Martín Krause
Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Doctor en Administración por la Universidad Católica de La Plata y Profesor Titular de Economía de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA. Sus investigaciones han sido recogidas internacionalmente y ha publicado libros y artículos científicos y de divulgación. Se ha desempeñado como Rector de ESEADE y como consultor para la University of Manchester, Konrad Adenauer Stiftung, OEA, BID y G7Group, Inc. Ha recibido premios y becas, entre las que se destacan la Eisenhower Exchange Fellowship y el Freedom Project de la John Templeton Foundation.
LA NACIÓN.- Si el pasado 2 de abril el 30° aniversario de la Guerra de Malvinas sacudió a los argentinos más que otros años, el tema continuará llamando su atención por más tiempo, ya que en 2013 se cumplirán 180 desde que el comandante James Onslow desplazó de las islas al gobernador Luis Vernet. Todo gobierno argentino saca a relucir el tema de tanto en tanto, más cuando están en problemas, pero es poco lo que han logrado. El principio de la soberanía originada en la primera ocupación se enfrenta con el de la autodeterminación de sus habitantes y no parece haber ninguna idea nueva que permita salir del atolladero.
Por eso, tal vez es un buen momento para plantear una idea osada, que a muchos parecerá ridícula o imposible, pero que, ante la falta de ideas nuevas y frescas, tal vez no lo sea más que el mero llamamiento a negociar cuando ya todo ha sido dicho y cada lado se aferra a sus argumentos.
Esa idea es aprender de Hong Kong, otra colonia británica. La isla quedó en manos inglesas a perpetuidad a partir de la Guerra del Opio. Tras la segunda guerra del Opio, en 1860 ese territorio se amplió a la península de Kowloon, y en 1889 se firmó un convenio de locación por 99 años por la isla de Lantau y territorios adyacentes que se llamaron Nuevos Territorios. Cuando se aproximaba la fecha de expiración del contrato, los gobiernos de China y el Reino Unido acordaron el traspaso a China de todo lo que ahora llamamos Hong Kong, que sería considerada una zona administrativa especial y mantendría sus leyes y un buen grado de autonomía por 50 años bajo una constitución llamada ley básica.
El primer elemento de la propuesta tiene que ver con el tiempo. La primera lección por sacar del ejemplo anterior es que hay que tener paciencia “china” y que ésta a la larga brinda sus frutos, sobre todo, porque alivia de las responsabilidades políticas a quienes se vean en la tarea de firmar los acuerdos. Pensemos en un acuerdo cuyo proceso final tenga una fecha dentro de 50 años, suficiente como para que ya no estemos aquí todos los que podamos discutir el tema ahora.
Pero el tiempo solo no es suficiente, ya que hay que generar intereses para que todas las partes estén dispuestas a llegar a un acuerdo, o por lo menos a no resistirse. Y es allí donde la idea de Hong Kong, o de la generación de una free city, puede resultar un aporte nuevo.
La idea de las free cities tiene una larga tradición, pero una versión moderna comenzó con Paul Romer, profesor de desarrollo económico en la Universidad de Stanford, que las denominó charter cities. Su propuesta era permitir el origen de nuevas reglas que favorezcan el progreso a partir de acuerdos que podrían realizar los países para que una cierta región ofrezca reglas de calidad en el modelo de Hong Kong o Singapur. En particular, en relación al primero Romer entendió que hubo un acuerdo allí entre China y el Reino Unido, que dejó en manos de este último el establecimiento de esas normas en ese pequeño enclave en la costa de China.
Luego de la revolución maoísta, la frontera con el continente estaba cerrada y el comercio de esa pequeña ciudad languidecía. Hasta que apareció Sir John James Cowperthwaite. Escocés, graduado de Cambridge, había sido designado como un funcionario de menor grado en Hong Kong, en 1941, pero no pudo llegar por la guerra hasta 1945. Al poco tiempo de asumir, se dio cuenta de que los refugiados estaban progresando sin ninguna sombra por parte del gobierno. Fue nombrado secretario de Hacienda en 1961, cargo que ocupó por diez años. Mantuvo la tasa sobre el impuesto a las ganancias en un 15% y una cobertura del 100% de reservas en libras esterlinas para la moneda local, algo que nunca hizo público. Incluso rechazó elaborar estadísticas “por miedo a que luego se quisiera hacer algo con ellas”.
Reformó el servicio civil y lo volvió tremendamente eficiente, limitándolo a unas pocas tareas. Hong Kong se volvió un lugar atractivo para desarrollar la iniciativa empresarial, sus habitantes comenzaron a desarrollar productos que luego harían famoso el made in Hong Kong, llegó la inversión y la economía comenzó a crecer al 9% anual. El PIB per cápita alcanzó en 2010 la cifra de 47.130 dólares, frente a los 7570 de China.
Romer tomó ese ejemplo para proponer algo similar en Guantánamo, sugiriendo que quedara en manos de Canadá o de una serie de países que fueran “accionistas”, incluida Cuba, y se generaran allí normas similares a las de Hong Kong. La idea fue luego profundizada como free cities por la Universidad Francisco Marroquín en Guatemala ( www.freecities.org ), y terminó convirtiéndose en una ley en la vecina Honduras.
El futuro dirá cómo se desarrolla esta idea, que tiene una larga e interesante tradición. La ciudad de Lübeck, puerto alemán en el Báltico, fue fundada formalmente en 1143 por Adolfo II, que tuvo que ceder la ciudad a Enrique el León en 1158. Enrique limpió la zona de quienes la devastaban de tanto en tanto y diseñó una “carta” de derechos, se eliminaron pesados impuestos, aranceles y regulaciones, se prometió tratamiento justo bajo la ley y una acuñación de moneda independiente. Tras la muerte de Enrique, fue por unos años una ciudad imperial y Barbarroja le permitió designar un Consejo que, formado principalmente por comerciantes, perduró hasta el siglo XIX. En 1226, el emperador Federico II le otorgó el estatus de “ciudad libre”, atrajo numerosos comerciantes y se convirtió en un importante centro comercial. Era considerada la “Reina de la Liga Hanseática”, formada por un grupo de ciudades-puertos cercanos que adoptaron una estructura de reglas similar.
En el caso de las Malvinas podría pensarse en un acuerdo que fijara un plazo largo para el traspaso de su soberanía a la Argentina y que, mientras tanto, se acordara también una ley básica, que sería la ley fundamental de las islas. Según ésta, y siguiendo el modelo de Hong Kong, habría un impuesto muy bajo y una total libertad de inversión y comercio sin importar la procedencia de los capitales o las personas y libertad para usar cualquier tipo de moneda, incluso, por supuesto, el peso argentino. En tal sentido, el Reino Unido debería eliminar la barrera para que los argentinos compren propiedades en la isla o se trasladen a ella, igual trato que recibirían chinos o brasileños o británicos. Esta ley básica sería administrada por una tercera parte, digamos alguna que genere confianza tanto a los kelpers como a los inversores internacionales. Podría ser Canadá, Australia o Nueva Zelanda; al ser países del Commonwealth, no significarían tanto cambio para ellos. Tal vez para generar símbolos de unidad y paz podrían flamear allí las banderas de las islas, de la Argentina, el Reino Unido o Canadá o quien fuera el país tutor. Cualquier modificación de la ley básica tendría que ser acordada entre estos actores. Luego de vencido el plazo de 50 años, la soberanía pasaría a ser argentina, país que se comprometería a mantener esa ley por otros 50 años más, pero ahora ejerciendo la soberanía sola.
¿Por qué les interesaría esto a los kelpers? En principio, les garantizaría a todos ellos un largo plazo de estabilidad con normas basadas en la libertad y el respeto a los derechos individuales y la propiedad. El país tutor sería confiable y el acuerdo refrendado por las partes y avalado por la comunidad internacional generaría seguridad jurídica para los inversores. La Argentina, además, como un gesto importante de amistad, recibiría todos los productos y servicios elaborados en la isla libres de trabas y aranceles, como si fueran provenientes de una provincia argentina más. Esto les daría a los isleños acceso al mercado más grande e importante que tienen cerca. Es más, los socios del Mercosur manifestarían una solidaridad dando a esos productos el mismo trato que se les da a los de un integrante de la zona. Algo similar podrían hacer los otros países de América latina, ya no sólo declaraciones de apoyo sino la efectiva apertura a estos bienes y servicios. Para los kelpers, sería la gran oportunidad de obtener paz y prosperidad sin ninguna nube que pueda empañar el horizonte.
¿Por qué interesaría esto al Reino Unido? Porque estaría resolviendo un problema espinoso que le trae más dolores de cabeza y gastos que otra cosa manteniendo el respeto a los derechos individuales de los kelpers, con la garantía de supervisión de un país aliado y amigo.
¿Por qué le interesaría a la Argentina? Porque obtendría la soberanía sobre las islas a largo plazo y varios símbolos importantes a corto plazo: acceso de los argentinos como propietarios, inversores o simples turistas, una bandera allí flameando y la transformación del tema en una mera cuestión de tiempo cuyo éxito le tocará a algún desconocido, esto es, no tenemos idea quién será el presidente que recibiría las islas ni siquiera si ha nacido ya. Es como acordar la realización de un Mundial de fútbol o unos Juegos Olímpicos: se acuerdan ahora, pero vaya a saber quién será el que los inaugurará.
¿Por qué les interesaría a los argentinos? Porque tal vez sería la llave para cambiar el país y que de una vez por todas recupere un camino de continuo progreso y crecimiento económico. Es el caso de China: si bien ésta recuperó el pequeño territorio, fue éste pequeño enclave el que cambió al gigante país continental. Los gobernantes tuvieron que darse cuenta de que su sistema no funcionaba, mientras que el de la pequeña isla era todo un éxito. Terminaron copiándolo y ahora son la gran historia de crecimiento del planeta. Primero crearon unas zonas económicas especiales que eran áreas como Hong Kong en sus comienzos, y luego extendieron el experimento a todo el país. En el futuro, con unas Malvinas prósperas como fruto de la libertad, tal vez, aprenderíamos también los argentinos qué es lo que nos conviene en el continente.
Y así, tal vez, el problema de las Malvinas no sólo terminaría solucionado, sino también siendo una solución que nos negamos a encontrar.