¿Por qué crecen los países? (y por qué no crecen)

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.

Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.

ÁMBITO FINANCIERO.- Hace ya casi cinco años que comenzó la crisis financiera global que empujó al mundo a la peor recesión desde 1930. Quizás una de las pocas industrias que ha prosperado desde entonces es la editorial, especialmente la publicación de libros que pretenden explicar por qué el mundo está como está y cómo volver a la senda de crecimiento económico.

Requeriría mucho tiempo leer todo lo que se ha escrito sobre el tema en idioma inglés. Algunos autores se ocupan de la coyuntura y enfatizan las políticas que a su juicio permitirán al mundo desarrollado salir de la actual recesión. Entre ellos se destacan los premios Nobel de economía Krugman y Stiglitz. Otros autores se ocupan de las tendencias a largo plazo e intentan contestar qué explica el auge y decadencia de las naciones a través de la historia. Dentro de este grupo hay varias corrientes según sea la formación del autor. Desde la perspectiva histórica a los clásicos de Paul Kennedy y David Landes se suman obras más recientes de Ian Morris y Niall Ferguson, para nombrar algunos de los más conocidos y difundidos. Jared Diamond aportó la perspectiva de la biología y la antropología. Hace un par de años Alan Beattie, editor del Financial Times, en «False Economy: A Surprising Economic History of the World» analizó las razones detrás del éxito y el fracaso de los países a lo largo de la historia. Ahora, dos jóvenes economistas, Daron Acemoglu, profesor de economía en MIT, y James Robinson, profesor de ciencia política en Harvard, publicaron un interesantísimo libro titulado «Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity and Poverty» en el que plantean una nueva teoría de la riqueza y de la pobreza. Curiosamente el libro ha sido bien recibido tanto por economistas de izquierda como de derecha (ambos moderados, obviamente).

Según Acemoglu y Robinson ni la cultura ni la geografía, aunque importantes, son determinantes para que una sociedad crezca y se desarrolle. En opinión de estos autores, el crecimiento económico es consecuencia de la existencia de instituciones que aseguren los derechos de propiedad, la ley y el orden, la libre competencia en los mercados, el acceso a educación e igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos. A este tipo de instituciones las denominan «incluyentes». Es el único marco institucional donde pueden prosperar la innovación tecnológica y la «destrucción creativa» necesarias para el crecimiento económico sostenido. Esta tesis se inspira en los trabajos de Mancur Olson y Douglass North (premio Nobel de Economía en 1993) que fueron los primeros en sostener que la clave del desarrollo económico de Inglaterra y Estados Unidos fueron las instituciones. Es decir la manera en que estas sociedades protegieron los derechos de sus ciudadanos, especialmente el derecho de propiedad.

Para Acemoglu y Robinson la variable que mejor explica el subdesarrollo es la existencia (y persistencia) de instituciones políticas y económicas «extractivas». Sostienen que en la actualidad y a lo largo de la historia la mayoría de las sociedades se han regido por instituciones económicas que permiten a grupos de poder influyentes «extraer» recursos del resto de la sociedad. Para sobrevivir, estas instituciones económicas necesitan de un ambiente propicio, es decir, de un marco político institucional favorable. Acemoglu y Robinson dividen las instituciones políticas en incluyentes o extractivas. Las primeras fomentan el pluralismo, la división de poderes, el imperio de la ley y el control de los políticos. Las segundas permiten la concentración del poder y se caracterizan por la ausencia de límites institucionales (léase sometimiento del poder judicial e irrelevancia, inoperancia u obsecuencia del poder legislativo).

Con un lenguaje menos técnico, sin estudios empíricos, ni modelos econométricos, el genial Juan Bautista Alberdi llegó a una conclusión similar hace ciento cincuenta años:

«El Gobierno tiene el poder de estorbar o ayudar a su producción, pero no es obra suya la creación de la riqueza. La riqueza, es hija del trabajo, del capital y de la tierra; y como estas fuerzas, consideradas como instrumentos de producción, no son más que facultades que el hombre pone en ejercicio para crear los medios de satisfacer las. necesidades de su naturaleza, la riqueza es obra del hombre. ¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro; que no le haga sombra. Asegurar una entera libertad al uso de las facultades productivas del hombre; no excluir de esa libertad a ninguno, lo que constituye la igualdad civil de todos los habitantes; proteger y asegurar a cada uno los resultados y frutos de su industria: he ahí toda la obra de la ley en la creación de la riqueza».

Para usar la terminología de «Why Nations Fail?», la Constitución de 1853 sentó las bases de un marco institucional «incluyente» que en pocas décadas convirtió a la Argentina en una potencia económica. Sin embargo, no es Alberdi ni este capítulo de la historia argentina el que Acemoglu y Robinson citan a lo largo de su libro. Como muchos otros destacados economistas encontraron en la Argentina un modelo de lo que no hay que hacer. Los autores de «Why Nations Fail?» sostienen que nuestro país «ha sufrido la mayoría de los problemas institucionales que han plagado a América Latina» y se encuentra atrapado «en un círculo vicioso». La ausencia de una Corte Suprema independiente es uno de estos problemas ya que según ambos economistas ha permitido a las elites gobernantes «extraer» con impunidad recursos de cualquier sector o actividad económica que amenace su permanencia en el poder.

Acemoglu y Robinson encuentran un patrón similar en el resto de América Latina. El origen del problema es en su opinión la manera en que la región fue colonizada. A diferencia de los ingleses en Norteamérica, en el sur del continente los españoles establecieron instituciones «extractivas». La experiencia en África y el Medio Oriente es en cierto sentido similar y explicaría su relativo subdesarrollo. Por otro lado fue una revolución política en 1688 la que en Inglaterra sentó las bases de una sociedad pluralista donde los gobernantes debían responder ante sus conciudadanos y la gran mayoría de la población podía desarrollar y aprovechar oportunidades sin ser expoliada.

Teniendo en cuenta lo antedicho, lógicamente Acemoglu y Robinson no son muy optimistas respecto de China. Sostienen que si la elite gobernante no logra transformar el marco institucional y hacerlo más «incluyente», la economía china pronto se topará con un límite al crecimiento.

Hay mucho más que esto en «Why Nations Fail». Los interesados en la historia económica no se verán defraudados. Pero no hay que esperar que los políticos y las elites gobernantes aprendan algo de libros como éste. Como reconocen sus autores, «Quienes detentan el poder toman las decisiones que crean la pobreza. No lo hacen por error ni por ignorancia sino deliberadamente».

*Publicado en Ámbito Financiero, Buenos Aires.