos e instituciones? En casi todos los casos se gozó de un período de bonanza, pero la falta de instituciones políticas y disciplina en otros órdenes terminaron en distorsiones y desconfianza. A la Argentina le sirvió diez años, más o menos lo que el euro a la periferia europea.

Es cierto que cuando los desequilibrios (y la manera como los mercados los perciben) superan ciertos límites, los costos de mantener la moneda pegada pueden ser altos. Pero mayores son los costos de abandonar el patrón y violar todos los contratos, como debimos haber aprendido los argentinos en 2002. Si el patrón de comportamiento de la sociedad es desquiciado, tampoco los esquemas flexibles servirán de mucho, como bien lo señala Terragno al advertir sobre lo que le espera a la Argentina.

Como lo están mostrando Chile, Uruguay, Brasil y otras economías de Asia, sólo copiando las mejores virtudes de los países desarrollados es que nuestros países pueden crecer sin sorpresas, crisis y volatilidad. Y no simplemente por adaptar la política cambiaria y monetaria a la indisciplina general.

*Publicado por Clarín, Buenos Aires.