Alberto Benegas Lynch (h)
Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
Básicamente existen dos caminos distintos y opuestos que se presentan para resolver los problemas sociales más acuciantes del ser humano. El primero consiste en trabajar y ahorrar para invertir en proyectos que sirvan a otros como medio del enriquecimiento personal. Llamemos a este el camino productivo. El otro es el manotazo al fruto del trabajo ajeno al efecto de consumir lo que otros producen, para lo que se recurre a la fuerza bruta. La primera vía es la realista y se presenta de modo directo y franco, la segunda de disfraza con recetas mágicas que resolverán problemas sin esfuerzo personal y se exhibe de manera torva.
La primera se basa en la más amplia apertura a todas las posibilidades que la creatividad permita, mientras que la segunda se sostiene en esquemas dogmáticos e ideológicos característicos de la cerrazón mental y el oscurantismo más cavernario. La primera descansa en las potencialidades del individuo en un contexto de libertad y respeto recíproco y la segunda se apoya en la violencia de los aparatos estatales, en el servilismo y en el atropello a los derechos de terceros. Lamentablemente no hay magias en las relaciones sociales y económicas: la productividad es el resultado de la perseverancia en el esfuerzo y el trabajo, la fabricación de sandeces como “el hombre nuevo” para lograr los propósitos que imaginan e imponen los comisarios de turno, ha conducido siempre a enormes sacrificios inútiles.
En este sentido, resulta muy apropiado aludir a Alexander Herzen a quien Isaiah Berlin se refiere detenidamente en Pensadores rusos donde sostiene que se trata del “más interesante escritor político ruso del siglo xix”. Sus obras de mayor importancia son sus memorias tituladas Mi pasado y mis ideas las cartas abiertas a Bakunin, en libro titulado A un viejo camarada , los ensayos reunidos bajo el título Desde la otra orilla y la colección de artículos publicados en “La campana” la revista que el mismo fundó en su autoexilio donde estableció la primera imprenta antizarista de Europa. Al decir de Berlin, su autobiografía “es una gran obra maestra literaria” y, al mismo tiempo, una muy completa descripción de la época, de personajes y contiene reflexiones de gran calado filosófico.
Herzen era hijo ilegítimo de un acaudalado ruso pariente lejano de de la familia Romanov que inventó el apellido de su criatura y a su debido tiempo le facilitó los medios para estudiar en la Universidad de Moscú. Escribe Berlin que este autor describe muy ajustadamente “la sociedad sofocante donde no había oportunidad de utilizar los talentos”. Detestaba el régimen zarista pero en las primeras etapas de su vida, influido por Hegel, Saint-Simon y Prudhon, adhería al socialismo que luego abandonó al percibir que se trataba de sustituir una tiranía por otra que “siempre conduce, al final, al holocausto y al sacrificio humano” (apunta Berlin que “atacó su propio pasado con una indignación particularmente intensa”).
Relata Isaiah Berlin un diálogo entre Louis Blanc y Herzen en el que el primero afirma que “el hombre debe sacrificarse a la sociedad” para el bienestar de ésta, a lo que nuestro autor replica que “no lo alcanzaremos nunca si todos hacen sacrificios y nadie disfruta”. Rechazó frontalmente la idea de la “igualdad en la servidumbre” y todos los esquemas autoritarios en los que, en nombre de construcciones mesiánicas, se aplasta la libertad y se bloquean “fines que son sagrados” para cada cual. Advierte de los tremendos peligros de los “liberadores” que avalan violencias más escabrosas que las que dicen reemplazar. Aconseja estarse en guardia de los discursos con recetas mágicas que todo lo resolverán de modo sencillo, rápido y sin costos. En definitiva, se pregunta y responde “¿Por qué es valiosa la libertad? Porque es un fin en sí misma”. Por este motivo, también la arremete contra supuestos liberales que se basan en el utilitarismo, es decir, en la construcción de “balances sociales” en los que se trata a unas personas como medios para satisfacer los fines de otras.
La construcción estatista de la “sociedad ideal” basada en la prepotencia de los aparatos estatales para “la felicidad del pueblo” es y ha sido el peligro mayor para la sociedad civilizada. Pararse en una tribuna y despotricar contra los que han ganado honestamente sus patrimonios y mantener “la sencilla receta” que es posible elevar el nivel de vida expropiando el fruto del trabajo ajeno, es creer en la magia más rudimentaria.
De estas visiones peligrosas nace la inflación que todo lo pretende resolver falsificando moneda, de esta visión nace la torpe legislación laboral que todo lo pretende resolver otorgando por decreto salarios más elevados, de esta visión nace el bloqueo en las aduanas de bienes y servicios mejores y más baratos “para enriquecer a los locales”, de esta visión nace el impuesto progresivo para redistribuir ingresos de otros, de esta visión nace la idea de que los emprendimientos gubernamentales en los negocios pueden “ayudar al bienestar de la población”, de esta visión nace el deseo irrefrenable de regular toda actividad lícita con disposiciones burocráticas.
Es posible que en los primeros tramos de las propuestas mágicas no haya malas intenciones sino un entramado de contradicciones y de ingenuos desconocimientos, pero la adopción de aquellas sugerencias descuajeringa de tal manera el tejido social que, como un efecto dominó, una medida de entrometimiento del Leviatán lleva a otra hasta que resulta que la encerrona es de tal magnitud que es sumamente difícil sacarse de encima tanta malaria. Tengamos bien presente que, entre otras cosas, la civilización descansa en la división del trabajo: de la inmensa mayoría de las cosas que usamos y de las que dependemos (la computadora, el avión, el teléfono, la comida, el refrigerador, el vestido etc.) no tenemos la más remota idea de cómo se fabrican, por ende, al dislocarse el proceso de mercado, se deteriora (cuando no se extingue) la respectiva producción y abastecimiento con lo que quedamos muy mal parados cuando no directamente a la intemperie.
En la práctica, los tibios, los que no presentan sus propuestas de modo franco sino con rodeos y titubeos, temerosos de aparecer con demasiado rigor, hacen finalmente de apoyo logístico a las recetas mágicas de los demagogos que luego critican. Se autoproclaman sabios del manejo político, sin percibir que sus propios discursos son corridos por quienes, desde la vereda de enfrente, convierten sus peroratas en obsoletas. Confunden gravemente el rol de quienes se desempeñan en el llano de quienes están en función de gobierno: los primeros deben ser las guías y a los segundos no les queda más que conciliar las diversas posiciones, pero si aquellos renuncian a sus funciones y apuntan bajo, éstos inexorablemente parten del nivel del zócalo para el necesario consenso ya que no se ha preparado el clima para otra cosa. De este modo, en lugar de subir las escaleras de la libertad y el respeto recíproco, se deslizan por el tobogán de la mediocridad estatista donde el Leviatán espera al pie con las fauces abiertas. Y esto no se mitiga cuando los propulsores de las ofertas blandas rebozan de los más cristalinos propósitos.
En estrecha relación con lo que venimos comentando, William E. Simon, cuando era Secretario del Tesoro del gobierno de EEUU, declaró ante el Subcomité de la Organización Democrática de la Cámara de Representantes el 30 de abril de 1976 que “Toda la retórica sobre déficits y presupuestos balanceados oscurece el peligro real que enfrentamos: la gradual desintegración de nuestra sociedad […] El problema real es la participación del gobierno en el producto bruto nacional […] que conduce a este crecimiento monstruoso del gobierno […] Solo miren lo que ocurre en otros países hoy, […] cuando los así llamados `humanitarios` intentan crear `grandes sociedades` incrementando impuestos, con más promesas y mayores gastos […] No hay nada humanitario en la pérdida de libertad […] El problema no es de contabilidad. El problema radica en la libertad del pueblo americano”. He aquí otra crítica a las soluciones mágicas y sus resultados por parte de quien conocí a raíz de reuniones que mantuvimos en relación a un generoso prefacio que escribió para mi Fundamentos de análisis económico, encuentros aquellos en los que pude constatar su solidez intelectual, su nobleza de espíritu y su preocupación por las recetas estatistas a las que aludió extensamente en su A Time for Truth.
Pocos textos describen mejor el espíritu de las “soluciones mágicas” que el anuncio gubernamental (como todo, costeado con los dineros de los gobernados) y dirigido al público en estos términos: “Ciudadanos, pronunciar el nombre del Señor Presidente de la República, es alumbrar con las antorchas de la paz los sagrados intereses de la Nación que bajo su sabio mando ha conquistado y sigue conquistando los inapreciables beneficios del Progreso en todos los órdenes y del Orden en todos los progresos. Como ciudadanos libres, conscientes de la obligación en que estamos de velar por nuestros destinos, que son los destinos de la Patria, y como hombres de bien, enemigos de la Anarquía, proclamamos que la salud de la República está en la reelección de nuestro egregio mandatario y nada más que en su reelección. ¿Por qué aventurar la barca del Estado en lo que no conocemos, cuando la cabeza de ella se encuentra el Estadista más completo de nuestros tiempos, aquel a quien la Historia saludará Grande de los Grandes, Sabio entre los Sabios”. Este es el pasaje memorable que refleja a las mil maravillas el espíritu de los megalómanos del orbe y sus recetas mágicas, escrito con la precisión de la pluma de Miguel Ángel Asturias en El Señor Presidente.
Este es el grito desesperado de quienes en algún momento aceptaron el totalitarismo pero que luego necesitaron apartarse de sus garras mortales para sobrevivir como seres humanos, es el caso de los Whittaker Chambers del planeta que como él expresan alaridos de dolor que estampa en su célebre y voluminoso Witness que reclaman oxígenos vitales porque “La libertad es una necesidad del alma […] Sin libertad el alma se muere”.