Carlos Rodríguez Braun
Consejero Académico de Libertad y Progreso
En un mensaje de apoyo a la última huelga general, transmitido desde mi Buenos Aires querido, dijo Joaquín Sabina: “Esta huelga me parece no sólo legítima sino también absolutamente necesaria porque no sé qué carajo está pasando en Europa, pero conquistas que han costado un siglo de sangre, de lágrimas, de sudor y de trabajo están a punto de desaparecer en manos de estos malditos del libre mercado y de los ajustes”. Su compañero de gira, Joan Manuel Serrat, también se adhirió, y sostuvo que lo hacía para defender “derechos” y “libertades” que han “costado a esta sociedad muchos años de lucha, muchos años de sangre, muchos años de combate”.
Sin embargo, el aumento del gasto público, que es lo que ahora está en cuestión, no fue producto de ninguna “lucha” de nadie: fue impuesto por el poder político en razón de su propia lógica y conveniencia. Si no fuera así, Sabina y Serrat tendrían muchos problemas a la hora de explicar por qué el Estado del Bienestar fue creado por el canciller Bismark, y la Seguridad Social (y, por cierto, el zapateril y progresista Ministerio de la Vivienda) por Francisco Franco. ¿Qué clase de luchadores por la libertad fueron semejantes mandatarios? El llamado mercado de trabajo español con sus onerosos costes de despido es producto de la dictadura franquista, y no de ningún combate de ningún progresista.
Dirá usted: la democracia es otra cosa. Y yo pregunto: ¿de verdad? ¿De verdad el llamado Estado del Bienestar con todos sus “derechos” y “libertades” fue producto de “muchos años de sangre”? Oiga, si primero lo impuso Franco y después nos lo impusieron aún más unos señores en un parlamento, que jamás hicieron caso a lo que la mayoría de los ciudadanos sistemáticamente prefirieron siempre y siguen prefiriendo hoy, a saber, no pagarlo.
En suma, ni benditas luchas, ni combates, ni nada de nada. Puras decisiones políticas contrarias siempre, con democracia y sin ella, a los deseos de los ciudadanos, supuestos luchadores o beneficiarios de luchadores.mpusieron aún más unos señores en un parlamento, que jamás hicieron caso a lo que la mayoría de los ciudadanos sistemáticamente prefirieron siempre y siguen prefiriendo hoy, a saber, no pagarlo.
Vayamos ahora a eso de que padecemos por culpa de los “malditos del libre mercado”, que dice Sabina. El mercado libre no tuvo nada que ver con la enorme subida del gasto público, ni tiene nada que ver con su (siempre comparativamente pequeña, por cierto) contención. Como es obvio, el mercado libre descansa sobre las decisiones voluntarias de los ciudadanos, mientras que el aumento del gasto público es una imposición de las autoridades y los grupos de presión que a su socaire medran. Si los políticos frenan el aumento del gasto público, eso no tiene nada que ver con el mercado libre. Simplemente responde al hecho de que el poder puede violar la libertad del pueblo pero no puede hacer cualquier cosa, por ejemplo, no puede tener un déficit de dos dígitos o una deuda explosiva y después pretender que la gente le siga prestando voluntariamente el dinero sin titubear y sin reclamarle un tipo de interés mayor. En lugar de maldecir a los mercados, los artistas podrían maldecir al poder. Nunca se sabe. Igual algún día lo hacen.